Alfredo Carquez Saavedra

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Joseph Robinette Biden Jr, derrotado representante del imperio estadounidense, se sienta a conversar con sus archienemigos, los victoriosos talibanes. Guaidó autoproclamado como primer presidente narniano, experto en fracasos sempiternos, manda a los suyos a hablar con el odiado régimen. Ambos procesos tienen al menos un elemento común: La vuelta al punto de origen.

En el primer caso, Estados Unidos se ve obligado a tratar nuevamente de tú a tú con su antigua creación extremista y ultraconservadora, nacida gracias a las perversas mentes de los tenebrosos laboratorios guerreristas de Washington y al generoso apoyo financiero de la corona medieval saudí. Eso sí, esto sucede después de 20 años de una guerra genocida que causó gigantescos daños y enormes sufrimientos a los pueblos, cultura, economía, infraestructura y medioambiente afganos, tragedia en la que Europa hizo el papel de segundón criminal asociado.

En el segundo escenario, el oscuro personaje arriba mencionado llega una vez más con la derrota a cuestas. Luego de años de recitar su letanía casi incomprensible por su mala dicción, el títere de la Casa Blanca se bate entre el olvido (pero dorado) y la necesidad de recuperar algún espacio en los medios de comunicación y redes sociales, que le permita seguir viviendo de las ayudas desinteresadas de algunas ONG y democracias occidentales a las que nos les importa perder dinero.

Guaidó habla con quien no quería hablar. Como El Chavo del 8, sin querer queriendo reconoce al Gobierno Bolivariano, luego de años de twitters, fotos y videos promocionales, salto de rejas, guarimbas, peticiones de invasión y de sanciones; entrega de activos del Estado a potencias extranjeras y golpes frustrados, dirigidos en contra de quienes no estaba dispuesto a aceptar.

Ese mismo personaje digno de ocupar una prisión, va a elecciones con la misma institución tan criticada y vilipendiada por él. Él votará en las mismas máquinas que, cual Jair Bolsonaro, quiere desaparecer.  Y a pesar de todo aún no muestra la valentía de hablarle claro al minúsculo grupo que tal vez por ingenuidad, ceguera política o fanatismo, cree en su mantra.

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