Donald Trump: Atentados o declaración de guerra desde el Estado profundo
La autora es periodista y analista política. Ganadora del Premio Nacional del Periodismo Simón Bolívar 2022.
Yoselina Guevara L.
@lopez_yoselina
Donald Trump vuelve a ser noticia este domingo 15 de septiembre. Dos meses después de un primer atentado, fue sorprendido por los servicios de seguridad del expresidente, Ryan Wesley Routh, de 58 años, un hombre armado con una ametralladora “tipo AK47”, y una cámara GoPro dentro del Palm Beach Golf Club, produciéndose un intercambio de disparos, mientras el magnate jugaba al golf . Las intenciones del sospechoso son claras, eran asesinar al candidato republicano para las próximas elecciones presidenciales.
Problemas de seguridad internos
Este segundo ataque a Trump en pocas semanas, plantea dos problemas a la vista: La fiabilidad del servicio secreto del candidato, pero sobre todo la compleja gestión de la seguridad dentro de las propiedades del magnate. Los campos de golf, como es lógico, son desde hace tiempo una fuente de preocupación para los funcionarios del servicio de seguridad del expresidente, por sus características de amplitud espacial, bosques alrededor, colinas, etc, que pueden servir para esconderse a posibles atentadores.
Pero además, este segundo atentado puede ser una forma de acaparar la opinión pública; después del aparente fracaso en el debate con Kamala Harris, candidata presidencial demócrata. Por otra parte este hecho ha colocado nuevamente en la palestra la reiterada mención por infinidad de analistas políticos, periodistas y comentaristas, de las posibles implicaciones del Estado profundo norteamericano en el atentado al candidato republicano.
Demoleremos el Estado profundo: Trumpiana promesa electoral
Donald Trump ha reiterado una y otra vez, en casi todos los mítines de su actual campaña electoral, que cumplirá con los planes políticos de su primera Administración, que tienen como uno de sus focos principales exterminar el Estado profundo o bien la compleja máquina gobernativa de los Estados Unidos.
Evidentemente esta es una promesa casi imposible de cumplir, por las dimensiones del aparato norteamericano, el cual nadie sabe con precisión con cuántos empleados cuenta. Algunos cálculos aproximativos señalan cerca de cinco millones de dependientes entre civiles y militares; para tener una idea, eso seria el equivalente a toda una ciudad como Brasilia, o un poco menos de toda Caracas. Estas cifras aproximadas ubican al Estado federal norteamericano como posiblemente el primer empleador del mundo, por encima del Ejército de la República Popular China.
Para ser mas precisos esta mole abarca, solo en política exterior, el departamento de Estado, el Pentágono, la CIA, el departamento del Tesoro, la Agencia de Seguridad Nacional, etc. Sin incluir los millones de contratistas que forman parte de la dimensión de ganancias económicas e inversores de las empresas privadas, en sus relaciones con el Estado.
La manera como Trump quiere demoler el Estado Profundo es a través de la reedición de la orden ejecutiva 2020, que le otorga al Presidente de los Estados Unidos la facultad de destituir trabajadores de la función pública, que actualmente cuyos empleos no son partidistas y están protegidos, para que puedan ser despedidos y sustituidos por afectos al partido de gobierno de turno.
Tras una promesa incumplida, un asesinato
En 1881 el presidente norteamericano James A. Garfield es asesinado por razones netamente burocráticas, por el abogado Charles Guiteau, quien le dispara al mandatario a mansalva convencido que el mandatario lo había traicionado al negarse a nombrarlo cónsul de los Estados Unidos en Francia, un cargo que Guiteau tenía más que merecido por haber contribuido con la campaña electoral de Garfield cuando era candidato presidencial.
Pero aquí entramos en otro aspecto específico de la burocracia americana, Guiteau temía que Garlfield quisiera abolir el “spoil system” que había sido introducido en 1828 por el presidente Jackson, como una forma de retribuir a los que habían participado en su elección, otorgando cargos a sus partidarios. En el caso de Jackson, es posible que haya tenido también en mente evitar la aparición y sobre todo la persistencia de una clase burocrática inoxidable que siempre permaneciera en su lugar. El mecanismo consistía en reemplazar la estructura burocrática cambiando el color de una Administración, desde el punto de vista político, con nuevas contrataciones, con nuevos empleados leales al Presidente de turno.
Después del asesinato de Garlfield, el Parlamento estadounidense decidió aprobar en 1883 la ley Pendleton, que básicamente reforma el servicio civil, obligando a basar las contrataciones por el mérito en lugar de las conexiones políticas. Esta normativa sigue vigente hoy en día; de allí que el Presidente de los Estados Unidos solo puede cambiar la cúpula de la burocracia a través del “spoil system”, sin poder ejercer un poder real en la estructura del Estado. En otras palabras, el cuerpo burocrático, el vientre del Estado, sigue siendo el mismo, independientemente de quien sea el primer mandatario; allí reside gran parte del poder del Estado Profundo.
Política exterior manejada desde las entrañas
Si bien es cierto que la realidad nacional es manejada desde el “government”, también desde allí son tomadas todas las decisiones a nivel de política exterior. Los departamentos, o los equivalentes a ministerios del Estado profundo, están divididos por secciones del globo terráqueo; particularmente el Pentágono en Comandos; la CIA en estaciones de inteligencia, etc. Esta división a todas luces representa la idea imperial y por tanto global que Estados Unidos tiene del mundo, donde ellos tienen que ser los administradores de todos los países del planeta; por ello conocemos de antemano lo que sucede con las naciones que se revelan a la arrogancia imperial.
Pero siendo una estructura tan inmensa, no quiere decir que funcione como un monolito; por el contrario no miran el mundo de la misma manera, y cada uno de estos departamentos tiene su propia visión de cuál debe ser el rol de los Estados Unidos en el planeta; esto lleva a casi un sin fin de divisiones.
Por ejemplo, siguiendo con el Pentágono, el equivalente a un Ministerio de Defensa, emplea cerca de 3,2 millones de personas. Tomando como referencia la Guerra en Afghanistán, antes del retiro de las tropas norteamericanas en 2021, había cerca de 17.000 militares estadounidenses en suelo afghano, pero los llamados mercenarios, que son parte de los “contractors” o contratistas del Pentágono, superaban los 25.000.
No olvidemos que estos mercenarios tambié están presentes en el Conflicto en Ucrania y en todos los teatros de guerra impopulares a lo largo del orbe; además llevan a cabo parte del trabajo sucio que no realizan los militares estadounidenses.
Estos submundos de “contractors” no pocas veces entran en conflicto con la burocracia; uno de los casos más célebres es Edward Snowden, el cual en 2013 hizo estallar un escándalo al revelar que el aparato de inteligencia de los Estados Unidos espiaba y recogía información prácticamente de todo el mundo, violando las más elementales normas de privacidad.
Es decir, el golpe que quiere propiciar Trump a la estructura burocrática del Estado profundo, no se trata solo de ganar poder político efectivo in situ, sino también del manejo a placer del submundo de los “contractors”, las contratistas que pululan en absolutamente todos los departamentos del government estadounidense y que representan una verdadera mina de oro que opera en diferentes ámbitos.
Este nuevo incidente en el campo de golf puso de manifiesto los evidentes fallos del sistema de seguridad, pero no cabe duda que la promesa electoral de Donald Trump de transformar el tamaño y alcance del Estado profundo norteamericano, y hacerlo más subordinado a su autoridad, se ha convertido en una abierta declaración de guerra al gobierno federal, que ya empieza a surtir sus efectos.