Alberto Vargas

El régimen dictatorial y fascista estadounidense ha dejado huellas criminales imborrables en América Latina y en otras naciones del mundo: ahí están Hiroshima y Nagasaki.

Ha satanizado gobiernos a lo largo del siglo XX, y ahora en el nuevo milenio, irrumpe con bloqueos económicos y financieros para atacar a países soberanos.

Por décadas EE. UU. ha desafectado pueblos a través de una geopolítica de intromisión en los asuntos internos de los Estados, y pretende erigirse mediante una doble moral como sensor, para calificar las políticas de los países en materia de derechos humanos, cuando se sabe que para ellos tanto las mujeres como los hombres están al servicio de las grandes corporaciones financieras.

Estados Unidos no puede aspirar a dar lecciones en materia de derechos humanos.  Debe revisar su situación interna y mantenerse al margen en la aplicación de medidas coercitivas unilaterales, criminales, contra los pueblos del mundo, que están avaladas por los regímenes imperialistas e inclusive por seudoinstituciones como la ONU, OTAN, FMI, Banco de Comercio, OMC, entre otras, mediante campañas de desinformación y desprestigio, cuyo objetivo es lesionar a los gobiernos democráticos, libres y soberanos.

Existe una confabulación mediática que ha sido visibilizada que certifica la criminalidad imperialista. Está en pleno apogeo una suerte de «fabricación jurídico-mediática», cuyo objetivo es deslegitimar gobiernos constitucionales elegidos por el pueblo.

Los objetivos de las políticas de Washington están enmarcadas básicamente en tres propósitos: beneficiar al gran capital empresarial y financiero estadounidense mediante la privatización de la industria petrolera y otros recursos geoestratégicos que poseen las naciones; abortar el modelo alternativo de nación que se viene llevando a cabo a través de procesos que dignifican la vida de los pueblos, como es el caso de Venezuela; y, tercero, por razones geopolíticas, recuperar espacios de lo que históricamente Washington ha llamado con desprecio «su patio trasero».

Washington ha realizado diversas acciones para desestabilizar al gobierno venezolano. El objetivo es producir un cambio de régimen en el país que sea afín a las políticas estadounidenses.

Las acusaciones de EE. UU. contra Venezuela corresponden a una estrategia del país norteamericano para desestabilizar al Gobierno Bolivariano.

Es un hecho histórico verificable: solo durante los 42 años de la «Guerra Fría», EE. UU. llevó a cabo 64 operaciones encubiertas y 6 no encubiertas para cambiar «regímenes indeseables» para Washington.

América Latina y el Caribe están rodilla en tierra, unidas por el ideario del Libertador Simón Bolívar.

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