El jardín electoral
El autor es ingeniero.

Vladimir Castillo Soto / [email protected]
Pudiéramos parafrasear a Marcelo cuando le dice a Hamlet que “algo huele mal en
Dinamarca” por algo como “todo huele mal en el jardín”, y así resumir considerablemente
el análisis sobre su devenir histórico y su realidad actual. Sin embargo, consideramos
necesario hacer todo lo contrario y analizar su accionar y los diversos aspectos de su
realidad.
En esta oportunidad nos enfocaremos en el tema electoral y pondremos atención en
algunos procesos electorales y judiciales que se han desarrollado durante el último año en
Europa.
Pero antes recordaremos como han pretendido, desde su colonialismo trasnochado y
absurdo supremacismo, supervisar y ser jueces de los procesos electorales de los países
que siguen considerando subdesarrollados o del tercer mundo. Han apoyado o rechazado
resultados dependiendo de cuanto sirven a sus intereses, no han dudado en derrocar o
tratar de derrocar gobiernos opuestos a sus designios, han desconocido gobiernos
legítimamente electos, e incluso han llegado al extremo de pretender imponer títeres no
electos, como por ejemplo, en el caso venezolano en 2019 y en 2024, todo esto
desconociendo a los pueblos y su derecho a la autodeterminación.
Pareciera que pretenden aplicar una de las grandiosas normas de su “mundo basado en
reglas”, que establece, muy democráticamente, que las elecciones son buenas cuando
ganan sus candidatos y son inaceptables cuando pierden, con una nueva variante, que ya
no es una política exclusiva para la jungla, que ahora es cada vez más necesario aplicarla
también en el mal oliente jardín.
Revisemos ahora los casos de las elecciones en Rumanía, Moldavia y Georgia, la
desestabilización de Servia y Eslovaquia y la inhabilitación política en Francia de una
potencial candidata presidencial.
El actual proceso electoral presidencial de Rumanía pudiera declararse monumento
europeo a la democracia “basada en reglas”. Como sabemos en noviembre de 2024 el
candidato ultra nacionalista Calin Georgescu, crítico a las políticas de Bruselas, ganó con
un margen importante la primera vuelta de las elecciones, pero fue despojado del triunfo
por el Tribunal Constitucional de Rumanía, debido a sospechas de injerencia rusa, las
cuales nunca pudieron ser comprobadas, lo cual generó una gran crisis política interna,
con protestas y movilizaciones, que solo lograron la dimisión del presidente en funciones
para el momento, Klaus Iohannis, sin lograr revertir el fallo del Tribunal.
La mayoría gobernante convocó a los rumanos a acudir, el próximo 4 de mayo de 2025, a
las urnas para una nueva primera ronda de las elecciones presidenciales. Después de los
sucesos de finales del 2024, Georgescu se presentaba ahora con más fuerza aun, con la
seria posibilidad de ganar las elecciones en la primera vuelta. Sin embargo, la coalición
gobernante pro occidental, apoyada por Bruselas, emprendió una fuerte campaña
mediática contra el candidato “euroescéptico”, incluso por la vía de acusaciones
infundadas, y logra que le inhabiliten políticamente, impidiéndole participar en las
venideras elecciones, cercenando por segunda vez consecutiva los derechos
democráticos del pueblo rumano y estableciendo un vergonzoso referente para la democracia occidental en general y para la “casta” democracia de la Unión Europea (UE)
en particular.
El caso de las elecciones en Moldavia es otra muestra de lo mal que se encuentra
occidente en el tema de la democracia burguesa, uno de sus supuestos pilares.
La presidenta y candidata a la reelección Maia Sandu, ficha de los globalistas pro
occidentales, tenía altas probabilidades de perder las elecciones. Así, el gobierno y su
institucionalidad hicieron todo lo legal e ilegal que fue necesario para asegurar su
permanencia en el poder: Inhabilitaron y persiguieron líderes de la oposición, a los que
pretendieron satanizar por ser prorrusos; e impidieron la votación de los migrantes
moldavos en Rusia, cerca del 20 % de población moldava, mientras estimulaban y
facilitaban su votación en occidente, todo con el apoyo y beneplácito de Bruselas, Londres
y Washington, demostrando la facilidad con que pueden manipular la democracia en
función de sus intereses.
Cuando en la periferia europea llega democráticamente al gobierno un partido o líder que
no representa los intereses occidentales, activan de inmediato a sus embajadas y
organizaciones no gubernamentales para desestabilizarlo y derrocarlo lo antes posible. Lo
hicieron en Ucrania en 2004 y lo repitieron en 2014, en Kirguistán en 2004, en Georgia en
2003 y lo están intentando realizar de nuevo actualmente. También lo están tratando de
hacer en Serbia y Eslovaquia, miembro de la UE, donde en las últimas semanas se han
sucedido grandes movilizaciones, financiadas y auspiciadas desde los centros de poder,
con el fin de forzar cambios de gobierno, no democráticos.
Siguiendo la línea encontramos la reciente sentencia dictada contra Marine Le Pen, líder y
candidata de la extrema derecha francesa, la cual le impuso cuatro años de prisión, cinco
de inhabilitación política y una multa por cien mil euros, lo cual muy probablemente impida
su candidatura en las próximas elecciones presidenciales francesas en 2027, debido a
que su apelación pudiera demorar años en ser procesada. Otra piedra eliminada en la
ruta establecida por Bruselas.
En los últimos setenta y cinco años el Occidente Colectivo ha demostrado repetidamente
su desprecio por el voto de los pueblos, por la democracia verdadera, al socavar,
desestabilizar y, en muchos casos, derrocar gobiernos legítimamente electos, por ejemplo
en Irán, Indonesia, Congo, Chile, Argentina, Venezuela, Nicaragua y muchos otros, todos
ellos pertenecientes a la jungla.
Ahora vemos como la UE también reprime ferozmente y de manera ilegal las visiones
políticas alternativas dentro de la propia Europa. Fraude electoral, lawfare, revoluciones
de colores e intento de magnicidio son algunas de las herramientas utilizadas en el mal
oliente (volviendo a Hamlet) jardín europeo. Los liberales, otanistas se organizan desde
Bruselas en contra de cualquiera que se oponga al “orden” establecido, sin importar la
soberanía de los Estados y sus pueblos.
Esperamos que esta confrontación a lo interno del Occidente Colectivo, entre la derecha
“progresista” y la extrema derecha, termine demostrándole a los pueblos que ambos
bandos trabajan para las élites corporativas, para las monarquías, para un sistema
plutocrático, no democrático, cuyo objetivo es lograr la máxima acumulación de capital en
las grandes corporaciones en detrimento de los ciudadanos. Esto hace necesario que
surjan o resurjan propuestas que logren una distribución más justa y equitativa de la
riqueza generada por el trabajo de todos y todas, que surjan o resurjan líderes y agrupaciones políticas que estén a la altura de sus pueblos y del nuevo mundo multipolar que ha nacido y lucha por desarrollarse y crecer para el bien de toda la humanidad.