Iván Bellorín El cardonero que a golpes aprendió que el crimen no paga1

Carlos Machado Villanueva

(Especial para Vea)

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Bien temprano en la mañana Iván Bellorín camina por la calle principal del pueblo de El cardón rumbo a la plaza junto al mar,  y al pasar por la “esquina caliente del dispensario” recibe una salva de “mojigangas” por parte de los jodedores habituales: “Amigo, tenga cuidado con los bolsillos. Usted no sabe a quién lleva al lado”, se escucha decir.

Pues, resulta que sus revelaciones llevan a descubrir que son la misma persona él; aquel púgil amateur conocido como “Cara e´piedra” que marcó época en su terruño; y aquel  jefe de la otrora “temible” banda Los cuervos, famosa por sus “golpes” en varias joyerías de lujo en Venezuela, y que aun sin disparar un tiro y sin víctimas mortales que lamentar, igual lo pusieron tras las rejas.

Lo que llama primeramente la atención una vez cara a cara con Iván, es la nariz de este antolinense, gentilicio que ostenta por  haber nacido en ese jardín que sin duda alguna es el municipio margariteño Antolín del campo, en la Isla de Margarita. Y es que su apéndice respiratorio luce bastante estropeado a sus 65 años; que  si a ver vamos, no tiene nada de extraño para un boxeador que, como él mismo reconoce, aprendió mucho de los golpes de este deporte, pero también de los que da la propia vida.

Quizás no haya otro lugar de Venezuela donde el rumor del mar sea tan constante y tan hipnótico como en este pedazo de playa donde transcurrió esta entrevista, el cual mira allá, hacia el sureste al mágico gigante verde que los indios Guaiquerí nombraron cerro “Guayamuri”.

“Buenos boxeadores había aquí en Nueva Esparta. Y en toda Venezuela había buenos boxeadores. Estaba la saga de los Gómez. Estaba la vaina buena. Yo peleé con Román Faisán y siempre estuve en los primeros lugares de Nueva Esparta”.

Al porqué de su alejamiento del boxeo amateur, e incluso al porqué de no irse al mundo del boxeo rentado, Bellorín no encuentra otra manera de expresarlo: “Bueno, es que agarre…, y me gustaba mujerear…”.

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-¿Empezaste a necesitar dinero y…?

-A necesitar real.  Empecé entonces a meterme en problemas…,  porque robé una joyería en Valera.

Coincide en que su condición de boxeador amateur le dificultaba más las cosas en eso de convertirse en el “barbarazo” margariteño, más aún si provenía de una humilde familia de pescadores, y menos con ese rostro no tan bendecido que se diga.

“Empecé aquí en Nueva Esparta y fui a parar al Zulia”, revela, y de seguido aclara que no como excelente pugilista sino como hábil asalta joyerías.

“Caracas, Zulia, Trujillo (…). Metiéndome en peo. Yo caí preso en el año ochenta y dos y salí en el ochenta y ocho; yo fui indultado presidencial. La pena mía era de nueve meses y pico de los cuales pagué sólo seis.

-¿Entonces la filosofía de ustedes como ladrones era la de no matar a nadie?

-Nadie iba a matar a nadie; sino que iba a buscar los reales sin hacerle daño a nadie.

-¿Según ustedes el trabajo tenía que ser bien limpio, es decir, sin portar armas de fuego?

-Íbamos sin llevar armas. No, no, no. Nosotros íbamos era  a robar esa vaina más que todo de hurto.

-¿Lo que quiere decir que ustedes planificaban el asalto?

-Sí. Yo planificaba la vaina…

-¿Entonces tú eras el jefe de la operación?

-Claro. Esa se llamaba la banda Los cuervos. Nosotros trabajábamos de noche. Planificábamos, después íbamos de noche al sitio y entrábamos al negocio por los ductos del aire acondicionado. Cuando eran aires bocones; uno entraba por el techo, los abría, le quitábamos la tapa y entrábamos por allí, llegábamos derechito a donde estaba el botín.

-El trabajo se los facilitaba además que no existían circuitos cerrados de vigilancia para la época…

-Pero existían alarmas por fuera. Entonces uno se encargaba de desactivarlas; uno desconectaba la corneta, la vaina, tú sabes; uno buscaba la vaina y la desactivaba para poder estar tranquilo trabajando.

-¿Cuál fue el gran y último atraco?

-El de Valera fue el último. Porque ya nosotros habíamos hecho unos (atracos) en Maracaibo, La Pekín, La Motivos, La Montana. Pura joyerías de lujo

-¿Y qué hacían con el producto del robo?

-Lo vendíamos pa’ gozá, pa’ rumbear, pa’ putear. Bueno, para andar porai en carros, en vainas. El dinero robado luce al momento, pero después no.

Bellorín reconoce, no sin cierta nostalgia, que finalmente el codiciado botín lo vendían a “precio de gallina flaca. “Había Longines, Rolex, oro, brillantes. Toda esa vaina ahí. Eso cada quien cogía lo de él: toma tú lo tuyo, esto es lo tuyo, lo tuyo…”.

Luego de la repartición, cada quien tomaba su camino hasta una próxima vez. Por su parte, Iván se dedicaba a lo que era su leitmotiv: la farra con féminas en distintas ciudades del país a las que llegaba sin equipaje y en las que siempre transitó de punta en blanco sin levantar sospechas, para lo cual tenía su secreto.

“En Caracas me quedaba uno dos meses cuando mucho. Y te digo otra cosa, en Caracas yo no usaba maleta, la maleta mía era la tintorería. Amanecía en una pensión. Yo me quitaba la ropa ahí y me bañaba;  después, iba a la tintorería, sacaba la ropa, me cambiaba, y la otra que me quitaba la volvía a meter en la tintorería. Tenía ropa en varias tintorerías a la vez”.

-¿Ese camino que transitaste cómo lo definirías hoy?

-Es es un camino de locos. Porque en ese tiempo yo no le paraba bolas; y le doy gracias a Dios que todavía estoy con vida. Porque después de todo lo que yo me arriesgué haciendo toda esa vaina que yo hice (…), y estar  ahorita aquí. Verga. Aquí hay un poco de gente que viven aquí y nunca han salido de aquí. Ni a Puerto la Cruz. Es más, chico, no han ido ni siquiera a Porlamar que queda aquí mismo en la isla.

Le imprime mayor dramatismo a la significación de sus malas andanzas cuando revela que varios de sus cómplices cayeron en enfrentamientos con la policía; y a los que aún viven no los ha vuelto a ver. “Yo ahorita vivo una vida honrada: trabajando los electrodomésticos. Arreglo lavadoras, arreglo licuadoras, arreglo planchas y vivo una vida tranquila”.

Hoy y gracias a un indulto presidencial que le otorgaran en 1988, lo cual debe a su desempeño como entrenador en el Centro de Penitenciario de San Juan de los Morros, en Guárico, Iván Bellorín vive  feliz en su pueblo de El Cardón, como el mismo lo expresa. Recientemente recibió el título de Gloria Deportiva por parte de las autoridades municipales. Sin dudas, y como llega a ufanarse,  este margariteño tiene historias, pero lo mejor de todo es que las puede contar.

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