Eugenia Russian

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Muchas comunidades cristianas del mundo viven el adviento como un tiempo especial de preparación a la llegada del Niño Dios. Se rememora la espera por un Mesías Liberador que se lo imaginaban como un gran Rey que viniese con ejércitos modernos y tecnología de punta para someter a los imperios opresores, aniquilar a los enemigos e imponer una paz firme basada en un gran poder. ¿Qué se puede esperar en ese ser frágil, nacido en una zona como la Palestina actual, invadida por el imperio romano de entonces, con un rey impuesto opresor y con un sanedrín religioso opuesto a cualquier renovación?

Están quienes celebran la Navidad con fuegos artificiales, mercantilizando con la vida y convirtiendo esta fiesta en un constante consumismo. De allí la importancia de profundizar no tanto sobre la existencia de Dios y de su encarnación sino cuál es el Dios que se espera.

Prepararse para celebrar la llegada del Niño liberador hoy implica reconocer el aporte de su verdadero Espíritu que puede llegar a ayudar a cambiar el curso de la historia de opresión. A las comunidades nos tocan estar preparados para poder oír el grito de los pobres y el grito de la Tierra.

En este tiempo de Esperanza debemos valorar la llegada del Niño Jesús como verdadero Liberador. Que plantea una paz que no es la de los imperios, las comunidades tienen el reto de asumir una conciencia ética que ayude a superar los conflictos con sus propias culturas para poder curar en sábado cuando la vida de un ser humano esté en peligro. Tiempo de espera para alimentar una revolución espiritual. Y tomar este tiempo para una profunda revisión sobre el reconocimiento de este frágil niño como el Mesías esperado. Un Niño que no hubiese sido ninguna noticia en medio de un mundo oprimido lleno de violencia y que nos llama a ser constructores de paz con justicia.

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