Néstor Rivero Pérez

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El 17 de diciembre de 1830 cesó de latir en la Quinta San Pedro Alejandrino, de Santa Marta (Colombia), el corazón del hombre más generoso que haya recorrido los caminos de la América en los últimos 121 años, el Libertador Simón Bolívar. Su genio de estratega y su espada al frente de los ejércitos republicanos, dieron la independencia a cinco naciones hispanoamericanas, a la vez que convocaba, entre 1824 y 1826, la primera cita anfictiónica subcontinental en el Istmo de Panamá. A la par de su relampagueante tránsito militar y su legado epistolar y de orador público, la herencia fundamental que el Libertador transmitió a la posteridad, y que hoy es reto para las nuevas generaciones de latinoamericanos y caribeños, es el de construir patria grande, clamando, como lo hizo Bolívar a lo largo de su vida pública, por la unión de los países independizados por su espada.

 

Marxistas bolivarianos

Carlos Marx, quien puso su genial obra al servicio del proletariado mundial y el socialismo, adhirió el prejuicio con que muchos conservadores vieron a Bolívar en dos siglos. Sin embargo, marxistas contemporáneos revalorizan la figura del Libertador. Así, Gilberto Vieira escribe que la independencia suramericana “no podía ser… un movimiento exclusivamente popular (…) El pueblo esclavizado y oprimido no podía dar los dirigentes para la gran gesta que comenzaba” (Libro: Bolívar visto por marxistas). Para Vieira los conductores “tenían que salir de las clases conscientes de sus intereses, latifundistas, comerciantes, criollos ricos” [Ibídem].

Ingratitud e indigencia

Circunstancias hostiles confrontó Bolívar en su magna empresa continental y que alcanzarían al final de sus días, un punto extremo de ingratitud por parte de quienes en gran medida le debían cargos, honores y peculio propio. Y este terrible cuadro de abandono y rechazo por muchos de quienes habían sido sus lugartenientes en los años de la Guerra a Muerte, y que ahora en 1830 se encumbraban como grandes beneficiarios locales de la disgregación de la Gran Colombia, se hizo evidente en el último llamado angustioso que hizo Simón Bolívar el 27 de noviembre de 1829, en su última carta al general José Antonio Páez, diciéndole: “En Venezuela nadie es capaz de levantar su voz contra la autoridad que Ud sostiene”, exponiéndole su interés de que se finiquitase en tribunales de Caracas, el pleito sobre las minas de Aroa, únicos bienes con que el Libertador contaba para sobrevivir. A propósito de sus minas de Aroa, disputadas en tribunales, el héroe desnuda ante Páez su pobreza: “No quiero perderlas, quedándome en la calle como indigente (…) no sé con qué me he de ir de este país el día que sea preciso”. Tal requerimiento no obtuvo respuesta del Centauro.

 

La última proclama

A los pueblos de (la Gran) Colombia: Habéis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tiranía. He trabajado con desinterés, abandonando mi fortuna y aun mi tranquilidad (…) Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi reputación y mi amor a la libertad (…) amor a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono. Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la manifestación de mis últimos deseos (…) Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la Unión (…) Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”.

 

Sinóptico

1819

Nace la Gran Colombia

Este día el Congreso de Angostura aprobó la unificación de Venezuela y Nueva Granada, Quito, en un solo Estado unitario bajo el nombre de República de Colombia (Gran Colombia). La idea de designar con el nombre de “Colombeia” la América hispana, fue apuntalada a finales del siglo XVIII por el caraqueño universal Francisco de Miranda. El Precursor se esforzó a partir de 1787, por difundir su idea de una gran república hispanoamericana desde el Missisippi hasta la Patagonia, la cual debía recibir el nombre de “Colombeia”. Y esta concepción permeó en la mente del joven Simón Bolívar, quien propagó como estadista y militar, la formación de una gran nación en la América Meridional. En su profética Carta de Jamaica de 1815, el héroe enunció la inexorable unificación de Venezuela y Nueva Granada en un solo Estado: “…si llegan a convenirse en formar una República Central cuya capital sea Maracaibo, ó una nueva ciudad que… se funde entre los confines de ambos países, en el soberbio puerto de Bahía-Honda. Esta posición, aunque desconocida, es más ventajosa por todos respectos”. Así, la expresión “Colombia” será a partir de 1813, una constante en Bolívar, hasta su proclama final de San Pedro Alejandrino en 1830, donde se lee “No aspiro a otra gloria que la consolidación de (la Gran) Colombia”.

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