Alberto Vargas

La Doctrina Monroe (1823) considera a EE. UU. y a su transculturización como centro y motor de Nuestra América, y a sus valores socioculturales como patrones o modelos universales, llegando en último término a identificar la historia de los estadounidenses y sus relaciones con los otros continentes como la historia universal, pues según ellos han sido llamados por Dios para controlar al mundo.

  1. UU. habría sido elegido por el destino para tener en su seno el sentido final de la historia universal: Sería el Reino de la Razón, de la Libertad, en suma, la autorrealización de Dios, como lo expresa Roosevelt en el Destino Manifiesto, como corolario a la Doctrina Monroe.

Una aberración de la geopolítica de EE. UU. cuyas raíces no van más allá del Renacimiento difundido en el siglo XIX, conforma una dimensión determinante de la cultura y de la ideología del mundo capitalista contemporáneo.

Tras esta consideración se esconde un desconocimiento y desprecio hacia las demás culturas, tratándose más bien de un estado de constricción mental que impide entender lo diferente, facultando a EE. UU. a la adopción cínica de actitudes paternalistas, además de otras consideraciones más inmorales e inaceptables de explotación y dominación.

Las líneas gruesas de la política de EE. UU. nunca han cambiado ni siquiera cuando la presidencia y las dos Cámaras del Congreso pasan del control de un partido a otro. Eso está históricamente demostrado.

La política exterior de Washington que hoy retiene el curso injerencista y belicista trazado por Bush padre, Clinton, Bush hijo, Obama, Trump, y hoy Joe Biden, se mantiene incólume.

Los antecedentes más remotos de la política exterior de EE. UU. dan cuenta de cómo el hemisferio latinoamericano ha sido atacado en los últimos doscientos años mediante intervenciones militares, invasiones abiertas, injerencias políticas y de constantes violaciones a la soberanía de los Estados de prácticamente todas las naciones de Nuestra América, llamada también la Patria Grande, por parte de un imperio naciente que se fortaleció después de la Primera Guerra Mundial y emergió como potencia tras la Segunda Guerra Mundial.

En 1823 el presidente James Monroe elaboró una declaración de principios basándose en un «destino manifiesto», para invocar su política criminal en materia internacional. La «doctrina Monroe» proclamó el principio estadounidense de «América para los americanos» tras rechazar, además, cualquier intervención desde Europa en América. Esta descontextualizada lógica está alimentada por la metafísica gringa al considerarse un pueblo elegido por Dios en la búsqueda de la felicidad.

En el referido siglo, EE. UU. inició una voraz guerra bajo la bandera colonialista, saqueo, apoderamiento de territorios, convenios truncados y anexiones. Esta vorágine en la que mostraba ya su hambre imperial, de dominio, le permitió agrandar sus trece colonias inglesas en un extenso territorio. Allí está el ejemplo de México, al que le fue despojado más de la mitad de su territorio; el botín de guerra de Puerto Rico y Filipinas, la compra de Alaska a la Rusia zarista, al igual que la de Luisiana a Francia, las inverosímiles anexiones de Florida y Hawai, entre otras con el mismo estilo.

  1. UU. es un ejemplo de cómo se edificó tras guerras, la fuerza bruta y otras hojas más de etcéteras.

Vale decir, a manera de acotación, que la historia en sus huellas certifica la existencia de la «República de la Florida», que se mantuvo durante 66 días (desde el 29 de junio de 1817 hasta principios de septiembre) en el momento en que el general Gregorio MacGregor, bajo las órdenes del Libertador Simón Bolívar, tomó militarmente la ciudad de Amelia, situada en la parte nororiental de la Florida y proclamó dicha República, o sea fue brevemente territorio venezolano.

La tendencia militarista de EE. UU. colocó al mundo en la senda de una guerra global contra toda forma de vida en la Tierra, en la que no quedaría ni tan siquiera piedra sobre piedra. Las siete bases militares adicionales en Colombia elevan su total planetario a 872, lo que no tiene equivalente con ninguna potencia pasada o presente, literalmente han invadido al mundo.

Tal como está planteada la criminalidad estadounidense, lo que está en marcha es el apoderamiento de los recursos energéticos, la biodiversidad y el agua. Este es el fondo de estas virulentas guerras. Y los poseedores de esos recursos son Estados en su mayoría soberanos que han trazado importantes avances en el ejercicio de su autodeterminación y soberanía.

El núcleo duro del imperio está constituido por un oligopolio de capitales que adoptan la forma corporativa, para desde allí tomar las grandes decisiones del «gobierno mundial» desde el armazón de instituciones que le brindan «legitimidad democrática», bajo la premisa de lo privado sobre público. Allí están, por ejemplo, las Naciones Unidas, la OTAN, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio, y cuatro hojas más de etcéteras, constituidas como expresión de los intereses angloamericanos de las finanzas y el petróleo, principalmente. Su función es filtrar y adecuar las grandes opciones de carácter estratégico, dominio y control del mundo.

Como contraste, la vorágine imperial en la excesiva afición por los gastos militares tanto dentro como fuera de su Estado, tiene como telón de fondo una de las crisis económicas más severas de la historia del capitalismo. Allí está la chatarra del dólar. El imperio del dólar como moneda emblemática de su poderío, ha sido una herramienta fundamental para controlar al mundo. Hoy ya no es así. Han emergido en la nueva geoeconomía internacional otras propuestas y opciones alternativas que se están distanciando de la yunta petrofinanciera angloamericana que ha estado en un papel dominante desde el pretérito siglo XX. Esto supone, si no una quiebra de su hegemonía en materia económica, el inicio de su caída financiera como ductor de las finanzas mundiales.

En consecuencia, al revisar la historia de ayer y la de hoy, podemos visualizar que el plan expansionista de EE. UU. configurado desde 1823 con la vetusta y obsoleta «Doctrina Monroe» que estuvo actualizada en forma continua y sucesiva por dos siglos consecutivos, los pueblos del mundo al unísono le están diciendo adiós, no solo a esa criminal doctrina sino también al «sueño americano». Monroe finalmente podrá descansar en paz.

En Venezuela, Monroe no tiene nada qué buscar en la Patria de Bolívar, pues a partir de 1998 con la asunción de Hugo Chávez a la Presidencia y con la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (1999) se antepuso la Doctrina Bolivariana con el agregado de nuestros ancestros, como forma filosófica, liberadora, independentista, antiimperialista, humanizante e inspiradora de la epistemología del nuevo Sur.

Simón Bolívar, en fecha 5 de agosto de 1829, le advierte al pueblo venezolano y a la Gran Colombia: «Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la Libertad». Esto lo dijo un hombre que luchó con la pluma y la espada por la independencia de Nuestra América, quien además, en fecha 3 de julio de 1822, escribió: «Me he burlado de la muerte muchas veces, y esta me acecha delirante a cada paso», así vivió el Libertador, gloria epopéyica de nuestro gentilicio latinoamericano y la venezolanidad.

Allí está, pues -repetimos-, la doctrina de James Monroe, que es uno de los grandes temas de la historia de las relaciones internacionales del continente americano. Originalmente fue parte del mensaje anual del presidente Monroe al Congreso de EE. UU., en fecha 2 de diciembre de 1823, que con el tiempo se convirtió en parte fundamental de la política exterior norteamericana. Mucho de su significado descansa en el hecho de que su esencia ha sido por 200 años una parte integral del pensamiento norteamericano.

El mensaje articuló ideas en la política exterior de EE. UU. La representación de la separación geográfica, política, económica y social del nuevo mundo con respecto al viejo continente, destacando los diferentes intereses estadounidense.

Los principios de Monroe complementaron el arraigado nombre que reciben los planes y programas políticos que inspiraron el expansionismo de EE. UU., tras la incorporación de importantes territorios que habían pertenecido al imperio español que se resumen así: No a cualquier futura colonización europea en el Nuevo Mundo; abstención de EE. UU. en los asuntos políticos de Europa, y no a la intervención de Europa en los gobiernos del hemisferio americano: «América para los americanos». EE. UU. inició su expansión territorial no en defensa de la América Latina sino en perjuicio de los países que se habían independizado de la corona española.

Los gringos privaron de su independencia a los pueblos de Filipinas, Hawái, Puerto Rico, Haití y República Dominicana; menoscabaron la soberanía de las hermanas naciones de Cuba, Nicaragua, Honduras y Panamá, imponiendo servidumbres políticas, militares y económicas. Le segregaron a Colombia su provincia de Panamá.  Intervinieron en México ocupando por la fuerza el Puerto de Veracruz y la parte de la frontera septentrional.

Esta época fue llamada el «destino manifiesto», el cual se definió, a saber: «Es un hecho inevitable y lógico que nuestro destino manifiesto es controlar los destinos de América». A lo que se agrega la proclama de Teodoro Roosevelt, en fecha 2 de abril de 1903: «Hablad con suavidad y llevad un grueso bastón; iréis lejos», una fórmula que se convirtió en el slogan de la política exterior de EE. UU.

Roosevelt, en el mensaje anual de 1904, complementando la doctrina Monroe, formuló el siguiente corolario: «Si una nación demuestra que sabe actuar con una eficacia razonable y con el sentido de las conveniencias en materia social y política, si mantiene el orden y respeta sus obligaciones, no tiene por qué temer una intervención de Estados Unidos. La injusticia crónica o la importancia que resultan de un relajamiento general de las reglas de una sociedad civilizada, pueden exigir a fin de cuentas, en América o fuera de ella, la intervención de una nación civilizada y, en el hemisferio occidental, la adhesión de Estados Unidos a la doctrina Monroe puede obligar a Estados Unidos, aunque en contra de sus deseos en casos flagrantes de injusticia o de impotencia, a ejercer un poder de política internacional».

Asimismo, a través del secretario de Estado, Richard Olney, el presidente Stephen Grover Cleveland hizo saber a Gran Bretaña y al mundo entero que: «Los Estados Unidos son prácticamente soberanos en este continente y su voluntad es ley para las cuestiones en que intervienen».

Todo esto forma parte de la verdad profetizada por Bolívar acerca de la amenaza estadounidense en el Hemisferio de Latinoamérica y el Caribe.

En 1998 triunfa la Revolución Bolivariana, acto que devino nuevos paradigmas tanto para los sectores populares como para la izquierda revolucionaria -protagonistas directos del hecho histórico-, como para el resto de las naciones latinoamericanas y caribeñas, y a la vez, para esa parte mayoritaria del mundo que durante siglos ha sido, y sigue siendo víctima de las depredadoras, abusivas y criminales prácticas de poderes despóticos, coloniales e imperialistas.

Chávez, representante genuino de su pueblo con quien se comunicaba como nunca ningún gobernante antes lo había hecho, sentía ya de joven un visceral repudio por la oligarquía y el imperialismo. Ese sentimiento fue luego evolucionando hasta plasmarse en un proyecto racional: El Socialismo Bolivariano, o del siglo XXI. Fue Chávez quien, en medio de la noche neoliberal, reinstaló en el debate público latinoamericano -y en gran medida internacional- la actualidad del socialismo.

Más que eso, la necesidad del socialismo como única alternativa real, no ilusoria, ante la inexorable descomposición del capitalismo, denunciando las falacias de las políticas que procuran solucionar su crisis integral y sistémica, preservando los parámetros fundamentales de un orden económico-social históricamente desahuciado.

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