Alfredo Misler

@poesiayguitarra

¿Quién no ha empleado el término milagro en algún momento de su vida? “Llegué de milagro”, “aprobé el examen de milagro”, “¡qué milagro!” (cuando alguien, de manera sorpresiva, nos visita o nos llama), son unas de las múltiples expresiones de las que los hablantes hacemos uso en nuestra cotidianidad.

Ahora bien, ¿qué es un milagro? El Diccionario de la lengua española, en su primera acepción, lo refiere como un “hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino” (o del Dios bíblico). Según cita el Diccionario Akal de las Religiones, dicho significado es atribuido al propuesto por Tomás de Aquino en su Summa theologica.

Muchas de las religiones actualmente existentes (al menos las occidentales; me parece que también las orientales) manifiestan su creencia en los milagros y exhortan a sus adeptos a mantener la fe para que lo divino y sobrenatural los arrope. La iglesia evangélica, por ejemplo, ha hecho gala por redes sociales de sus supuestos poderes (claro, no por medio de santos ni imágenes, ni cruces, pues no creen en estas figuras): en los que podemos ver videos que exhiben, en un caso, cómo la pierna de un niño que al parecer era significativamente más pequeña que la otra se va “alargando” a medida que el llamado “pastor” hace alarde de manera exaltada –casi en éxtasis- de la oración milagrosa.

En otro material audiovisual, una mujer desconsolada e inconforme con el tamaño de sus senos acude desesperada al encuentro evangélico para que, sin someterse a una costosa mamoplastia, el “buen pastor” le conceda el milagro que podría reducir en gran cantidad los ingresos económicos de un médico cirujano. Y como estos, son muchos los ejemplos que abundan en las redes.  

Sin embargo, es preciso señalar, los Testigos de Jehová rechazan enfáticamente que en esta era se produzca cualquier manifestación de estos fenómenos que aparentan no tener explicación de acuerdo con las leyes de la naturaleza. El portal digital de esta congregación, www.wol.jw.org, advierte sobre una encuesta que se realizó en Alemania, en el año 2002, que indicaba “que el 71% de los ciudadanos de dicho país opinan que los milagros son ficción, no realidad”.

Más adelante, el texto intenta argumentar el porqué los Testigos de Jehová reniegan en la actualidad de la existencia de los milagros y afirman que, en efecto, caducaron. Así, sostiene que “la Biblia narra con detalle los milagros que ocurrieron en tiempos antiguos —curaciones, resurrecciones, etc.—; no obstante, también señala con claridad que tales milagros ya no se efectúan”.

Asimismo, agrega que “muchos de estos milagros sirvieron para presentar a Jesús como el Mesías y demostrar que tenía el respaldo de Dios. Los primeros seguidores de Jesús recibieron dones milagrosos, como el de hablar en lenguas (…). Seguidamente, advierte que “no obstante, Pablo explicó que estos dones terminarían cuando ya no fueran necesarios”.

Por último, la argumentación de los Testigos de Jehová finaliza subrayando que “ya no se precisan milagros para atestiguar que Jesucristo es el Libertador nombrado por Dios ni para probar que Jehová está respaldando a sus siervos”. Es probable que para muchos lectores, esta tesis (como la de todas las religiones) les resulte débil, frágil y sospechosamente oportuna.

Ahora bien, intentemos otorgar veracidad a estos poderes sobrenaturales. En principio debemos considerar que para optar por un milagro es tan o más tortuoso que pedir un crédito o préstamo bancario. Pues para el financiero, si eres un asalariado, de entrada sabes que te lo van a negar. Incluso, si cuentas con un ingreso más o menos aceptable (para el banco), pero tienes un pésimo historial crediticio con tu tarjeta de crédito o préstamos anteriores, igual te rechazarán tu solicitud.

En el caso de los milagros, el camino se torna más complicado. Se convierte, entonces, en una suerte de lotería. Una incertidumbre total. Puedes contar con todos los requisitos: orar a diario; si eres católico, asistes cada semana a la misa dominical; obras bien; pregonas el amor, la ayuda; no codicias, etc. Y aún así, hay una altísima probabilidad de que no seas un beneficiario. Pero pensemos en un recién nacido o alguien menor de 10 años, tampoco es garantía de ser acreedor de un milagro tras una enfermedad grave o, en el peor de los casos, terminal.

Algunas de las promesas para “pagar el favor concedido” varían. Pueden ofrecer desde caminar descalzos por kilómetros enteros o, los menos arriesgados, comprar flores y llevarlas cada cierto período de tiempo hacia alguna iglesia o lugar “santo”.

En Venezuela, el país presenció el 30 de abril la beatificación del llamado “médico de los pobres”, el doctor José Gregorio Hernández Cisneros, a quien se le atribuye una serie de curaciones sobrenaturales luego de su muerte, en 1919, y desde entonces gran parte del pueblo venezolano lo venera. Quienes han hecho una biografía de este insigne personaje, dan cuenta de más de 10 mil supuestos milagros desde hace casi un siglo hasta el presente.

No obstante, los procesos de beatificación deberían ajustarse hacia algo más tangible y “objetivo” (si es que cabe la objetividad). Es decir, glorificar, santificar, beatificar a una persona por lo que hizo en su vida terrenal más que por sus supuestos dones milagrosos.

Es sabido que el doctor Hernández, científico brillante, siempre estuvo presto a ayudar al pueblo humilde; no usó su conocimiento médico para el lucro individual. Asimismo, se descubrió que cuando en 1902 las tres potencias europeas (Alemania, Italia e Inglaterra) buscaban invadir a Venezuela con la intención de cobrar con fuego las deudas contraídas con dichos países, el entonces presidente Cipriano Castro emitió una proclama que captó la atención del pueblo: “Venezolanos la planta insolente del extranjero ha profanado el sagrado suelo de la Patria”. Tras este discurso, el doctor José Gregorio Hernández fue el primero en alistarse en las milicias, tal y como aparece documentado en los archivos de nuestra República, para la defensa de nuestra Patria soberana.

Acciones como estas son las que deberían prevalecer para poder elevar a una persona a un grado superior y sobrehumano. Y, sin duda, en este aspecto al menos, el “médico de los pobres” se lo merece.

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