Óscar Sotillo Meneses

@SotilloArte

Son hermanas. Las delatan las facciones y el mismo amor por la cocina. En esa costa hay silencio. Helena, la del vestido amarillo es un año menor que Sonia, la de la falda verde. Alguien ha llegado y Helena lo busca en la lejanía. Sonia parece advertir quién es y guarda silencio. No hay mucho para cocinar, pero los rituales son pulcros y lentos. En ese rincón olvidado de Caribe el tiempo se mide por las olas y las mareas que van hipnotizando los sentidos. Es mucho cielo para dos mujeres solas. El periódico no termina de traer las buenas noticias que han esperado tanto tiempo.

Tristeza y soledad cargan las hermanas. Un cuchillo, una botella llena de aceite, una casa que nunca se terminó de construir, como sus corazones. Pero el sol caribeño ilumina sus manos. Sonia se pone un turbante a mediodía para que el sol no le haga doler la cabeza. La tierra llena de salitre no produce nada. Las dos figuras se debaten entre la soledad y lo inmenso del mar. ¿Qué esperan las hermanas? ¿Hacia dónde dirige la esperanza? Nada lo advierte en la escena simple, brillante.

El almuerzo ya está listo. Hay pescado y papas. Agua y una paciencia infinita. Otra vez llegó el periódico sin ninguna noticia importante. Las fechas del periódico es lo único que da un sentido al paso del tiempo. Desde aquel domingo en que el marinero extranjero dejó su botella de ginebra en la ventana de la casa, nada ha pasado. El lejano horizonte del mar ha marcado con más fuerza las líneas de la soledad.

Helena y Sonia han establecido un ritual cómplice en medio de esta soledad iluminada del Caribe. Ni más tristezas, ni esperas lánguidas, ni lágrimas. Hacer la casa, agradecer la luz que encandila, coser los vestidos y celebrar la mesa simple pero con aroma de orégano y cilantro. Es más simple de lo que se piensa. El pintor quedó enamorado del paisaje, de la escena, de Helena y Sonia, de sus simples vestidos, de su casa a medio construir, del sencillo ritual de la comida.

Ahora yo rebusco en unos viejos libro y consigo la reproducción de Dos figuras de Héctor Poleo, un oleo de 1951, me enamoro también de ellas y aprovecho para escribir un artículo.

 

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