Alberto Vargas

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Negar el carácter militarista que ha asumido la política del imperio, particularmente el que se expresa en la política del Pentágono, la CIA, Washington y del Departamento de Estado de EE. UU., cabeza visible del control hegemónico del mundo por la vía de la fuerza y de los hechos, va más allá de toda lógica, e inclusive matemáticamente, sobre todo en un solo régimen que además pretenda controlar la especie humana en la que no están exceptuados los regímenes aliados y en un planeta que coexisten unas 200 naciones y una población mundial con una cifra superior a los 7 mil millones de habitantes, -repetimos- está exceptuado de toda lógica.

Desde diferentes ópticas y visiones, la amenaza que representa EE. UU. para la humanidad, está al desnudo; es visible literalmente su complejo político-militar-industrial. De igual manera, también es visible su decadencia como primera potencia mundial, pues ha perdido su patrón hegemónico de carácter consensual para resolver las diferencias en diversas materias de política internacional, deslizándose hacia un creciente y pragmático uso de la coerción y la coacción, accionando menú de agresiones inconfesables.

Esto constituye el telón de fondo de la estructura subyacente del imperio de hoy, tanto para el uso indiscriminado de la panoplia militar como, además, para ejercer posiciones de dominio político y geoestratégico sobre el planeta entero.

Esta panoplia se refuerza si se observa que el esquema de la disuasión mutua de los tiempos de la Guerra Fría cuya garantía era la destrucción de ambas partes, ha sido reemplazado por la Doctrina Militar del “Dominio del Pleno Espectro”.

En varios documentos, entre ellos el Libro Blanco del Comando Aéreo y el Proyecto para un Nuevo Siglo Americano y la Estrategia Militar Visión 2020, queda en evidencia las ambiciones de EE. UU. de dominar el planeta entero por tierra, mar y aire, e inclusive espacialmente, a través de su sistema armamentista irracionalmente complejo e interrelacionado con armas de tipo convencional y no convencional, es decir, con opciones biológicas, químicas, geofísicas, nucleares, etcétera.

Una de las características en la historia imperialista precedente, cuando ocurren quiebres o deslizamientos de sus sistemas hegemónicos tradicionales, y privativamente, al erosionarse las palancas esenciales de su esfera de control político, es el de apelar al uso indiscriminado de la fuerza militar para intentar mantener, como en el caso de EE.UU. de estos días, su rango como superpotencia.

Lejos de afianzar su poderío, este rasgo hoy denota una creciente decadencia y debilidad, amén del cúmulo de contradicciones que han llevado a la humanidad a salir de esta macabra belicista pesadilla.

Voceros calificados que fungen como representantes históricos de la construcción de las política imperiales, ha dejado saber sus apreciaciones sobre este particular. Han estado machacando en forma reiterada su advertencia sobre la imparable decadencia, particularmente, de EE. UU., al colocar el ejemplo de la escalada militar en el mundo.

Nuestra América, con la provocación que significa la instalación de siete bases militares en Colombia, en el epicentro de las más cuantiosas reservas energéticas y de biodiversidad de la Tierra. Estas bases militares en territorio colombiano elevaron su total planetario a 872, lo que no tiene equivalente con ninguna potencia pasado o presente. EE. UU. literalmente ha invadido al mundo. Está colocando a la humanidad en la senda de una guerra global. De hecho, la racionalidad del sistema capitalista opera en ese sentido, pues históricamente ha demostrado que es un sistema autodestructivo de toda forma de vida en el planeta Tierra, amenaza que cada vez es más explícita; estamos en presencia de un plan de liquidación de los métodos pacíficos para dirimir diferencias y controversias internacionales.

El núcleo duro del imperio está constituido por un oligopolio de capitales que adoptan la forma corporativa, para desde allí tomar las grandes decisiones del “gobierno mundial”, que han asumido a través del tejido de instituciones que le ofrecen “legitimidad democrática” contenida en la primacía de lo privado sobre lo público. Están entre estos organismos operadores, las Naciones Unidas. Asimismo las instituciones surgidas de Bretton Woods, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio. Igualmente, el Council on Foreing Relations y el Royal Institute for International Affairs, constituidos como expresion de los intereses angloamericanos de las finanzas y del petróleo.

Su función es filtrar y adecuar las dantescas opciones de carácter estratégico que faciliten las orientaciones para sus malsanos propósitos: Dominar la humanidad.

La historia de América Latina de los últimos 200 años es la historia de genocidios, intervenciones militares, invasiones abiertas, injerencias políticas, de violaciones permanentes a la soberanía de casi todas las naciones de Nuestra América, por parte de un imperio criminal naciente que se vio fortalecido después de la Primera Guerra Mundial, que emergió como potencia luego de la Segunda Guerra Mundial.

Es conveniente que se sepa que el hemisferio latinoamericano para el momento de la llegada de los colonizadores en 1492, desde hacía 15 mil años antes estaba poblado, y que esos primeros aborígenes vivieron a sus anchas durante largos años con una desbordante cultura milenaria que más tarde destruyó el bárbaro eurocentrista. Y en lo que respecta a este trabajo periodístico, se marca como antecedente el siglo XIX.

En 1823, James Monroe, presidente de EE. UU., mediante su secretario de Estado, John Quincy Adams, elaboró una doctrina de un conjunto de principios que proclamaba el “sacrosanto principio” de “América para los americanos”. Y en consecuencia rechazaba cualquier intervención europea, dado que Nuestra América la convertían en su patio trasero y en un espacio geoestratégico de su política en EE. UU.

Así, EE. UU. en el siglo XIX inició una voraz y criminal guerra de colonización que le permitió agrandar sus 13 colonias inglesas iníciales, con base en guerras de saqueo, convenios trucados o por simples anexiones. Tal fue el caso de la anexión de la mitad del territorio mexicano.

Asimismo, le quedó como botín Puerto Rico y Filipinas, la compra de Alaska a Rusia, o la de Luisiana a Francia, las truculentas anexiones de Florida y de Hawai, y cuatro hojas más de etcéteras.

  1. UU. es el ejemplo más palpable de un país que se edificó con invasiones, saqueos, genocidio de poblaciones indígenas enteras y la anexión de territorios mediante la fuerza más brutal.

También es el clásico país como ejemplo que no significa nada. EE. UU., al igual que su gentilicio “los americanos”, no es de por sí un nombre propio, sino una generalidad continental de la que igualmente se apropiaron, al igual que los nombres libertad, independencia y democracia, porque no la practican.

El linaje “americanos” es válido para los indígenas del Amazonas, los afrodescendientes del Caribe, y así sucesivamente.

Regresando a las injerencias de EE. UU. en Nuestra América, sus intervenciones se cuentan por decenas dejando a su paso una huella de sangre y fuego.

Así que no es casual ante el panorama histórico de agresiones de EE. UU. y crímenes contra gobiernos como el de la República Bolivariana de Venezuela, que estén en pleno desarrollo. País que en el ámbito internacional no está solo, tiene aliados que seguramente le quitan el sueño a los jerarcas imperialistas, gobiernos mundiales que son contraposición al mundo unipolar estadounidense.

El pueblo venezolano ha tenido que soportar todo un proceso histórico de agresión, desprecio, humillación, violación y pisoteo de los más elementales derechos humanos, llevado a cabo durante más de dos siglos de opresión e intervenciones armadas larvadas de las sucesivas administraciones estadounidenses contra el país bolivariano.

Las guerras en la secular historia de la especie humana han tenido diversas motivaciones; sin embargo, tal como está planteada la amenaza imperialista y, además, por la larga cadena de antecedentes injerencistas de EE. UU. en el mundo, las que vivimos y las que vendrán en las próximos años, son y serán conflictos por el apoderamiento de los recursos energéticos, la biodiversidad y el agua.

Hoy día, este es el fondo de la beligerancia imperialista.

Paradójicamente, los poseedores de estos recursos mayoritariamente son Estados soberanos que han hecho importantes avances en el ejercicio de su autodeterminación para defenderlos.

Venezuela está en el ojo del huracán. Además, ha sido puntera en asumir posiciones soberanas en la defensa y el desarrollo de sus fuentes energéticas; asimismo porque la decisión del gobierno de Colombia y de EE. UU. de asentar bases militares en el territorio neogranadino concuerda con la visión de que estamos en un escenario de guerra multifuncional.

El alineamiento de la política exterior de la oligarquía colombiana (santanderista), que debe desechar Gustavo Petro, se ajusta al plan expansionista de EE. UU. configurado desde 1823 con la denominada Doctrina Monroe, actualizada continua y sucesivamente por tres siglos consecutivos.

Estamos en batalla. Pero, como pocas veces en la historia, Nuestra América está en el umbral de una nueva era, en el camino de transición hacia una etapa de superación de rémoras del pasado, y está mirando hacia el futuro inmediato con enormes opciones para resarcirse de los daños sufridos por el imperialismo.

Ha ido construyendo espacios para la integración y encuentros de pueblos y Estados, decididos por la concreción de autonomías regionales y de independencia política que van más allá del tutelaje imperial.

Aunque el objetivo de EE. UU. en el marco de la frase maquiavélica, es dividir los intereses comunes de Nuestra América y generar condiciones para detener el incontenible proceso Revolucionario Bolivariano como punto de partida y palanca de los cambios en las nuevas epistemologías del sur, como doctrina en contraposición al hegemón estadounidense y al eurocentrismo.

El escenario internacional internacional que nos toca, sirve de marco de referencia para calibrar el nuevo mundo en construcción, y al mismo tiempo, para introducirnos en la compleja madeja del surgimiento de múltiples expresiones contrahegemónicas que recorren al planeta Tierra.

La lucha por la paz, la soberanía y la independencia total, al igual que la unidad de nuestros pueblos, hoy se convierten en esta ofensiva, en un imperativo infranqueable de vida o muerte.

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