Ildegar Gil

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Por formación y convicción soy incapaz de objetar las aspiraciones que, de carácter reivindicativo, plantee la clase trabajadora tanto en la República Bolivariana de Venezuela como en cualquier parte del mundo. La intención de acceder gradualmente a un nivel superior en lo que a calidad de vida se refiere, se inscribe dentro de los derechos universales de mujeres y hombres. Partiendo de ello, brindo respaldo absoluto a tales intenciones.

Yo mismo, en su momento, he participado en coyunturas orientadas a culminar satisfactoriamente con el objetivo propuesto. En ocasiones, el saldo fue absolutamente favorable, medianamente satisfactorio en alguna oportunidad y, la verdad sea dicha, el fracaso total se constituyó como resultado de algunos intentos. Todo ello, como elementos de la vida, es normal.

Abordo esta premisa, dada la operación que desde hace algunos días, desarrollan sectores gremialistas de la docencia en todo el país. Maniobra que si bien es cierto posee una innegable base de incomodidad y hasta molestia, es enfocada con un enorme margen de error, y voy al grano: ¿Por qué nuestras hijas e hijos deben pagar los platos rotos? ¿Por qué nuestras hijas e hijos son privados de recibir atención pedagógica, bajo el pretexto de un reclamo netamente nominal? ¿Por qué estos gremios y sus afiliados usan a nuestras hijas e hijos como carne de cañón, en una confrontación en la que ellas y ellos nada tienen qué ver? ¿Por qué nuestras hijas e hijos son sometidos al riesgo que significa dejar de percibir invalorables horas de clases? ¿Acaso nuestras hijas e hijos son el patrón y tan mal patrón que ahora deben ser atacados con el abandono de las aulas por parte de quienes dicen ser sus mentores, guías y formadores? ¿En qué cabeza cabe que este tipo de violencia deba ser descargada sobre millones de niñas, niños y jóvenes ajenos al tema de fondo? ¿Qué culpa tiene ellos y ellas? ¿Es justo que su derecho a la educación sea vulnerado de esta manera? ¿Se les ha explicado o se les explicarán las razones por las cuales el nivel del salario y la inflación (inducida) es el que nos ahoga hoy por hoy? ¿Habrá la valentía para hacerles conocer que cuando el país no estaba bajo efectos del bloqueo aplicado a partir del año 2015, estas cosas no ocurrían? ¿Tendrán el arrojo de explicar que una cosa está vinculada a la otra?

Hace años el gremio de la docencia conducía sus luchas de otra manera. Recuerdo perfectamente ocasiones en las que –a manera de protesta–, las clases eran dictadas en plena calle, logrando llamar la atención no solo de las autoridades sino de medios de comunicación y otros sectores nacionales. Los más antiguos en estos pugilatos saben que es verdad. El “paro”, como el de ahora, también fue empleado en diversas situaciones generando –también como ahora–, lógico retraso académico, traumas y desenfado.

Reitero mi apego a las aspiraciones y luchas de la clase trabajadora. Formo parte de ella, como quienes hoy plantean conocidas exigencias, pero rechazo el procedimiento –totalmente nocivo–, que impulsan quienes lo promueven.

El duro panorama económico que envuelve al país y sobre todo a los sectores más vulnerables, no es exclusivo de las y los profesionales de la docencia. La verdad verdadera es que atosiga a cada uno de los niveles, en mayor o menor grado. ¡A todos! Y es lógico que así sea, puesto que el asedio contra la nación, dirigido desde adentro y también desde afuera, tiene tentáculos para todo el mundo.

Reflexionen, señores docentes. Nuestras hijas e hijos no son los culpables. Ellas y ellos también son víctimas. Por favor, no sean crueles.

1 comentario sobre “Señores docentes: Nuestras hijas e hijos no son los culpables

  1. Cuál derecho está por encima del otro? El de la vida o el de la educación? Porque de eso se trata de la vida: mal comido; mal vestido y por ende con depresión; sin forma de ir a trabajar porque el pasaje está caro y : o lo pagas o dejas de comer… nosotros no tenemos tampoco la culpa

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