Eugenia Russian

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La 77ª Asamblea General de la ONU, se realiza en medio de tensiones bélicas, de efectos devastadores de la crisis financiera, ecológica y de la persistente pandemia del Covid19. Precisamente, para evitar esas grandes tragedias humanas, es que se creó la Organización de Naciones Unidas al final de la segunda guerra mundial.

Aun cuando hay movimientos serios que promueven su mayor democratización y adecuación para la atención de los grandes problemas actuales, persiste la actitud de gobiernos que pretenden actuar al margen de la comunidad internacional.

Frente a situaciones adversas en los países con percepciones de realidades oscuras ocasionadas por errores y corrupciones no deslastradas, pero en gran parte, por bloqueos y campañas distorsionantes de la realidad, mediante medios de manipulación de conciencias, resulta relevante valorar los esfuerzos populares en retomar caminos esperanzadores.

Es un reto de enorme responsabilidad pasar de estas democracias de baja intensidad o fachadas de democracia, a formas democráticas participativas e incluyentes. Se trata de revertir la tendencia suicida y repotenciar la construcción democrática en función de la paz y de la vida.

La problemática social y ambiental emergen como dos caras de la misma moneda. Un sistema que no puede brindar tierra, techo y trabajo para todos, que socava la paz entre las personas y amenaza la propia subsistencia de la Madre Tierra, no puede seguir rigiendo el destino del planeta.

Nuestro grito, es el de los postergados de siempre que llama a construir un modo de vida en el que la dignidad se alce por encima de todas las cosas. Donde se logre trabajar para construir puentes entre los pueblos, que nos permitan derribar los muros de la exclusión.

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