Ildegar Gil

@ildegargil

Como suponíamos (no muy pocos y pocas, por cierto,) las «sanciones» dictadas por la Liga de Beisbol Profesional de Venezuela (LVBP), hacia los peloteros incursos en hechos violentos suscitados el sábado 19 de noviembre, tanto en Puerto La Cruz como en Valencia, constituyeron lo que en buen criollo se denomina un saludo a la bandera. Dicho de otra forma, un suave rocío al amanecer.

No de otra manera puede calificarse el «castigo» recibido por un «profesional» que, como consta en videos, pudo haber asesinado a otro beisbolista al atinarle un pelotazo en la frente; o a quien, no obstante sus innegables brillantes credenciales como jugador nacional e internacional, demostró poco respeto por la disciplina al interceptar el tránsito hacia la segunda almohadilla de quien previamente había conectado su tercer jonrón de la jornada, con «una mano» que provocó la caída a tierra del sorprendido jugador.

Estas decisiones, y otras que -dada la magnitud de los hechos- igualmente resultaron risibles, seguramente estuvieron ajustadas a lo que establece el reglamento  de la organización, lo cual nos lleva a concluir que es hora de revisar la esencia de este instrumento normativo. Me cuesta aceptar que un código interno esté por encima del marco legal imperante en la República Bolivariana de Venezuela, en lo que a situaciones como la planteada se refiere.

¿Que no es la primera vez que presenciamos un dislate como este, en el mero corazón de la LVBP? ¡Cierto! y ello es lo que angustia. Significa que esa oficina acumula una muy vieja deuda con la razón y el sentido de la justicia, no obstante los años transcurridos y los cambios impulsados -siempre a través de la ley-, por las autoridades en lo referente a materia de respeto, fraternidad y convivencia. Dicho de otra manera, el país parece ir por un lado y «la liga» -peligrosamente-, por otro. Es como si fuese un «paísito» aparte, con presidente y todo, como en efecto lo tiene.

A estas alturas, cabría preguntarse si la «penalización» a los implicados es tan o más grave que los sucesos mismos. Al fin y al cabo, son los precedentes -en cualquier circunstancia-, los encargados de diseñar las lecciones que deben moldear la conducta de los colectivos.

Otro renglón a considerar, con similar inquietud, es la pasividad con la que los afectados sobre el terreno del conflicto se han tomado el asunto. Todo indica que los pelotazos, mandibulazos y demás coñ… suficientemente documentados, quedarán como una anécdota más, haciendo palidecer el espíritu de las leyes consagradas a evitar y/o condenar (legalmente hablando) acciones de esa naturaleza. Y, si a ver vamos, no es de extrañar que así asuman este episodio, dado el modelo o patrón instaurado desde los espacios a los que están adheridos.

Mientras tanto, en lo particular y hasta que alguna muy válida razón me haga pensar lo contrario, mantengo el criterio de modificar y aplicar reglas con efectos inmediatos en momentos como los del sábado 19 de noviembre, expuestos en el texto titulado ¡Una idea al beisbol! No sustituir jugadores expulsados.

Paralelamente, seguiremos pariendo -cual bateador chimbo con las bases llenas-, para explicar a nuestras hijas e hijos que bochornos de esa estirpe no son recomendables, así sean personificados por quienes ellas y ellos admiran.

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