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Néstor Rivero Pérez

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El 28 de septiembre de 1973, luego de desempeñarse por dieciocho temporadas como campocorto en la Liga Americana, el venezolano Luis Aparicio Montiel, con el uniforme de los Red Sox de Boston, hizo su última aparición en las Grandes Ligas.

El arte y las reglas

Del mismo modo que la natación, el ajedrez o las funciones de Estado Mayor en un ejército, los propósitos del competidor o contendiente, coronarán exitosamente en la medida en que conciba el lugar y momento de cada desplazamiento dentro del escenario, los materiales a emplear, y, fundamentalmente, el grado de destreza en la ejecución de sus movimientos, y expresando talento, gracia y mesura, para beneplácito de los seguidores. Y el nivel de destrezas para imponerse ante la contraparte define el arte del individuo en su campo o especialidad. Esto último resulta crucial en la formación de admiradores o “fanaticada”. Y en cuanto a las reglas, las mismas consagran el conjunto de procedimientos que debe cumplirse para la cabal actuación del sujeto en el respectivo campo o deporte. Así, desempeño con suma gracia y acatamiento de las normas, fue el de Babe Ruth cuando en un turno al bate durante la Serie Mundial de 1932, mirando al pítcher desde el plato apuntó con su índice hacia las gradas centrales del stadium Wrigley Field de Chicago, adonde instantes después habría de colocar la pelota, con su cuadrangular 424.

Jugada de oro

En la historia del beisbol venezolano hubo atrapadas de antología, como una ejecutada en los años sesenta por el caraquista César Tovar cuando, en el patio central del Stadium Universitario y ante la dificultad de capturar un “flay” que caía muy lejos de su posición, optó por arrojarse al suelo humedecido, dejándose resbalar con alta velocidad hacia adelante, hasta alcanzar con esfuerzo heroico con su guante la pelota, sin que esta tocase el suelo haciendo un “out” legendario. Aparicio, de su parte, en 1967 y desde el campocorto de los Tiburones de La Guaira, con embasados del equipo contrario en primera y en segunda, lograría atrapar un violento rolling que iba al leftfield muy cerca de la tercera, tocando Aparicio al corredor que venía de la segunda e iba a tercera base y, en el mismo impulso y de media espalda, con una celeridad de fábula, lanzó la bola a su compañero de segunda, para lograr un impresionante dobleplay. Imborrables escenas para quienes en su niñez engrosaban las gradas tras los giros del bate, guantes y pelota.

“Robo de bases”

De acuerdo a la web https://desdeelbullpen.blogspot.com, Luis Aparicio ocupa el 6to lugar entre los grandes campocortos de la historia. En dicho listado descuella también el aragüeño David Concepción. En el caso del marabino -cuyo total de bases robadas fue de 506 en toda su carrera-, este obtuvo en nueve ocasiones consecutivas el campeonato de dicho renglón. Igualmente se hizo acreedor a 9 Guantes de Oro y, desde el campocorto, participó en diez temporadas del Juego de las Estrellas. En 1984 se le incorporó al Salón de la Fama con votación de 85 por ciento.

Pelota criolla

En 1953, Luis Aparicio, contando 19 años de edad tras ceremonia iniciática -en la cual su padre Luis Aparicio el Grande en Maracaibo le hizo entrega de su guante y un bate-, se inició en el beisbol profesional zuliano como short-stop del equipo Gavilanes, de la Liga Occidental. Habiéndose incorporado a las Grandes Ligas en 1956 con los Medias Blancas de Chicago, vestiría luego la camisa de los Boston Red Sox, y después de los Orioles de Baltimore. En su país, Venezuela, jugará sus temporadas anuales con los Tiburones de La Guaira, Águilas del Zulia, Tigres de Aragua y Cardenales de Lara. El nombre de Luis Aparicio, junto con el de Alfonso Chico Carrasquel, Isaías Látigo Chávez, David Concepción, Luis Vizquel, Miguel Cabrera, entre otros, se integra al elenco de los grandes jugadores venezolanos de todos los tiempos.

Sinóptico

1919

Un “quemado vivo” en EEUU

Este día -el primero del estallido racista conocido como “Disturbios de Omaha” acaecidos en dicha ciudad, capital de Estado de Nebraska (EEUU)-, grupos ultraconservadores y supremacistas, actuando bajo la oleada anticomunista del así denominado “Temor Rojo”, detuvieron y procedieron a quemar vivo al obrero afroestadounidense Will Brown.

Del mismo modo, la furia racista de estos días, que se sentiría en distintas ciudades de Norteamérica, intentó igualmente ahorcar al “alcalde de Omaha, Edward Parsons Smith, e incendiar la Corte del Condado de Douglas” (Wikipedia).

La movilización de tropa requeridas por la I Guerra Mundial, en la cual EEUU se hizo parte desde 1917, demandó de mano de obra alterna para ocupar los puestos vacantes por el enrolamiento de numerosos trabajadores activos. Y el temor infundado en la mayoría de los casos de que se colasen promotores del socialismo y la revolución social, en un ambiente de segregación y anticomunismo, atizó los prejuicios en grupos de la población blanca de EEUU, provocando atrocidades como la de Omaha.

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