Ildegar Gil

Aunque el propósito fuese colocar en neutro lo vivido ¿o padecido? a finales de esta semana en la Cota 905, parroquia El Paraíso, Caracas, lograrlo no es fácil para algunos integrantes de esta popular y trabajadora comunidad capitalina.

El plomo cerrado, por las causas que sean, no termina de ser parte de sus vidas (no tiene por qué serlo), aunque en las redes sociales haya quienes invierten grandes dosis de cinismo cuando la paz de la zona es quebrantada por cañones de los que se desprende un “pummm” que parece tener al infinito como único límite.

Aunque poco más de 24 horas han transcurrido desde las más reciente “batalla”, el recuerdo de cada capítulo no es tal, y como es fácil de entender después de escuchar algunos testimonios, lógico es que así sea: “Eso empezó a las seis de la tarde, vale. Y duró hasta las dos de la mañana del viernes”.

Así lo contó para, Diario Vea, Gumersindo, quien en honor a la verdad no lleva ese nombre pero a quien en resguardo de su seguridad y la de los suyos, debemos llamar de alguna manera.

Su rostro humilde, marcado por el paso del trabajo áspero que debe afrontar para ganarse la vida dignamente, se le nota tenso. Tal estiramiento en la piel, no parece “normal”, sino heredado de una detonante impresión de alto calibre. “Tuvimos que dormir bajo la cama hasta las dos de la madrugada. No pudimos hacer más nada. Era mucha bala por todos lados”, admite sin el menor riesgo de vergüenza por el acto de “cobardía” doméstica que posiblemente salvó su vida y la de sus acompañantes en ese instante.

Ni hablar de la redondez de la profundidad de sus ojos, negros como el culí de las metras que alguna vez usó jugando “Rayo” o “Huequita” en el barrio. Se le agrandan más, más y más ante cada palabra emitida. “Yo desde lejos ví a la policía, pero no sabría decirte en verdad como empezó todo, y menos después de que empezó el tiroteo”, ataja en medio del restringido diálogo.

“Fue una granada”, dice con plena seguridad cuando le preguntamos por una explosión cuyo sonido retumbó mucho más allá del empinado sector, a eso de las 8:30 de la noche.

-¿Hubo algún herido?- le preguntamos y respondió “No, que yo sepa”.

Dice comprender perfectamente a quienes han mandado “a sus muchachos con la familia en otras partes. No debe ser bueno que le den una pistola para que se una a ellos”.

-¿Es verdad que eso sucede?

-Bueno, yo no sé- responde de inmediato, tal vez advertido de la imprudencia del comentario que venció su resistencia al silencio que cuesta represar ahora en medio de la “paz”.

Niega conocer a “Coqui”, alias de Carlos Luis Revete, líder negativo señalado por unos y otros como el génesis del espiral de la inhumana zozobra. Hasta se atreve a compartir un dato que no deja de ser interesante desde varios puntos de vista: “Me dijeron que él no estaba en el barrio, porque estaba fuera de Caracas en el velorio de un amigo”.

Ventanas y pesadillas

El insomnio también fue obligado en la urbanización El Paraíso, antiguo conglomerado ubicado a escasos metros del famoso barrio. El suceso permeó nervios, ventanas y paredes.

“Nosotros pusimos los colchones en el piso”, refirió Lucindo, un profesional universitario a quien colocamos ese seudónimo, padre de una menor de edad quien entre la noche del jueves y el amanecer del viernes fue víctima de varias pesadillas producto de cuanto escuchaba y sentía a su alrededor.

“Hicimos eso con los colchones después que supimos de dos impactos fuertes en el edificio. Uno de ellos atravesó una ventana”, relata mientras nos muestra el video que quedó como testigo de sus palabras.

La violación del recinto familiar, por parte del proyectil anónimo, fue “justo dos pisos arriba de mi apartamento”, adicionó sin –lamentablemente-, perder el asombro que nuevamente asaltó su existencia y la de sus seres queridos.