FILE PHOTO: New U.S. Secretary of State Antony Blinken begins his first press briefing at the State Department in Washington, U.S., January 27, 2021. REUTERS/Carlos Barria/Pool/File Photo

Alfredo Carquez Saavedra

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El secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, se dejó de cuentos y decidió ir a pasar revista por el protectorado que desde los años de Francisco de Paula Santander, mantiene la Casa Blanca en Colombia. Advertido por el hecho de que el representante de EEUU que ocupa la oficina principal del Palacio de Nariño va en picada, en lo que respecta a respaldo popular, se asomó al patio trasero neogranadino para tratar de componer daños.

Hasta agosto de 2021 el rechazo de los colombianos hacia Duque mostraba registros históricos. Sus paisanos descontentos por razones de sobra sumaban 76 por ciento. Y en medio de protestas, que no cesan, cada día más, paso a paso, se acercan las elecciones presidenciales previstas para mayo de 2022.

Y esto, sin duda, le preocupa a Blinken, pues todo indica también que quien tiene la oportunidad de ganar esos comicios, al menos en el discurso, muestra mucho mayor apego a la soberanía nacional, atributo que en el caso de Duque es absolutamente inexistente.

Pero ¿qué de bueno se le puede pedir al pupilo preferido y más destacado de Álvaro Uribe, el Matarife? Este, que dejó muy atrás a su antecesor, Juan Manuel Santos, ha dado muestras y más muestras de haber superado a su maestro en:

* Violaciones de derechos humanos (77 masacres con 279 víctimas hasta el pasado 20 de octubre; 91 masacres con 371 víctimas en 2020, según el Observatorio de DDHH, Conflictividad y Paz);

* Ser vínculo preferido con el mundo del narcotráfico y la compra de votos (ejemplo: Caso José Guillermo Hernández, alias Ñeñe);

* Reincidente en la aplicación de la política de falsos positivos;

* Cómplice de los asesinatos de firmantes del Acuerdo de Paz (31, hasta el 11 de octubre);

* Promotor privilegiado de los desplazamientos internos (al menos 106 mil afectados en el año, producto de la violencia desatada por paramilitares, bandas de narcotraficantes y demás grupos irregulares.

Todas estas acciones nunca castigadas por el protectorado oligárquico colombiano en contra de su propio pueblo, lucen invisibles a los ojos de un tipo de la calidad de Blinken, quien en medio de sus quehaceres de supervisor de la neocolonia de al lado, no tuvo tiempo para mirar esa verdadera tragedia que es Colombia. ¡Ahhh!, pero como manda el guion, aprovechó los micrófonos y las cámaras para atacar a Venezuela. Sin embargo, y tal vez por no estar pendiente de los detalles -como aconsejaba siempre el Presidente Hugo Chávez- brincó el conejo del sombrero con la carta enviada por el Senado colombiano, legitimando así a la Asamblea Nacional electa el 6 de diciembre de 2020 y que entró en funciones el 5 de enero de 2021.

Duque, despechado y ante su jefe Blinken, declara que «una cosa en la que no nos podemos equivocar es en que lo que Colombia no va a hacer es reconocer una dictadura oprobiosa, corrupta, narcotraficante». El muy tonto no entiende que en la carta de sus paisanos parlamentarios están hablando los bolsillos de la clase dirigente que lo llevó al poder.

 

 

 

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