Antes de su desaparición periodista Kalinina Ortega comunicó que enfrentaba «un problema muy grande»

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La abogada, Gerxy Dávila, cuya relación con la periodista se remonta al año 2007, ofreció a Diario Vea detalles pocos conocidos alrededor de la misteriosa desaparición.

VEA / Ildegar Gil

El 17 de agosto de 2016 y el 31 del mismo mes de ese año, se alojan con facilidad en los recuerdos de Gerxy Yolimar Dávila Contreras. La primera, dice, porque fue la última vez que conversó personalmente con la periodista Kalinina Ortega. Ambas charlaron en la avenida Vollmer, parroquia San Bernardino, Caracas. La segunda, afirma, porque lo hizo telefónicamente. A partir de ese instante, nunca más supo de la comunicadora social, cuyo paradero es desconocido desde aquel año.

Abogada de profesión, Dávila Contreras visitó este jueves 3 de marzo la sede de Diario VEA. Le inquieta que su nombre figure en algunos medios -no precisamente en este-, sugeridamente asociado con el hecho que envuelve al enigma de quien habitó la casa marcada con el número 19 en la avenida Fernando Peñalver, de la citada urbanización caraqueña. Ofreció detalles, poco difundidos hasta ahora. Uno de ellos, relacionado con el contacto telefónico del último día del octavo mes.

Ese contacto entre periodista y abogada era sin duda, de gran importancia, sobre todo para la primera. Narra Dávila que le escuchó decir «que tenía un problema muy grande, que tenía que ir a donde ella estaba» para hablarle del asunto que le inquietaba.

Pero, muy a su pesar, en lugar de celebrar su fecha de nacimiento o de atender a quien estaba del otro lado de la línea, debió abocarse a auxiliar a su hermano, Randy, víctima -ese día-, de un accidente automovilístico en una autopista citadina.

Ante la pregunta en torno a si hubo algún adelanto por vía celular, especificó que no. «Ella era muy precavida y no anunciaba cosas por teléfono (…) pensaba que le estaban pinchando las llamadas», dijo.

Las denuncias

Durante el diálogo con Diario VEA, trajo a colación dos denuncias que en su oportunidad elevó ante las instancias correspondientes la extrabajadora del diario El Nacional. Una de ellas hacia Mago Velásquez, «porque a su conocer y saber él le estaba dañando la casa. También denunció al señor Luis Caraballo, que estaba construyendo un autolavado al lado de la casa y según su experiencia ella decía que ambos vecinos estaban produciendo el asentamiento de la casa; que la casa se estaba hundiendo», indicó.

De este par de acciones se enteró -como otros integrantes de la comunidad-, en mesas de trabajo organizadas por la comunidad en el Gabinete de Convivencia Ciudadana (GCC), que tenía como centro operativo la sede de la Casona Anauco Arriba. «Allí atendíamos todas las denuncias; desde una tubería rota, una mala construcción, una invasión», rememora. Promediaban los años 2012-2013.

Kalinina Ortega, a la izquierda, durante reunión del Gabinete de Convivencia Ciudadana, el 14 de agosto de 2013. Foto cortesía Gerxy Dávila

Otro «desaparecido»

Un tercer registro relacionado con el caso, ocurrió en septiembre de aquel año 2016. Esa vez, el cuerpo de seguridad del edificio en que habita, allí mismo en San Bernardino, le hizo llegar un mensaje cuya autora fue la propia Kalinina Ortega. Textualmente, la profesional del derecho nos dijo: «Ya me habían dicho que ella iba a permitir que alguien viviera allí por 15 días para que le arreglara el jardín. Pero ese señor también desapareció. Ese señor no se consiguió en ninguna parte, y se llama Armando Ricci Degiosti».

-Cuando usted dice que desapareció, ¿a qué se refiere? ¿Nunca más lo vieron? -preguntamos.

-No, no lo vieron más nunca. Después que salió de allá y que (él) supuestamente escribió una carta donde decía que escuchaba voces, porque ella (también) me decía que escuchaba voces (…) ese señor era amigo de la economía informal de la (avenida) Vollmer y fueron hasta su casa y él no aparecía. Sus cosas estaban allá- refiere del hombre nacido el 28 de abril de 1955, según copia de la cédula de identidad (15.703.132) mostrada en la Dirección del diario.

Adiciona que, «según la carta», el plazo en la casa se extendió a 20 días «aunque ella me dijo a mí que serían 15».

¿Recuerdan la Policía Metropolitana?

Revela que también, durante las reuniones de trabajo en el GCC, escucharon un espeluznante relato vinculado con deleznables abusos que efectivos de la extinta Policía Metropolitana (cesada en el año 2011), habrían perpetrado contra su parroquiana. Argumenta que «por eso vivía sola y no quería que nadie más viviera allí, para que no viviera su suerte», indica.

El hecho, subraya, fue denunciado ante la entonces jefa del Ministerio Público, la Vicepresidencia de la República y la Defensoría del Pueblo. Según estima, reinó la impunidad.

La cobertura y la búsqueda de la verdad periodística en «muchos espacios peligrosos», estarían detrás del ataque, habría comentado en más de una ocasión. «Decía que a raíz de eso hubo una persecución permanente porque manejaba información muy importante y delicada. Por eso no permitía que nadie viviera con ella, porque decía que así como se lo hicieron a ella se lo podían hacer a cualquier visitante y se iba a sentir muy culpable de eso», adicionó.

En la unidad de Psiquiatría del Hospital Jesús Yerena, ubicado en el sector Lídice, parroquia La Pastora, reposa el expediente abierto al momento en que fue atendida, luego de buscar atención médica producto del estado que habría dejado en ella aquel terrible momento, explicó.

Su búsqueda

Contó que «cuando caímos en cuenta que no estaba, que no había noticias de ella, que todos los abuelos que tanto la consintieron, ninguno de ellos sabía» de su suerte, y luego de acercarse infructuosamente durante tres (3) días consecutivos a la residencia, decide que «había que actuar de otra manera. Es cuando nos ponemos de acuerdo con la Policía de Caracas. Como yo tenía la llave de la primera puerta, necesitaba una autoridad que diera fe pública para poder ingresar a la casa, abrir con  un cerrajero, que revisáramos a ver si estaba desplomada en alguna parte de la casa, si le había pasado algo», prosiguió, para acotar: «Lamentablemente, no estaba».

La visita junto a los uniformados se concretó el 10 de octubre, es decir más de dos (2) meses después del diálogo telefónico y poco después de la fase vinculada a Ricci Degiosti. «Mi temor era que le hubiera pasado algo porque, en junio de ese mismo año, ella tuvo un accidente de varicocele; se le reventaron las venas y yo tuve que subirla a la casa porque no podía caminar», señala.

Ante tal condición de salud, «ella me da la llave de ingreso de la primera puerta de la casa para que le llevara medicinas o comida a la casa, porque su ingreso era la bolsa de CLAP que los abuelos le consiguieron, o su pensión. Una persona con dos vendas en las piernas no se va a levantar», describió.

Refresca que a las 8:30 de la mañana del siguiente día, 11 de octubre, «yo estaba en la Unidad de Víctimas Especiales del CICPC», donde sorteó capítulos como la espera de nueve (9) horas y la crítica de no ser familiar directo. «Me dicen que como yo era nadie, que buscara un familiar para que hiciera la denuncia de la desaparición. Les dije que ese nadie era quien se la pasaba con ella para arriba y para abajo junto con un grupo de amigos de la parroquia. Salí a las 5:00 de la tarde, esperando que me tomaran la denuncia porque para ellos era como una mentira que alguien estuviera desaparecido», comentó.

Tiene claro que el funcionario Harrison Estrada «fue a la  casa, como a los dos días de la denuncia, e hicieron el levantamiento. Ese expediente no me lo dejaron leer, por ser parte de la investigación».

El capítulo de la llave

Identifica en quien considera su tutora de tesis, a una ciudadana que «ayudaba a la comunidad en todos los sentidos». Ubica en el año 2007 el momento que significó el inicio del tejido de una amistad de tal magnitud, que la reportera le facilitó la llave antes aludida.

Argumenta que solo podía ingresar a un espacio determinado de la morada, «pero nunca al interior» del inmueble. El limitado acceso, no obstante, le facilitaba -asegura-, dotarla de alimentos y medicinas. Añade que gracias a esa llave pudo franquear la entrada de los funcionarios del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (CICPC), dos (2) días después de formular la preocupante desaparición.

Enfatiza que dado el restringido alcance con la llave recibida, ni ella ni los efectivos pudieron ir más allá del patio, precisando que el recorrido se limitó a áreas desde donde a través de las ventanas se puede observar hacia el interior de la residencia. «Así fue que vimos que todo estaba en orden», complementa.

El acuerdo con la familia

La permanencia de su hermano Randy, en el piso 2 de la casa, encuentra en su narración un origen vinculado al estado de deterioro que según señala, se evidenciaba hacía seis (6) años aproximadamente.

Destaca que con parte de la familia Ortega, una vez formalizada la denuncia sobre la extraña situación de desaparición, se firmó un acuerdo. Expresa que a tal fin, en junio del año 2017 fue elaborado un documento en el que se establece que Randy (quien por su estado de salud, devenido del accidente «no podía subir escaleras»), asumiría la refacción de la vivienda y, «en contraprestación de su ocupación» obtendría el derecho a ocupar el nivel superior por espacio de tres (3) años «o hasta que Kalinina apareciera y decidiera». La reparación se extendió durante mes y medio, luego de lo cual se produce la mudanza prevista y convenida.

Ante la observación del vencimiento del plazo convenido, indica que «Kalinina no había aparecido», a lo que suma el surgimiento de la pandemia como consecuencia del Covid-19, lo que complicó la obtención de otro espacio como hogar y, por supuesto, la mudanza del inquilino. Acota que para obtener el recurso que hizo posible la recuperación de parte de la residencia, su hermano debió vender bienes como motocicletas y algunas prendas.

De nuevo en el CICPC

Casi seis (6) años después, Dávila Contreras debió regresar a la sede de la policía científica venezolana, ubicada en la avenida Urdaneta. Sucedió el 26 de febrero. Ese día -y no el 27, como se señaló inicialmente-, fueron localizados unos restos óseos que reanimaron el interés público sobre el paradero de Ortega. Ella y Randy fueron invitados por personal del organismo investigador presente en el inmueble. Ambos permanecieron en el piso 4, División de Homicidios, desde las 8:00 de la noche hasta las 2:30 de la tarde del día siguiente.

«Nos atendían (…) se iban, volvían; cuando pasaban nos volvían a hacer otras preguntas, repreguntas y nos decían que eran tres supervisores y los tres tenían que leerlo y si pensaban alguna pregunta distinta…», señaló, al ser preguntada sobre el motivo que originó la larga espera. Admite que en ningún momento fue centro de expresiones capciosas por parte del personal de guardia.

Su colega, Ninoska Silva, amiga de la familia de la comunicadora, y el zapatero, Efraín, (cuyo perro habría dado con los huesos luego de remover la tierra) también fueron entrevistados, siendo despachados pocas horas después del ingreso.

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