Clodovaldo Hernández

@clodoher

A raíz de la competencia entre multimillonarios mediáticos por el dominio del espacio exterior, han surgido numerosas voces que señalan la grotesca iniquidad del mundo. Mientras las empresas de estos magnates empiezan a disputarse un mercado en el que un paseo al cosmos costará entre 250 mil y 50 millones de dólares por cabeza, en el planeta hay 165 millones de seres humanos muriendo literalmente de hambre.
El capitalismo, en su etapa neoliberal, se ufana del progreso implícito en estos viajes en cohete. Dicen los apologistas que esto demuestra el avance incuestionable del modelo de civilización occidental-capitalista, el de la gente blanca del norte del mundo y de los que son de otros colores y de otras latitudes, pero piensan como blancos del norte. 
Tal vez eso sea verdad y reconocérselo a Estados Unidos y Europa constituya un acto de justicia. Pero, surge una pregunta: ¿No le toca también a los defensores del modelo de civilización occidental-capitalista-blanca, asumir como propio el resultado de un mundo en el que 11 personas mueren de hambre cada minuto? ¿No es culpable el capitalismo globalizado de que en el planeta haya millones de personas en vías de morir de inanición? ¿O le van a seguir echando la culpa al socialismo, que dejó de ser el otro polo en 1991 y que hoy solo existe -como régimen político, no como modo de producción- en un puñado de países acosados, bloqueados y castigados por esa misma razón, por declararse socialistas?

Bueno, digamos antes que todo que el asunto de los viajecitos espaciales no viene sino a acentuar el contraste que siempre ha existido entre la obscena riqueza de los más ricos y la fatal pobreza de los más pobres. Los millonarios siempre han tenido ese empeño en ostentar su riqueza, tal vez porque, después de cierto grado, para lo único que sirve ese exceso de dinero es para lucirlo.

Aunque no sea una novedad, lo que está ocurriendo con los multimillonarios galácticos sí es una expresión muy acabada de la crisis del capitalismo en su etapa neoliberal, una prueba de que este conduce al mundo hacia el peor de los destinos.

Empecemos por decir que el aparato ideológico del capitalismo neoliberal dedica notables esfuerzos en normalizar esta bárbara desigualdad, haciendo ver que es natural o, en última instancia, una especie de fatalidad, es decir, algo que no podemos cambiar.  El metamensaje es “no pierdas tus energías oponiéndote; trata de ser uno de los privilegiados”.

Surge en este punto el mito de que cada megarricoes un self-made man, una persona hecha a sí misma, que comenzó como cualquier hijo de vecina y, gracias a su perseverancia y enormes talentos, llegó a ser lo que es. En este caso, alguien que paga un tique para dar unas órbitas alrededor del planeta, como si se tratara de la montaña rusa de un parque de diversiones.

Al margen de cuánta verdad haya en esos relatos, lo que sí es definitivamente falso es que puedan extrapolarse a todas las personas pobres. Por el contrario, esas leyendas se constituyen en nuevas armas de dominación del capitalismo. Con el cuento de que hay que trabajar muy duro para llegar lejos, se fuerza a grandes masas de empleados y obreros a laborar en los límites de la esclavitud y se les recomienda aguantar callados.

Por supuesto que esta es una manera nada sutil de incentivar el individualismo y desalentar cualquier forma de organización de los trabajadores. Se supone que de esa manera, cada uno de los asalariados se juega su posibilidad de llegar a ser algún día un Elon Musk, un Jeff Bezos o un Richard Branson en estado de ingravidez. En el aquí y el ahora, para lo que sirve es para que cada uno de esos ricachones o de sus émulos no tan conocidos, tengan más y más dinero, tanto que ya sus egos no quepan en este mundo.

El análisis más científico y también el sentido común indican que, después de cierto límite, no hay manera de que un ser humano aproveche realmente su dinero, sobre todo desde el punto de vista egoísta, que es el prevaleciente. Usted puede ser propietario de mil carros clásicos y deportivos de alta gama, pero si piensa hacer un viaje, solo puede manejar o ir de pasajero en uno de ellos. Usted puede tener, en su palacete, veinte baños con pocetas de oro macizo, pero cuando le den ganas, solo podrá sentarse en una.

La sabiduría popular suele referirse a este puntocon la expresión “no saben qué hacer con la plata”, aplicable a los ricos en sentido genérico o de algún rico tradicional o nuevo rico de su comunidad.Esto es típico de las personas o familias que obtienen una riqueza súbita o que comienzan a experimentar el ascenso social: Tienen la necesidad de comprar todo lo que puedan comprar, incluso lo que no les sirve.

El afán de comprar y poseer cosas no se detiene nunca en el capitalismo. Es una compulsión. Por eso los individuos más ricos se enfrentan al difícil desafío de diferenciarse, ya no de la chusma (de la que ni siquiera se acuerdan que existe) ni tampoco de las clases medias (que apenas si son sus sirvientes con título universitario), sino de los otros ricos, de los millonarios menores. Por eso se han inventado los hoteles de seis y de siete estrellas, cuando se creía que cinco era el tope de gama. Por eso hay magnates que se han comprado una isla entera. Por eso, algunos han querido comprar países completos, con todo y gente.

Esta idea de salirse de los límites terrenales constituye así un nuevo campo para la expansión de los deseos irrefrenables de posesión de una burguesía que ya lo tiene todo. Es evidente que ahora, la peleapor demostrar quién tiene más dinero se desplegará en el espacio exterior. En ella solo tienen cabida los más millonarios entre los millonarios.

El asunto tiene un doble propósito: Por un lado, satisfacer la vanidad de los competidores en esa peculiar carrera espacial. Por el otro, marcará los “territorios” colonizados en el espacio. Cada uno de los superricos se apoderará de su porción del cosmos, igual como los imperios coloniales se apoderaron de Asia, África y América en su momento.

Como la sed es insaciable, luego de que hasta los millonarios de medio pelo hayan ido a dar su vueltica por el espacio (con unos pocos minutos de ingravidez) se pondrá de moda pernoctar en una estación espacial-hotel. Más adelante, tal vez sea posible pasear por la Luna, por Venus o por Marte. Entonces se desatará la guerra entre corporaciones (y entre potencias) por la propiedad de esos cuerpos celestes.

Pero, volvamos al otro lado de la contradicción que tantas voces reclaman: Detrás de la normalización de las superfortunas está también la legitimación de la muerte por hambre de millones de personas, incluyendo niñas, niños y adolescentes condenados a esta especie de pena capital oficiosa desde su nacimiento.

Aparte de quienes fallecen por falta de alimentos, otra gran porción de los terrícolas están en lo que la burocracia multilateral llama estado de inseguridad alimentaria, lo que significa graves síntomas de desnutrición, con todas las secuelas que eso trae para el desarrollo de las capacidades físicas y mentales.

Es un mundo dominado por un sistema que se califica a sí mismo como el mejor en la producción de riqueza, pero enormes cantidades de personas mueren de hambre o viven al borde de ella, y no solo en los países más pobres, sino también en los del norte poderoso.

Es un mundo donde predomina un modelo de democracia liberal, pero los excluidos viven bajo la dictadura del hambre.

Es un mundo en el cual la “comunidad internacional” cacarea día y noche sobre derechos humanos de hasta una sexta generación (ya tienen derechos “humanos” los animales, los robots y hasta los entes con inteligencia artificial que habrán de existir en un futuro cercano), pero la gente de aquí y de ahora no disfruta ni siquiera de uno de los más elementales derechos: Comer.

Es inaudito que tanta gente muera de hambre o que sufra discapacidades por deficiencias alimentarias. Es inaudito, inaceptable, inmoral, antiético y merece muchos otros calificativos, pero es normal. Así es como funciona esto.

Se prevé que el negocio de los viajes al espacio será disputado por los más acaudalados empresarios del mundo, empezando por los que ya salieron ellos mismos a hacer los vuelos de prueba. En apenas unos años, se estima que habrá varios cientos, tal vez miles de viajes al año. Las listas de espera seguramente se engrosarán con los nombres de otros magnates de los negocios legales, figuras del show business y del deporte profesional. Se colarán también (como ya lo hacen en los hoteles de siete estrellas, en las islas exclusivas y en todos los demás reductos del superlujo) los capos del crimen organizado y los corruptos de siete suelas. ¿O es de esperarse que estas agencias de viajes siderales pidan carta de buena conducta a sus clientes? No parece viable, pues se arriesgarían a quebrar.

Desde el punto de vista del flujo de comunicaciones, es fácil vaticinar que pronto los periplos  cósmicos serán de las noticias con más visitas, likes, compartidos, retuits y demás parámetros de la popularidad 2.0. Por las características de los viajeros, tales acontecimientos tendrán la típica función mediática del circo que cubre la carencia de pan.

El capitalismo neoliberal seguirá explotando hasta la muerte a los trabajadores; en muchos países aflorarán hambrunas de rango bíblico, aumentará el número de fallecimientos por minuto a causa de la inanición, mientras las tendencias, los trending topics, serán el viaje al espacio en hilo dental de las Kardashians o el primer reality show a bordo de un hotelen órbita lunar.

Y seguirán los funcionarios del Programa Mundial de Alimentos, los expertos en seguridad alimentaria y un puñado de ONG clamando para que al menos una parte del dinero gastado en las orgías con gravedad cero se destine a, como diría Jesús, dar de comer al hambriento.

No les harán caso porque el mundo estará obnubilado de tanto progreso civilizatorio.

 

Reflexiones olímpicas
Sembradores de odio se horrorizan de su cosecha
. Una de las características de este tiempo que vivimos en el ámbito mediático es que muchos de quienes han participado en una operación sistemática y sostenida de siembra de odio en nuestra sociedad, se horrorizan de lo que están cosechando cuando este tóxico producto brota con gran fuerza. O, al menos, dicen estar horrorizados.

En esta onda están unos cuantos periodistas, comentaristas, articulistas e influencers, que durante años han dedicado afanosos esfuerzos a alimentar los malos sentimientos de la gente –sobre todo de una clase media muy vulnerable a sus opiniones– hacia todo lo que signifique chavismo, revolución, socialismo e, incluso, igualdad y soberanía. Entonces, resulta que un muchacho venezolano gana una medalla olímpica y el odio más visceral explota y pulula como la verdolaga, porque el héroe nacional le dedicó el triunfo al Comandante Chávez.

Y algunos periodistas, comentaristas, articulistas e influencers, que tanto cultivaron el odio, se declaran sorprendidos con esa reacción de las personas comunes y corrientes. Escriben sus tuits y artículos pidiendo más compasión y comprensión, pero lo que logran es que los odiadores también les metan su ración de veneno.

No se hagan, muchachos, ustedes ayudaron a crear ese monstruo. Ahora tengan cuidado de que no los quemen vivos, estilo guarimba.

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