Néstor Rivero Pérez

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El 25 de noviembre de 1981 la Asamblea General de las Naciones Unidas suscribió la Declaración sobre la eliminación de todas las formas de intolerancia y discriminación fundadas en la religión o las convicciones, cuyo primer artículo reza “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión. Este derecho incluye la libertad de tener una religión o cualesquiera convicciones de su elección”. De acuerdo a dichos enunciados la escogencia de una postura en materia religiosa es atributo inherente a la dignidad de cada quien, pudiendo este optar a su libre arbitrio por asumir un credo determinado u otra convicción al respecto, de acuerdo a su libre escogencia.

Noches de intolerancia

Con la Reforma de la Iglesia iniciada en 1520 por Martín Lutero y el surgimiento de varias corrientes protestantes de la cual él fue el más importante ductor, y la que lideró Juan Calvino, se dio comienzo en Europa a una dramática querella inter-credos que la historia ha caracterizado como Guerras de Religión. Uno de los episodios más terribles de dicha pugna fue la Noche de San Bartolomé en París, bajo el reinado de Carlos IX de Francia. Numerosos historiadores han visto detrás de la mano de este monarca, la fuerte voluntad de su madre Catalina de Médici, quien deseaba se pasase “a degüello en una noche a todos los hugonotes (protestantes) reunidos en París (…) noche del 23 al 24 de agosto, fiesta de San Bartolomé, de donde tomó el nombre” (https://es.catholic.net).

Noche de cristales rotos

En todo caso a casi cuatrocientos años de la Noche de San Bartolomé tuvo lugar en el marco de la Alemania dominada por el régimen nazi, la denominada Noche de los Cristales Rotos, durante la cual fueron linchados numerosos alemanes de ascendencia judía y sus casas marcadas para posteriores persecuciones. Este tipo de práctica se ha visto reactivada cuando en décadas recientes grupos de filiación neonazi asumen control político en algún territorio, como el caso de los ultranacionalistas Bosnia-Herzegovina en los años noventa. En la Venezuela Bolivariana del siglo XXI grupos opositores filofascistas de clase media urbana, que aspiraban el derrocamiento del gobierno del presidente constitucional Nicolás Maduro expusieron ante el mundo crueles signos de su inclinación a la intolerancia cuando, en medio de masivas concentraciones, prendieron fuego a personas vivas, a quienes suponían como simpatizantes del chavismo.

John Locke

Hombre de mente excepcional, este médico y filósofo que reconocía la experiencia como el medio de adquisición del conocimiento, se horrorizaba al contemplar el panorama de impiedad e intolerancia de una época en que el fanatismo religioso hacía empuñar las armas y cometer asesinatos dentro de las distintas facciones de creyentes que litigados entre sí, adoraban al mismo Cristo. Así a la edad de 35 años este pensador, quien ya era reconocido por textos como Ensayos sobre el gobierno civil y Ensayos sobre la ley de la naturaleza, da a la luz su Carta sobre la tolerancia, que constituye un categórico razonamiento a favor de la convivencia entre las distintas creencias y manifestaciones religiosas.

De Locke a la ONU

Las ideas políticas y liberales de Locke, que constituyeron un salto hacia la modernidad, nutrieron de razones procesos como la revolución inglesa de 1688 que consagraría la primera monarquía constitucional en Europa, así como el proceso de independencia de EEUU y la Revolución Francesa. Y este último sacudimiento magno de la historia social universal produjo la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, que reivindicó la libertad de religión, derecho que fue a su vez confirmado por la Carta de la ONU firmada en 1945, la cual establece para todos los países miembros, dentro de sus finalidades, la de “practicar la tolerancia y…convivir en paz”. De este modo la propia ONU habría de refrendar sus principios cuando aprueba esta Declaración del 25 de noviembre de 1981.

Sinóptico

1820

Acuerdo sobre el Armisticio

Este día los delegados de las fuerzas patriotas y realistas, en nombre de sus máximos jefes, el libertador Simón Bolívar de una parte, y de la otra el jefe Expedicionario Pablo Morillo, firmaron en Trujillo (Edo. Trujillo) el Tratado de Armisticio y otro referido a la Regularización de la Guerra. Al día siguiente, el 26, ambos jefes se reunirían para ratificar los acuerdos en la localidad de Santa Ana. El Armisticio dispuso que ambos ejércitos suspendiesen las “hostilidades desde el momento en que se comunique la notificación del presente Tratado…sin que pueda continuarse la guerra…durante el presente armisticio”. El Tratado sobre la Regularización de la Guerra por su parte alcanzó repercusión histórica por el cambio drástico que significó en la práctica de “guerra a muerte” que se practicaba en distintas regiones de Venezuela, contribuyendo al avance de la opinión pública y al pronunciamiento de Maracaibo, a favor de la Independencia.

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