Néstor Rivero Pérez

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El 2 de abril de 1819 un cuerpo de 150 lanceros a caballo, escogido personalmente por el general José Antonio Páez, al grito de “Vuelvan caras” se batió en sorprendente duelo con la fuerza realista de 4 mil doscientos efectivos jefaturados por el general Pablo Morillo.

El encuentro, celebrado en la ribera izquierda del río Arauca (Apure), tuvo como resultado cuatrocientos muertos de la tropa realista, varios centenares de heridos y otros tantos dispersos, debido al autoarrollamiento que dentro del ejército monarquista produjo la inesperada acometida de los llaneros venezolanos.

Apariencia de huida

Con el propósito de imponer su autoridad a lo que él llamaba “insolencias de Páez”, Morillo había ordenado a mil jinetes suyos estar prevenidos para perseguir y destruir la pequeña partida patriota a cuya cabeza siempre acostumbraba colocarse el Centauro, cuando retaba a la caballería enemiga, buscando separarla del grueso de sus fuerzas.

Al salir la caballería realista tras los hombres de Páez, este daba a los suyos orden de replegar y aparentar huida, acicateando en sus contrarios el ánimo de persecución y, disminuyendo Páez la velocidad de su retirada, permitía que se acercasen los realistas.

Dicha táctica requería de elevada capacidad de maniobra de rienda, lanza y caballo por el jinete.

Vuelvan caras”

Y ya inminente el punto del alcance, los llaneros, previamente entrenados por el propio Páez y otros expertos, aguardaban el instante de escuchar el grito “Vuelvan caras” de Páez, que significaba volver grupas de modo repentino y concertado, cuando de espaldas al enemigo ya estaban a punto de ser alanceados por sus perseguidores, haciendo girar repentinamente sus caballos, para dar el frente y atacar con sus lanzas de mayor tamaño a la caballería enemiga.

La impetuosa carrera de esta última le impedía maniobrar con orden, siendo diezmada de un modo que solo es explicable por la conjunción de sorpresa, arrojo y habilidad en el manejo de la lanza.

También contribuyó a la victoria el tamaño de las varas: mientras los realistas empleaban lanzas de seis pies y medio, los llaneros de Páez manejaban varas inmensas de nueve pies.

Émulos de Leónidas

En su autobiografía, Páez señala que tras ser autorizado por el Libertador para dar “una sorpresa” a Morillo, procedió a escoger los ciento cincuenta mejores lanceros de su caballería.

Así, legó para la historia la lista de todos sus acompañantes, entre quienes destacan Francisco Aramendi, Juan José Rondón, Cornelio Muñoz, Leonardo Infante, José Bravo, y otros a quienes ensalza por su actuación.

Dice el Centauro “Entonces la lanza, arma de los héroes de la Antigüedad, en manos de mis ciento cincuenta hombres, hizo no menos estragos de los que produjera en aquellos tiempos en los que cantó Homero”. Y recuerda que, a diferencia de los compañeros de Leónidas (en el Estrecho de las Termópilas), quienes solo tuvieron que vérselas con el valor personal de sus contrarios, en las Queseras, debían cuidarse de la artillería enemiga, disparada a la distancia.

Las puntas de vuestras lanzas”

Al día siguiente pasmado por la hazaña llanera, el Libertador concede la “Orden de los Libertadores” a los 150 lanceros, y, con una prosa que en nada demerita la de Cervantes en las páginas del Don Quijote de La Mancha, dicta una proclama diciéndoles “Soldados: Acabáis de ejecutar la proeza más extraordinaria que pueda celebrar la historia militar de las naciones (…). Lo que se ha hecho no es no es más que el preludio de lo que podéis hacer (…) contad con la victoria que lleváis en las puntas de vuestras lanzas y vuestras bayonetas”.

Sinóptico

1796

Ana María Campos

Este día nació en los puertos de Altagracia (estado Zulia) Ana María Campos, cuyo arrojo conspirativo la llevó en la ciudad de Maracaibo, en tiempos en que dicha urbe estaba bajo control del cruel y sanguinario Francisco Tomás Morales, a difundir la consigna “si Morales no capitula, monda”.

Ana María, de quien se supone que haya acompañado a quienes capitanearon el pronunciamiento del 20 de enero de 1821 -mediante el cual la Guarnición de Maracaibo se pronunció a favor de la Independencia- hizo uso de una expresión de la época “Monda o capitula”, cuya acepción en este caso significa pelar, como se hace con las cáscaras de frutas.

Así, para la época el significado de la frase de Ana María Campos era desfavorable a la figura de Morales en todo término, pues ofendía el orgullo español. Y dicha frase la repetía la joven heroína en distintos escenarios de la capital zuliana, hasta que llegó a oídos del capitán general Morales, y quien ordena su apresamiento y castigo, al obligársela a subir en un asno para recorrer calles de Maracaibo recibiendo latigazos por la espalda.

Cinco años después, con 32 de edad, y como efecto del brutal maltrato, muere Ana María Campos. Una estatua honra su memoria en la región zuliana.