Alberto Vargas

@albertovargas30

Los crímenes de lesa humanidad, el genocidio aberrante contra los pueblos, confirman cómo la Declaración sobre los Derechos Humanos son un saludo a la bandera.

Nunca antes como ahora han coexistido infinidades de normas, organismos internacionales y autoridades encargadas de proteger la vida y la dignidad humana; sin embargo, jamás como en el más de medio siglo que se ha extendido desde la proclamación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) hasta nuestros días, se han registrado tantas y tan atroces violaciones de las garantías fundamentales de la especie humana. Una de las contradicciones desafiantes es cómo el bienintencionado discurso sobre los derechos humanos que producen Estados y las instituciones internacionales, tiene como escenario una desdichada realidad, sobre todo el respeto al derecho a la vida. Esta dramática paradoja que contrasta entre la teoría y la práctica, entre los derechos humanos y la cotidianidad de la vida, deja en evidencia que no es posible que mediante la intervención de los aparatos internacionales y estatales, sean superadas tantas violaciones a la vida. Es un tema que debe ser reivindicado por la sociedad civil.

El sindicato de naciones poderosas que conforman la OTAN, la ONU, la UE y la OEA, entre otros organismos internacionales que avalan y apoyan el actual depredador sistema mundial, son instituciones que a las decisiones sobre los crímenes de lesa humanidad, les brindan soporte y «legitimidad democrática».

El complejo militar-industrial utilizó su poder para modificar las instituciones según su propia conveniencia. La OTAN tiene como función filtrar y adecuar las grandes opciones de carácter estratégico, que faciliten las orientaciones imperiales para el dominio del mundo; no hay reglas, todo es válido.

Un ser humano como realidad singular, es el epicentro del universo, por tanto, la idea de la dignidad humana debe ser el núcleo de los derechos humanos. Los seres humanos no somos animales de rebaños sino conciencias en libertad; las personas son sagradas porque en ellas palpita también la humanidad.

Las primeras palabras de la Declaración Universal, nos recuerda: «Todos los hombres nacen libres e iguales en dignidad y derechos». La realidad que ofrece el mundo sobre el respeto a los derechos humanos nos acusa de faltos de humanidad. Mientras existan innumerables crímenes amañados por la impunidad, mientras la mayor parte del género humano viva en el hambre y en la injusticia, para morir en el abandono y en la ignorancia, el documento que fue adoptado el 10 de diciembre de 1948 en París, continuará siendo letra hueca y vana. El espectáculo que ofrece el mundo en su entorno al margen de los derechos humanos, sin duda, nos ancla en el pesimismo. Estamos viviendo guerras insólitas, guerras de contención contra aquellos que están luchando para gozar plenamente de sus derechos fundamentales. Un aparte del preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas, conmina a las naciones «a reafirmar su fe en los Derechos Humanos fundamentales, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres, y de las naciones grandes y pequeñas».

Lo que se reclama es que pongan en práctica el documento sobre los Derechos Humanos, que encuentren la manera de hacer respetar efectivamente los derechos del hombre y la mujer por los Estados.

En fin, estas libertades enunciadas serán siempre ilusorias mientras exista el depredador y criminal capitalismo salvaje, generador de la maldad y el egoísmo.

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