Acuerdo y recuerdo para Pío Tamayo

Néstor Rivero Pérez

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Recién ha aprobado el Poder Legislativo de la Venezuela Bolivariana un acuerdo respecto a que los restos de Pío Tamayo sean llevados al Panteón Nacional. Ello ciertamente constituye acto de justicia y reivindicación de las batallas de las ideas que ha vivido la patria de Miranda, Bello, Robinson, Sucre y el Libertador, desde que en 1810 comenzó a desprenderse de los grilletes del prejuicio, la superstición y la ciega obediencia de quien por ignorancia abandona sus derechos al libre albedrío.

En este sentido, resáltese la reivindicación a la memoria y los restos de Pío Temayo, quien desde 1928 se vio reducido a la cárcel de la Rotunda de Caracas, para verse en 1931 conducido al Castillo de Puerto Cabello, donde habría de permanecer en cautiverio hasta finales de 1934, echándosele a la calle ya tuberculoso para que fuese a morir con los suyos varios meses después, en 1935. 

Este caroreño generoso, idealista y riguroso en el estudio, fue ejemplar cultor del libre albedrío, del derecho de cada persona a construir con su cabeza el contraste de nociones que transforma al homus erectus, en homo sapiens.

Pío, mediante las horas de lecciones que sobre marxismo acostumbraba impartir cada día a otros prisioneros -en la denominada Carpa Roja del Castillo- fue pionero en Venezuela en el adelantamiento intelectual que permite a otros el indispensable instrumental metodológico para la comprensión de la realidad nacional de su tiempo, y la complejidad de factores imbricados en el tránsito de la Venezuela agraria a la Venezuela petrolera.

La primera, la Venezuela rural, tenía al frente al temible ‘caporal’ oriundo de La Mulera (Táchira), quien desde 1907 manejaba el país como si este fuese la extensión de sus potreros en Las Delicias de Maracay. 

La segunda, la «República Hidrocarburífera» con la brusca modificación civilizatoria que significó el arribo de los taladros y sus jornaleros con casco y braga en torno a la boca del pozo con oro negro, cuadro este adosado a un impresionante e inusitado flujo de ingresos por exportación del crudo, que hizo de la renta del suelo una “cultura” y un modo de vivir.

A la comprensión de este drástico fenómeno contribuyó en su medida Pío Tamayo, organizando círculos de estudios con jóvenes que luego saldrían del presidio para llevar a la calle una lectura científica de la realidad nacional, su pasado y el riesgoso e ineludible reto de crear soberanía en la economía, el ejercicio de la política como servicio, y la capacidad de conocer, comprender y contribuir a resolver la problemática de un país maniatado que pugnaba por su propio destino en el marco del inexorable reordenamiento postimperial.

En oportunidad anterior y en las páginas de este diario, quien esto escribe expuso sobre Pío Tamayo lo siguiente “ (…) habiendo instalado un ciclo de formación regular y sistemática dentro del Castillo, y al que se denominaba la ‘Carpa Roja’, Pío contó con discípulos como Miguel Acosta Saignes, Juan Bautista Fuenmayor, Ernesto Silva Tellería y Rodolfo Quintero, entre muchos otros de los participantes de la Semana del Estudiante de 1928, jornada esta que ha pasado a la historia como la más ruidosa protesta de la Venezuela urbana en contra del dictador de La Mulera” (Vea, 4/03/2022). 

En el marco de la díscola historia de la izquierda venezolana, mellizal, utopista e indagadora, conviene volver a figuras que, como Pío Tamayo, supieron engarzar su horizonte personal de desolación y su friolento calabozo de tisis, con la confianza que otorga el estudio científico de la sociedad de su tiempo, sus patriarcas, su analfabetismo y sus Ño Pernaletes, Mujiquitas y Mrs Dángers, y también su suplantación por modelos de modernidad y construcción movilizadora de ideas y porvenir. Y el nombre de Pío -en cuyo expediente de traslado de la Rotunda al Castillo se leía “Pío Tamayo: Iniciador del comunismo en Venezuela. Elemento enemigo. Preso el 14 de febrero del año 1928 y remitido al castillo el 27 de febrero del mismo año” [Fuente: https://es.wikipedia.org]», bien se acreditó el significativo lauro de que sus restos sean llevados al Panteón, recinto de los grandes muertos de Venezuela.

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