Alberto Vargas

@albertovargas30

La Declaración Universal de los Derechos Humanos adoptada el 10 de diciembre de 1948, en París, sin ningún voto en contra, pero con 8 abstenciones, las de los países socialistas que consideraron que las libertades enunciadas en el texto eran ilusorias e inalcanzables mientras existiera la propiedad privada de los medios de producción.

En el momento en que esta gran tarea concluía surgían sus críticos, pues la función del lenguaje había sido pervertido, ya que para darle a los pueblos la fe en los derechos humanos no bastan las más bellas palabras. Lo que se reclamaba a quienes suscribieron la Declaración es que el articulado lo pongan en práctica, que encuentren la manera de hacer respetar efectivamente los derechos de la mujer y del hombre por parte de los Estados.

Sabemos que los derechos humanos de las mujeres y de los hombres son una ruta señalada que entrañablemente avanza sin pausa y de manera irreversible hacia un mundo humanizado, a pesar de los claroscuros en el que surgen los monstruos. Aunque también sabemos que, mientras la mayor parte del género humano viva en el hambre y en la sed de justicia, para luego morir en la miseria y en la ignorancia, el Documento que ha sido suscrito en París continuará presentándose ante nosotros como un objetivo todavía lejano.

Más de la mitad de las mujeres y los hombres que integran este mundo viven en el hambre y mueren en la desdicha. Los regímenes injerencistas e intervencionistas en los asuntos internos de los países libres y soberanos, probablemente se adhieren a la Declaración, la proclaman y la ensalzan; probablemente tratan de cumplirla; probablemente también es más importante en ellos obviar la defensa de los derechos humanos que el de hacerlos una realidad. Sus cruentas agresiones contra los pueblos que buscan liberarse de la opresión del capitalismo salvaje certifican que les tiene sin cuidado la defensa de los derechos fundamentales.

Los pueblos lo único con que cuentan en estos maltrechos escenarios es con la esperanza y la fe, que ni siquiera los colonizadores pudieron arrebatárselos. La lucha continúa y el futuro es nuestro.

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