Néstor Rivero Pérez

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El 22 de septiembre de 1966, a la edad de setenta años falleció en París André Breton, iniciador del movimiento artístico y literario conocido como “Surrealismo”. El nombre respondía a su empeño en traducir en el arte y las letras el psicoanálisis de Sigmund Freud, instando a una libre creación al margen de criterios de racionalidad.

Amor al mundo

El surrealismo empalma dos tradiciones humanistas: Una, que propone “cambiar la vida”, expuesta por el vate galo Arthur Rimbaud; y otra, la tesis marxista de “transformar al mundo”. En todo caso, el rayo iluminador y novedoso del surrealismo, que a partir de 1920 personificó Breton, expresaba un amor profundo a la vida explicado por el autor de Los campos magnéticos.

El pintor Marcel Duchamp se refirió al autor de Los campos magnéticos de este modo: “No he conocido a ningún hombre que tuviera… mayor poder de amar la grandeza de la vida, y no se entenderían sus odios si no fuera porque con ellos protegía la cualidad misma de su amor por la vida, por lo maravilloso de la vida. Breton amaba igual que late un corazón” (Wikipedia).

El Manifiesto

En 1924 Breton publicó el primer Manifiesto del Surrealismo, donde expone como idea cardinal de la nueva escuela, el automatismo psíquico, que busca expresar “verbalmente… o de cualquier otro modo (…) un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral”. Y sin embargo algunas aristas del surrealismo, al rebelarse contra la razón exponen la noción del arte por el arte, el signo del compromiso resplandece en el tránsito ciudadano de muchos de sus cultores, entre quienes destacaron Paul Eluard, Louis Aragón y Philippe Soupault, miembros del Partido Comunista, o partícipes en la resistencia contra los nazis en la Francia de la Segunda Guerra Mundial.

Uñas melladas

¿Hubo castración del surrealismo en la segunda parte del siglo XX? Ciertamente, el filo subversivo y antiestablecimiento de dicho movimiento, había cedido campo en el marco de los cambios operados en el mundo tras la Segunda Guerra Mundial, cuando con el triunfo de EE. UU. como primera potencia de Occidente, se impuso el consumismo y, de forma marginal tendencias contestatarias como el movimiento hippie, el pacifismo y la crítica a la sociedad industrial de Hebert Marcusse.

Así en sus últimos años en conversación con Luis Buñuel, Breton afirmó “hoy nadie se escandaliza, la sociedad ha encontrado maneras de anular el potencial provocador de una obra de arte, adoptando ante ella una actitud de placer consumista” (Ibídem). De este modo puede decirse que la insurgencia del arte contra la razón, encarnada por los creadores surrealistas, si bien acompañó cambios en la esfera política y a favor del socialismo, no logró traducirse en la promesa de un nuevo modo de relacionarse con el mundo a partir de la espontánea soltura de arte, ideas y libertad.

Seguidores

Al promover “el dominio de las asociaciones creativas libres, más allá del control directo de la conciencia”, el surrealismo dio inicio a un arte experimental, de sugerencias e irreverencias que logró adherencias en distintas latitudes del mundo. Así, en 1925 se dio en París la primera exposición surrealista con obras de Max Erst, Pablo Picasso, Paul Klee y Joan Miró, expandiendo su presencia, el surrealismo, hasta la poesía, la música y el cine. Surrealistas, con anclaje en el simbolismo fueron al menos en un lapso de su vida Luis Buñuel, Federico García Lorca, Benjamín Peret y Pablo Neruda, entre otros. Breton fue surrealista hasta su día final, aunque haciendo gala de lucidez cuando en su madurez comparece con su propio balance respecto a la gran indagación en que consistió su existencia.

Sinóptico

1830

Congreso de Valencia

El 22 de septiembre de 1830 el Congreso Constituyente de Valencia sancionó la Carta Magna que consagró a Venezuela como Estado separado de la Gran Colombia, y que daría inicio al período histórico de la Cuarta República.

Mientras en Bogotá el reducido núcleo bolivariano, con Antonio José de Sucre a la cabeza, sesionaba desde el 20 de enero de 1830 como “Congreso Admirable” y acariciaba la posibilidad de preservar el Estado grancolombiano, Páez y sus seguidores en Venezuela daban pasos irreversibles para convocar un Congreso Constituyente que consagrase la separación de este Departamento.

El Congreso de Valencia fue instalado el 6 de mayo de 1830. La virulencia antibolivariana de sus sesiones constituye página deplorable de la historia republicana. La Constitución de 1830 definía como venezolanos a los hombres libres nacidos en el territorio nacional, o de padre o madre venezolanos nacidos en territorio de la Gran Colombia o el exterior.

Para el disfrute de los derechos de ciudadanía se requería “ser casado o mayor de 21 años y dueño de una propiedad raíz, con renta anual de cincuenta pesos”; o ejercer “profesión o industria” con ingresos de cien pesos al año, o sueldo anual de 150 pesos.

El sistema electoral, a dos grados, contemplaba la elección de cantón y los Colegios Electorales. Estos, reunidos en la capital de la provincia, elegían al presidente, vicepresidente, senadores y diputados. “La sombra de Bolívar flota sobre el Congreso y el miedo de los hombres asume todas las formas imaginables, desde la ira desenfrenada hasta el tembloroso silencio. Que no vuelva, que desaparezca por siempre este soñador con sus grandes quimeras continentales (…) Solo contados caracteres se sobrepondrán a las oleadas de cieno… y entre estos (…) Manuel Urbina, de cuyo pecho brota una ráfaga de vergüenza reparadora” [Ramón Díaz Sánchez].

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