Clodovaldo Hernández

@clodoher

El año 2022 arrancó en fa, como dicen los salseros: el resultado electoral de Barinas y ciertos acontecimientos del contexto geopolítico han sacudido la tórrida imaginación de las oposiciones, que yacía dormida, tal vez por exceso de hallaca, pernil y pan de jamón.

El debate político pasó de un día para otro del realista-mágico tema de la autenticidad o piratería del Starbucks de Las Mercedes al escenario de un referendo revocatorio triunfal, pero amenazado ya no por un CNE controlado por la dictadura; no por los canallas de los puntos rojos, extorsionando con bolsas de CLAP y bonos; ni por los colectivos armados del chavismo criollo, sino por la presencia en las calles de malencarados militares rusos dotados de armas nucleares.

No me digan que soy quien exagera y caricaturiza. Si así fuera, sería yo un creativo de talento desperdiciado. En verdad, son los opositores partidistas y mediáticos los que se pasan de maraca con su “fumadera de lumpias”, como una vez dijo el profesor Aristóbulo.

Vamos a analizar el primer componente de este alegre despertar del antichavismo: el revocatorio.

Resulta que el opositor Sergio Garrido aglutinó los votos del veteranísimo adeco Rafael Rosales Peña y los del célebre (ustedes saben por qué) ultraderechista Freddy Superlano para derrotar rotundamente al candidato del Partido Socialista Unido de Venezuela, Jorge Arreaza, y esa victoria, por el hecho de haber acontecido en el estado natal del comandante Chávez, insufló ánimos triunfales a los opositores del resto del país, quienes sacaron ya unas cuentas al estilo del eximio matemático Ramos Allup en 2016, y están convencidos de que este año revocan –y revuelcan- a Nicolás.

Por supuesto que la de Barinas no fue cualquier derrota para el chavismo. No solo por el peso simbólico de dicho estado en el que habían gobernado ininterrumpidamente familiares del líder histórico de la Revolución, sino también por el hecho ya comentado de que se produjo la suma electoral entre grupos rivales de las oposiciones, algo verdaderamente raro.

Ese es un asunto que tendrá que ser tratado con mucha seriedad por el PSUV y el Gobierno. Volviendo al punto, la euforia de los opositores por haber ganado en el terruño del comandante no fue normal. Incluso, algunos odiadores de la música criolla amanecieron el lunes 10 poniendo a todo volumen Linda Barinas, con Eneas Perdomo. Otros, del ala pirómana, volvieron a sus tiempos de 2017 o 2019 y, con caras de sobrados, increparon a los chavistas: “¿Y tú dónde te vas a meter ahora?”, dicho en el tono matasiete de quien acaba de tomar el palacio de gobierno, pero no el de Barinas, sino el de Miraflores.

Parafraseando a cierto compadre mío, con esta oposición “siempre que pasa igual, sucede lo mismo”. Cuando están en la onda insurreccional, montan una guarimba en Altamira y dicen que el país entero arde en llamas; cuando están en modo pacífico, ganan en un estado (para acumular 4 de 23) y actúan como si acabaran de triunfar por KO en unas presidenciales.

Debido a ese sobredimensionamiento de los “logros”, tienden a buscar siempre la opción más rápida, como esos jugadores de ajedrez que dan jaque y ya creen que es mate.

En 2019, luego de poner en marcha la pantomima del gobierno encargado, intentaron el golpe de Estado, sin reparar en que los plátanos estaban verdes. En esta ocasión, tras ganar en Barinas, sacaron el revocatorio del fondo de su gaveta de estrategias porque es la solución inmediata. La paciencia, definitivamente, no es una de sus virtudes.

 

Y ahora, la invasión rusa

El repentino entusiasmo por el revocatorio presidencial hubiese sido más que suficiente para darle de comer política y mediáticamente a la oposición por unos cuantos meses. Pero ya está visto que este año se las trae y no habíamos llegado a la mitad de enero (la quincena más larga del año, por otras razones) cuando se había prendido otro “escandalete” (frase propia de la doñita fashion Ña Magda): Rusia, que en el imaginario opositor es un país comunista, dirigido dictatorialmente por el pérfido Putin, que en ese mismo imaginario es una reencarnación de Stalin, va a utilizar a Venezuela como emplazamiento para bases destinadas a atacar a ese pacífico y democrático país (de nuevo, en la cabeza de los antichavistas) llamado Estados Unidos.

Entonces hemos presenciado un increíble epifenómeno de la victoria barinesa: la oposición ha asumido un discurso patriota.

Ha sido una experiencia antropológica fascinante ver con el pecho henchido de emoción nacionalista a los mismos sujetos que firmaron un contrato con una empresa de mercenarios para que invadieran el país, mataran al que se les atravesara y se quedaran con lo que quisieran. Y pensar que su brote súbito de disposición a morir por la soberanía les ha sobrevenido no de hechos reales (como aquella madrugada en Macuto), sino de hipótesis y declaraciones de un funcionario ruso.

En verdad os digo que es un raro privilegio que nos ha concedido la vida esto de ver, oír o leer a los aliados locales de la paracocracia vecina denunciando que el suelo sagrado de la patria está a punto de ser profanado por la planta insolente de los rusos.

Lo cumbre de este peculiar inicio de enero es que la euforia electoral de Barinas se ha amalgamado con el furor nacionalista antirruso, generando las elaboraciones más desmelenadas que hubiese podido parir alguna “mente calenturienta” (esta vez, la fertilidad semántica viene de la obra literaria del gran Jaime Lusinchi). Así vemos que los voceros políticos y mediáticos de la derecha hacen alharaca alertando acerca de cómo las tropas rusas podrían aplastar a las gigantescas masas humanas que saldrán a las calles a exigir el revocatorio contra el presidente Nicolás Maduro.

Los milagros epistemológicos ocurren en sucesión: personas que hasta hace unos días no sabían que existía un país llamado Kazajistán, se convirtieron en expertos en geopolítica del Asia Central y, con ese florido conocimiento, disertan acerca de cómo Venezuela podría kazajanistanizarse, es decir, que si a propósito del referendo triunfal se arma uno de los clásicos escenarios de “protestas cívicas y pacíficas de la sociedad civil”, Putin mandará a sus matones a sofocar la rebelión.

Mi amigo el Profesor de Historia me comenta que lo más impresionante de todo es que a 30 años de la desintegración, la derecha mundial y local siga hablando de Rusia como si fuera la Unión Soviética, y como si la confrontación geoestratégica que estamos viviendo fuese porque ese país (que ya no existe) quiere imponer el comunismo a escala global. “Una cosa es que haya vuelto la Guerra Fría y otra es tener el cerebro en estado criogénico”, dice el profe.

Reflexión fronteriza

El asesinato de José Urbina. Denunciar las masacres y asesinatos de líderes sociales en Colombia es una tarea en la que la Revolución Bolivariana no debe darse descanso. Tampoco la prensa y los comunicadores identificados ideológicamente como de izquierda. Pero, caramba, para tener autoridad moral en ese terreno es necesario que todos los hechos violentos de naturaleza análoga ocurridos de este lado de la frontera tengan una enérgica y constitucional respuesta de parte de los poderes públicos.

Eso debe ser así porque de lo contrario se incurre en las mismas posturas hipócritas y descaradas de la oligarquía colombiana, de sus gobernantes y de su maquinaria mediática.

La reflexión viene a cuento porque en Puerto Páez, estado Apure, mataron a un líder social y comunicacional, José Urbina, quien para más detalles había lanzado el alerta sobre el riesgo de muerte que corría luego de haber formulado ciertas denuncias.

En un video que grabó días antes de ser asesinado, hizo una acusación concreta contra un oficial de la Guardia Nacional Bolivariana.

Estamos muy lejos de ese rincón de la patria, donde la realidad cotidiana es muy distinta a la que se vive en la capital del país o en otras ciudades y pueblos. Pero un acontecimiento como este debería tener una respuesta contundente, en investigación, medidas cautelares y sanciones. Al no haber esa reacción de las autoridades con competencia en la materia se normaliza lo ocurrido y es así como esos modos de proceder se convierten en patrones de conducta, tal como ya lo son en Colombia.

El hecho en sí es gravísimo, pero se hace peor porque la respuesta institucional ha sido sumamente débil, por no decir nula.

¿Con máculas como ese episodio, podremos seguir denunciando que en los primeros nueve días de 2022, en Colombia ya se contaban cuatro masacres?

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