Alberto Vargas

@albertovargas30

Burguesía, proletariado, capitalismo, imperialismo, clases sociales, lucha de clases, son términos cargados de gravedad y memoria histórica que producen ruidos incesantes en la humanidad.

Estamos en el umbral de crudas realidades a las que hoy enfrentamos. Para entender los peligros en los que está envuelta la especie humana, es necesario excluir en lo posible sentimentalismo, prejuicios y dogmas.

Admitir que la naturaleza se ha convertido en el mayor obstáculo para el capitalismo salvaje. Sabemos que para este sistema criminal la terrible y deshumanizante globalización implica no solo el objetivo de un gran mercado universal marcado por las pautas del liberalismo, también es el control total de las conductas de las personas (mentes), impidiéndole la posibilidad de discernir, disentir o practicar la disidencia.

Con independencia de si los economistas están realmente ciegos ante el peligro ecológico, se comportan como si, cuando menos se hable de él, mejor. El sistema capitalista es un subsistema del mundo natural que no lo incluye.

Sin embargo, el capitalismo trata al consumo de los recursos renovables y no renovables (el «capital natural») como si fueran beneficios o contribuciones para engordar el ingreso, pues la naturaleza es sinónimo de bienestar económico.

La economía está contenida es un mundo físico y finito. La realidad de la biosfera es algo dado. Pero, la actitud del capitalismo ha sido irreversiblemente suicida.

Ni los «paños de agua caliente» serían visibles cuando ya estemos muertos. La economía actúa al margen de la naturaleza. Los umbrales son hartamente conocidos: La desaparición de la capa de ozono, el cambio climático, el deterioro de los hábitats, la tierra agrícola, el colapso de las zonas marinas, los recursos hídricos, etc.

Ni los grandes capitalistas ni las personas acaudaladas podrán librarse de las consecuencias de la degradación ecológica que avanza a pasos acelerados.

 El capitalismo «ignora» la biosfera. La contaminación, los residuos y el calor que se devuelven a la biosfera no se miden como costes.

Los costes ecológicos reales repercuten en el exterior y, como tales, han de ser soportados por la humanidad y la Tierra. La especie humana, de seguir así, estará trazando su extinción.

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