Clodovaldo Hernández

@clodoher

Probablemente no haya habido una frase más eficaz para combatir a la izquierda en América Latina, que esa que dice: «En el comunismo, si tienes dos pantalones, te quitan uno».
Millones de pobres de todos nuestros países han terminado apoyando a los líderes y partidos de la burguesía más excluyente y reaccionaria tan solo por el miedo a perder unos segundos pantalones (o camisas o blusas o pares de zapatos) que, en muchísimos casos, nunca han podido tener.
Como cruel ironía, esos gobiernos que los salvaron de la amenaza roja, han terminado por dejarlos -metafórica o literalmente- desnudos y descalzos.
Pasan los años, las décadas; se suceden experiencias cada vez peores con los gobiernos de la derecha, pero el argumento de los dos pantalones sigue dando resultados en votos y en apoyo popular al imperialismo y a las oligarquías.
He oído análisis sobre este fenómeno que lo explican así: El modelo capitalista es parecido a las religiones que ofrecen la felicidad como una opción disponible para todos, aunque para la mayoría sea algo que solo llegará en el  futuro, incluso en esa parte del futuro que está después de la muerte. La esperanza de tener propiedades algún día, legitima así tanto la carencia ancestral como la miseria del momento presente. Tal vez sea esa una buena explicación.
El tema tiene una vigencia permanente en todos nuestros países porque, obviamente, forma parte de la superestructura ideológica que permite mantener al capitalismo boyante, a pesar de las groseras desigualdades que genera, y que en la etapa neoliberal han llegado a límites que deberían resultar intolerables.
En décadas pasadas, la referencia sobre lo que podría ocurrirle a uno si alguna vez llegaba al poder la izquierda (por las buenas o por las malas) era única y exclusivamente Cuba. Te decían que si te gustaba la idea de tener un solo pantalón, podías “irte pa’ Cuba a cortar caña, carajito”. Te decían que si ganaba José Vicente Rangel o Teodoro Petkoff (que en esa época era un terrible demonio comunista) te iban a quitar todo aquello de lo que tuvieras dos (excepto los órganos y partes anatómicas, si acaso). Yo, que atesoraba una pequeña pero muy amada colección de carritos de hierro Matchbox, ya me imaginaba entregándolos todos -menos uno- a los «niños pobres»… es decir, a los más pobres, porque ya mi familia estaba bastante cerca de eso que llaman la frontera con la pobreza extrema.
En fin, el asunto viene a cuento porque en años recientes, a Cuba le ha salido un relevo en ese papel de espanto oficial para gente pobre que tiene miedo a sufrir expropiaciones, en la mayoría de los casos de bienes que ni siquiera posee ni podrá poseer bajo las reglas del capitalismo salvaje. Ese nuevo fantasma es Venezuela.
Si se hace una revisión de todos los procesos electorales y de otras incidencias políticas de la región en los últimos años, se encontrará que no hay un solo candidato o partido de la derecha o la ultraderecha que haya ganado el apoyo popular sin necesidad de recurrir al miedo a «ser como Venezuela», un país desgraciado donde se supone que a todos nos quitaron ya los segundos pantalones y ahora nos estamos comiendo los perros y los gatos.
Es perfectamente comprensible que los grandes propietarios siembren este miedo, pues ellos no están preocupados precisamente por la ropita que se van a poner mañana, sino por enormes extensiones de tierras, control de recursos naturales, grandes empresas industriales o comerciales, de transporte y servicios, relucientes entidades bancarias y constructoras de obras públicas y privadas. Pero cuando escuchamos a la gente más necesitada y excluida de Perú (por solo mencionar el país que fue recientemente a elecciones) decir que iba a votar por Keiko Fujimori para no terminar en la ruina comunista, como Venezuela, se siente un gran desconsuelo. Se comprueba que la dominación está demasiado sembrada en las cabezas de los oprimidos. Da una risa de esas que vienen mezcladas con ganas de llorar.
Hace apenas unas semanas, el efecto de este miedo dio frutos para la burguesía ecuatoriana. Gente en muy precaria situación económica votó por uno de los hombres más ricos del país, no porque lo considere muy brillante ni muy honesto, sino para evitar que el «comunismo» les vaya a quitar sus posesiones, casi todas ellas ilusorias.
El favorecido por el voto pobre se dispuso de inmediato a tomar las medidas adecuadas no para quitarles, sino para bajarles los pantalones ya no solo a los más pobres, sino también a la muy anticomunista clase media, que cree estar más cerca de llegar a lo más alto que de caer a lo más bajo (y casi siempre le pasa lo contrario). Más pronto que tarde oiremos los lamentos y quién sabe si ruidos peores.
Y no solo se trata de coyunturas electorales. En la desolada y violenta Colombia, un país líder en materia de desigualdades vergonzosas, jamás gobernado por la izquierda, germina y florece el discurso del anticomunismo implantado por la oligarquía y sostenido por los explotados, los excluidos, los segregados.
Cuando la matriz del miedo a las desgracias que traerá el comunismo deja de surtir plenamente su efecto, las élites sacan a relucir sus otros instrumentos favoritos, los de la represión, y le dan la vuelta al argumento: Aseguran que la violencia generada por los bárbaros comunistas-socialistas-guerrilleros-terroristas, es la causa de que el país deje de ser próspero, como se supone que era. Y así vemos a la «gente de bien» disparando a matar a los que les quieren robar su prosperidad.
Y, claro, junto con los tiros de plomo van las otras balas: «¡Oiga, pelao, si quiere comunismo y vivir con un solo pantalón, váyase para Venezuela!».

Reflexión (y petición) dominical
La escalada de Tucídides (Hacia la tripolaridad) es el nombre del libro, recientemente publicado, del ministro de la Defensa, general en jefe Vladímir Padrino López.
La obra contiene una visión muy objetiva de la confrontación geopolítica que está en marcha entre la potencia amenazada, Estados Unidos; la potencia emergente, China; y el actor destinado a ser tercero en discordia y fiel de la balanza: Rusia.
Padrino suscribe la tesis de que esa pugna (que evoca la planteada por Tucídides acerca de las guerras del Peloponeso, hace 2 mil 400 años) podría conducir incluso a la Tercera Guerra Mundial y advierte que en la actualidad la contienda se encuentra temporalmente atenuada por la pandemia global, pero que, una vez superada esta, adquirirá su máxima intensidad.
En el libro, editado por El perro y la rana, solo se echa de menos un aspecto que sería bueno conocer desde la pluma o desde la voz de tan importante funcionario: ¿Qué rol tendrá Venezuela en las futuras incidencias de esta confrontación estratégica, habida cuenta de que ha pasado a ser un bastión de la potencia emergente en el espacio que la potencia amenazada considera propio?
Si el ministro me concediera una entrevista, le haría primero que nada esta pregunta. Queda dicho.

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