La esperanza humea desde la cocina el alma del PAE en la Juan Freites de Cumaná

Jorge Luis López

La calle Blanco Fombona de Cumaná despierta temprano. A las 7:00 de la mañana, cuando el sol comienza a colarse entre los tejados de la parroquia Altagracia, un aroma familiar empieza a llenar los pasillos de la Unidad Educativa Juan Freites. No se trata solo del olor del arroz o la Nutrichicha hirviendo. Es un olor que alimenta más que estómagos: Alimenta esperanzas.

Allí, en el corazón de la parroquia más poblada del estado Sucre, laten 639 historias infantiles. Son los estudiantes de esta escuela, muchos de ellos provenientes de hogares con carencias, quienes encuentran en el Programa de Alimentación Escolar (PAE), una mano tendida. Desde el Gobierno Bolivariano, bajo el liderazgo del presidente Nicolás Maduro, este programa —implementado por el Ministerio de Educación, en conjunto con la Corporación Nacional de Alimentación Escolar y el Ministerio de Alimentación— asegura un almuerzo diario, balanceado y gratuito.

Pero detrás de cada plato servido hay más que una política pública. Hay rostros. Como el de Meudis Vázquez, vocera institucional de la escuela, que habla con orgullo del impacto que ha tenido el PAE. “La matrícula son 639 niños, todos beneficiados con el programa. Aquí reciben carbohidratos, proteínas, lácteos… y mucho amor”, dice, mientras observa a las madres cocineras que con delantales modestos y sonrisas amplias, remueven grandes ollas de esperanza.

Nueve mujeres. Nueve historias de entrega. Son ellas quienes llegan cada día antes del amanecer para asegurarse de que a las 10:00 am ningún niño se quede sin su almuerzo. “Todo depende del despacho de alimentos que recibimos, pero siempre estamos listas para dar lo mejor”, comenta Vázquez. Y ellas lo confirman: “Lo hacemos con todo el amor del mundo”.

La solidaridad no se detiene en los muros de la escuela. Treinta y seis niños más —que no están formalmente inscritos pero reciben educación no convencional en sus hogares— también reciben el beneficio. Una muestra más de que, en esta comunidad, el hambre no distingue registros, pero la solidaridad tampoco.

“Es demasiado importante, porque hay muchos niños que tienen limitaciones alimentarias”, dice Meudis, con una mezcla de emoción y urgencia. Su voz tiembla apenas, como quien carga una verdad demasiado pesada. “Aquí tienen la oportunidad de almorzar. De crecer”. En su mirada hay un llamado: Que este programa se expanda, que no se detenga, que toque también a los adultos mayores de Altagracia, que hoy enfrentan la misma escasez que sus nietos.

En la Juan Freites, el almuerzo no es solo una comida. Es un acto de justicia. Una política con rostro humano. Una promesa servida caliente cada mediodía. En tiempos difíciles, el PAE es más que un programa, es una declaración de principios. Un recordatorio de que los niños de Cumaná no están solos.

Y mientras una cucharada de leche tibia se eleva en las manos de un niño, uno entiende que a veces, el futuro de un país también se cocina en una olla.

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