La “opo” partidista y mediática monta pataleta porque el chavismo merodea en sus redes

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Algunos sicarios de la «prensa libre» hacen pucheros y montan pataletas de niños malcriados porque el rrrégimen tiene demasiada presencia tóxica en las redes sociales.

Clodovaldo Hernández

@clodoher

El otro día leí un meme genial, como muchos de ese género digital-literario-filosófico. Decía: “Me encantan tus mensajes sobre ética; lástima que te conozco en persona”.

La punzante frase se me viene a la cabeza cuando veo a los cabecillas de la peor oposición y a algunos sicarios de la «prensa libre», hacer pucheros y montar pataletas de niños malcriados porque el rrrégimen tiene demasiada presencia tóxica en las redes sociales.
De pronto, los principales voceros del antichavismo partidista y mediático se han puesto todos a denunciar, al unísono, que la feroz dictadura está pagando bots para hacer campañas de imagen, lo cual les parece denigrante, horrible e inmoral.
Vamos a tratar acá de pasar un rato divertido analizando las razones de estas denuncias, su contexto y lo que cabe esperar que generen.
Digamos, de entrada, que esta es una conducta habitual no solo de la opo partidista y mediática venezolana, sino de todo el ámbito del capitalismo hegemónico y las derechas de cualquier matiz: Los individuos, agrupaciones políticas y países critican, censuran, criminalizan, demonizan a los adversarios políticos, acusándolos de hacer ¿saben qué?, pues ¡lo que ellos mismos hacen todo el tiempo!
Así vemos a los más cochinos narcopolíticos acusar a otros de ser narcopolíticos; a los violadores sistemáticos de derechos humanos criticar la violación de derechos humanos en la casa del vecino; a los corruptos de siete suelas liderando cruzadas contra la corrupción… ¿Qué tiene de raro, entonces, que la derecha política y mediática venezolana alce voces contra el uso indebido de las redes, el empleo de bots y las fake news, aunque esas sean sus especialidades más notables?
Sobre el motivo real de la rabieta de la camarilla opo y sus azafatas mediáticas por la beligerancia del chavismo en redes, podemos aventurar aquí una conjetura: Esta repentina molestia no puede deberse a otra cosa sino a que han constatado, números en mano, que les están metiendo aquello que el Comandante Chávez, con su gran capacidad para las frases con pegada, llamó «medio güiriney».
Porque, vamos a sincerarnos: Si esta gente no estuviese perdiendo espacios en ese territorio que consideran exclusivamente suyo, el de los medios digitales y las redes sociales, ¿a qué ocioso se le iba a ocurrir montar un drama con el asunto del «ejército de tuiteros»?
Lo que está ocurriendo debe ser algo parecido a lo que les sucede a esas grandes empresas que controlan ampliamente un mercado, pero cierto día se dan cuenta de que un competidor -al que siempre habían menospreciado-, les ha ido quitando una tajada tras otra y ya amenaza su posición de dominio. Es duro, y si uno tiene mentalidad de hijito mimado de papi y mami, lo más seguro es que opte por el lloriqueo.
Entiendan, por favor: Para la opo partidista y mediática, esos cotos (los de la política 2.0) siempre han sido su club privado. En Twitterlandia se comportan como mayoría aplastante ganadora de elecciones simuladas y de encuestas pret-a-porter. Ese espacio tan apropiado para gente con teléfonos inteligentes (categoría casi siempre distinta a gente inteligente a secas, favor no confundir), ha sido el terreno fértil para el odio de clase, el supremacismo social y académico, el endorracismo y la meritocracia sin mérito, que es –como solía decir mi padre putativo Radamés– como el arroz con pollo sin pollo.
En este punto tenemos que volver a mencionar al Comandante, lo que es muy pertinente en estos días de aniversario de golpe y contragolpe. Con su gran perspicacia, Chávez entendió que no podía quedarse fuera de esas nuevas arenas de la política y se convirtió en un temprano fenómeno de Twitter con su célebre @chavezcandanga. Siguiendo su ejemplo, miles de dirigentes y militantes se han sumado a esa y otras redes a largo de más de una década, conformando, poco a poco, esas legiones que ahora la derecha partidista y mediática pretende descalificar llamándola bots y tuiteros a sueldo.
La presencia de esa creciente cantidad de adversarios políticos en Twitter y otras redes es inamisible para la opo política y mediática, pues consideran a esa zona del ciberespacio como una especie de municipio Chacao digital (o su equivalente en cada región o ciudad). Cada vez que ven gente con pinta de pobre por ahí, llaman a la policía, pues suponen que se trata de merodeadores, asaltantes o miembros de algún colectivo.
Para fortuna de ellos, por más que vivamos en la ilusión de que es un territorio compartido ultrademocrático, las redes son propiedad de grandes corporaciones. Así que cuentan con aliados que tienen el poder de reservarse el derecho de admisión y de echar a patadas a los indeseables.
Entonces, una primera reacción de las fuerzas conservadoras del statu quo enredático ante las hordas chavistas que han invadido su exclusivo club, ha sido enviarles a los inquisidores de los contenidos, que se presentan a veces con la apariencia de institutrices de las buenas costumbres, muy adustas y con una palmeta en la mano; otras, como jueces inmaculados de la moral, cuyos fallos son inapelables; y otras como típicos policías blancos de Estados Unidos, que apenas ven a un afrodescendiente (política o literalmente hablando) con demasiados seguidores, lo tiran al suelo y le ponen la rodilla en el cuello hasta que su cuenta ya no pueda respirar.
Claro que esas actitudes persecutorias no dejan muy bien parados a los administradores de las redes, sobre todo porque se nota mucho que las reglas no se las aplican por igual a sus amiguetes, aun cuando escriban verdaderas barbaridades o publiquen falsedades de todo pelaje. Además, una de las características inmanentes de estas redes que, en este caso, actúan a favor de los castigados, es que cada vez que censuran a alguien, lo hacen más popular, aunque el sujeto sea una completa nulidad.

En fin, como ya no es suficiente con suspender cuentas por cualquier quítame esta paja, ahora la opo partidista y mediática ha optado por denunciar que los chavistas que hacen vida activa en las redes, o no existen o son individuos que reciben un pago por los mensajes que ponen a circular.
Ninguna de las dos acusaciones es novedosa. En rigor, la opo partidista y mediática lleva un cuarto de siglo en lo mismo: Negando el apoyo popular del chavismo y alegando que la Revolución solo es respaldada por gente que, a cambio, recibe dinero o algún beneficio. Podríamos decir que es, incluso, un problema filosófico de esa clase política: La tozuda negación del adversario; el creer firmemente que si yo no reconozco al otro, esa persona no existe.
Pero, salgamos de esas profundidades insondables y veamos un ángulo más superficial: Supongamos que el gobierno sí tiene sus bots y que los usa en la guerra sin tregua a la que está sometido.  Surgen varias preguntas: ¿Alguien puede culparlo por eso? ¿No hay acaso numerosos bots dedicados a bombardear día y noche a ese mismo gobierno? ¿Hay gobiernos u otros factores de poder en el mundo que estén libres de este pecado? ¿Puede una oposición política y mediática pagada por potencias extranjeras cuestionar al gobierno por utilizar armas que ella misma viene usando -y abusando- desde que las redes son redes?
Cerremos esta reflexión con algo del caso específico que ha generado el berrinche de la opo partidista y mediática: La defensa de Alex Saab.
Es un asunto digno de una consideración más amplia, pero por lo pronto, observemos que contra ese señor se ha desplegado el arsenal completo del imperio, de sus aliados y lacayos y, sobre todo, de la «prensa libre» (libre de bolívares, porque cobra en dólares, euros y libras esterlinas). De hecho, hay medios y periodistas que parecen no tener otro objetivo en la vida que ver a Saab en EEUU, vestido con un overol naranja y echando al pajón al gobierno venezolano de punta a punta.
Bueno, cada loco con su tema y cada emprendedor con su negocio, así que en lo personal no le niego el derecho a nadie a dedicar su vida a lo que mejor le parezca, incluso si su misión vital es destruir a alguien por considerarlo un monstruo.  Okey, está bien, pero en este caso los autores del ataque aspiran además imponer unilateralmente su visión en las redes de una manera tal que no haya cabida para la defensa, que todos los mensajes sean en la misma línea. Reivindican su derecho a denunciar (con o sin pruebas, ese es otro tema) y también su derecho a que nadie les responda, a menos que sea para apoyarlos y darles premios. Y, por cierto, estos son los mismos sujetos que se quejan de ser perseguidos por «pensar distinto».
Sospecho que esto es una rémora de los tiempos en los que los grandes medios vetaban a alguien y esa persona prácticamente estaba condenada a morir en el ostracismo más absoluto, como ocurrió durante más de 30 años con el expresidente Luis Herrera Campíns, luego de que osara prohibir la publicidad de cigarrillos y licores en radio y televisión. Los herederos de aquellos dueños de medios (tan democráticos ellos) quieren vetar al chavismo de sus tormentos, en el escenario de las redes sociales, para que no siga intoxicando a la gente. Qué buen propósito desde el punto de la salud pública. Lástima –valga la piratería del meme– que conozcamos en persona a esos defensores de la ética.

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