Jesús Moreno

[email protected]

El desarrollo, el crecimiento, la producción y la poesía siempre tienen sus vínculos aunque se ven tan distantes del mundo de la economía al de lírica.

El sistema capitalista exige someter a revisión los conceptos de desarrollo, producción, crecimiento, porque según él, su único objetivo es la  acumulación, el beneficio, sin importar otras consideraciones incluso humanos o ambientales y hasta la vida.

En la actualidad el capital que antes era puro dinero aliado a los proyectos de producción e importantes valores como la tierra, el agua, se han ido convirtiendo cada vez más en un abstracto; se llama acciones, símbolos, un dato, lo que antes era representado en oro, joyas, mirra, tierras, todo se volvía en monedas, más tarde billetes y finalmente anotaciones,  valores equivalentes a los bienes, cosas producidas, lo cual todo es absolutamente en dinero o cuentas y valores financieros que circulan y juegan en un mercado, no importa lo que representan, sirven o se utilizan con más o menos influencia para devenir del mundo.

Los diversos pueblos ante esta ductilidad se lanzan a la competencia en la producción o explotación de bienes que no han producido, como es el caso de Venezuela que se dedicó a sacar petróleo y a ellos se dirigieron los grandes capitales y nos convirtieron en un país rentista, casi parasitario, sobre cuyo poder se decidía desde afuera, especialmente, en principio, Europa y después Estados Unidos, hasta llegar la Revolución Bolivariana en 1999. Ese período nos cambió, al parecer, para muy mal, porque nos separó de la producción de múltiples bienes, especialmente de la tierra.

Nos cambió como pueblo, y nos hizo sentir distinto a la realidad y a vivir esa manera con las cuales pretenden dominarnos, cuando tratamos de ser libres e independientes y soberanos. Eso es lo que estamos pagando, y tenemos que hacernos verdaderamente productivos si en verdad queremos ser libres, rompiendo numerosas cadenas económicas y culturales, para beneficio y bienestar de nuestro pueblo.

Es ahí donde aparece esa extraña alianza entre una poderosa arma de acusación, defensa y creación de conciencia sobre nuestra realidad para nuestro pueblo, cuya alma he recibido por más de cien años una tremenda transculturación y deseos de vivir como otros pueblos considerados superiores, modernos y ejemplares a seguir. Fuimos afrancesados y ahora nos sentimos con una pequeña alma estadounidense, al menos en sus usos, gustos, deseos y no pocas costumbres, y poco faltó para que nos sintiéramos alemanes.

En la producción real hay que ver la existente y estrecha relación que se encuentra entre el trabajo verdadero y el de la mascarada o trabajos parásitos como nos lo fueron imponiendo a través de la explotación petrolera.

Aquí vamos a recordar el mensaje que nos deja el poeta libanés Khalil Gibran en su obra El jardín del profeta con su hermosa y mística lírica cuando se refiere al trabajo de los pueblos dignos. Dice así:

“Tened piedad de la nación que lleva vestidos que no teje ella misma, que come un pan cuyo trigo no cosecha y que bebe un vino que no mana de sus propios lagares.

Compadeced a la nación que aclama a un fanfarrón como a un héroe, y que considera bondadoso al oropelesco y despiadado conquistador.

Compadeced a la nación que desprecia las pasiones cuando duerme, pero que, al despertar, se somete a ellas. Compadeced a la nación que no eleva la voz más que cuando camina en un funeral, que no se enorgullece sino de sus ruinas, y que no se rebela sino cuando su cuello está colocado entre la espada y el zoquete de madera.

Compadeced a la nación cuyo estadista es un zorro, cuyo filósofo es un prestidigitador y cuyo arte es un arte de remiendos y gesticulaciones imitadoras.

Compadeced a la nación que da la bienvenida a su nuevo gobernante con fanfarrias, y lo despide con gritos destemplados, para luego recibir con más fanfarrias a otro nuevo gobernante.

Compadeced a la nación cuyos sabios están aniquilados por los años, y cuyos hombres fuertes aún están en la cuna. Compadeced a la nación dividida en fragmentos, cada uno de los cuales se considera una nación”.

Aunque expresado con palabras y asuntos tan sencillos nos dice verdades tan profundas que de alguna manera debemos, los venezolanos, tomar en cuenta, porque somos una nación que por querer cambios de muchos aspectos de la vida social, económica, política y cultural, para buscar la paz, la justicia, la igualdad, el bienestar, la colocan frente a una realidad muy dura, pero a los venezolanos se nos olvidó por años que comíamos pan con harina que no cosechábamos, nos poníamos vestidos que no tejíamos y elegimos a ciertos zorros, que brillaban cuando la cuarta república, y que sus retoños amenazan con regresar.

Ante esa verdad, la estamos enfrentando, y tenemos muchos planes en marcha como los CLAP, sin olvidar que no es solo para recibir sino también para producir. Ahí está el gran reto y la verdadera victoria.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

error: Este contenido está protegido !!