Vladimir Castillo

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Es mucho lo que se ha dicho sobre el actual conflicto bélico que se desarrolla en Ucrania; sin embargo es importante recordar, subrayar y repetir algunos hechos y plantear algunas posibilidades, sobre todo porque desde “occidente”, gobiernos y medios de comunicación siguen coartando la libertad de información y siguen aplicando campañas de desinformación de manera sistemática, intensa y permanente.

En 1989 Estados Unidos de Norteamérica (EE. UU.) se comprometió, de palabra, con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) a que una Alemania unificada no sería parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y menos aún, que la OTAN se ampliaría hacia el este con los países que habían sido parte del Pacto de Varsovia y mucho menos con las repúblicas soviéticas, nada de lo cual honraron. Sintiéndose los nuevos amos del mundo integraron en la Organización a la nueva Alemania y a todos los países que formaron el Pacto de Varsovia, más las exrepúblicas Socialistas Soviéticas (RSS) de Letonia, Lituania y Estonia, y por último sumaron a Albania y a Croacia. Pero esto no les bastaba, en los últimos años la OTAN ha estado haciendo lo propio para incluir a las exRSS de Ucrania, Moldavia y Georgia, lo que para los rusos es totalmente inaceptable, ya que se hace real la amenaza de tener decenas de bases militares con todo tipo de armamento, incluyendo nuclear, apuntándole desde sus fronteras inmediatas.

Lo razonable al finalizar la Guerra Fría, y una vez desmantelado el Pacto de Varsovia y fragmentada la Unión Soviética, era empezar a aminorar el peso de la OTAN, ya que su archienemigo, en manos de unos traidores, se había entregado voluntariamente; pero no, se impuso el “realismo político” y aprovechando su superioridad militar y cohesión política en torno a EE. UU., deciden tomar ventaja del momento, ampliando y atornillando su poder, utilizando para ello a la OTAN como gendarme mundial, sintiéndose “todopoderosos”.

Para lograr la adhesión de Ucrania al proyecto, llevaron a cabo un golpe de estado en 2014, contra el gobierno legítimamente electo de V. Yanukovich, obligando a los habitantes, mayoritariamente rusos, de los territorios del Donbass, a autoproclamarse en las Repúblicas de Donetsk y Lugansk, y a los de la península de Crimea a solicitar su reincorporación a Rusia; todo esto aprobado en los respectivos referendos consultivos.

Entre 2014 y 2022 las Repúblicas de Donetsk y Lugansk fueron permanentemente agredidas; su población se vio bombardeada constantemente en una continua violación de los Acuerdos de Minsk, siendo asesinadas más de 14 mil personas en esos 8 años. En febrero de 2022 el presidente Putin da inicio a la Operación Militar Especial, con la finalidad de asegurar la vida de los rusos en los territorios mencionados y “desmilitarizar y desnazificar a Ucrania”.

El apoyo político y militar brindado por los miembros de la OTAN durante los últimos ocho años al gobierno ilegal de Ucrania, así como sus agresiones a Yugoslavia, Irak, Afganistán, Siria, Yemen  y Libia, confirman plenamente que esta organización está en guerra contra el mundo, que es una alianza ofensiva, cuya única finalidad es tratar de extender el tiempo de vida de una unipolaridad desahuciada. Ahora, es evidente que la Operación Militar Especial rusa, por la desmilitarización y desnazificación de Ucrania fue convertida por occidente en una guerra de la OTAN contra Rusia, dado el apoyo en suministro de armamentos cada vez más ofensivos y de mayor alcance, así como por su soporte financiero, logístico y de información a las fuerzas ucranianas. Las fuerzas armadas rusas han denunciado el uso de armas químicas y la existencia de laboratorios biológicos estadounidenses en Ucrania. La posibilidad del uso de misiles de precisión y largo alcance contra la planta nuclear de Zaporiyia, lo que pudiera acarrear consecuencias incalculables de contaminación y muerte. La cobarde doctrina de la OTAN de luchar hasta el último ucraniano, tiene límites, los cuales debieran atender muy bien los miembros europeos en caso de un escalamiento del conflicto, pues Europa sería, de nuevo, el epicentro de una guerra mundial en la que no habría ganadores.

La enfermedad supremacista occidental, liderada por los anglosajones, debe detenerse y es a Europa a quien le toca desengancharse de ese tren descontrolado, que amenaza con exterminar la vida como la conocemos. Europa debe recuperar su soberanía, su dignidad y bajarse del falso pedestal que construyó durante la modernidad, empezando por deslastrarse de su complejo de superioridad y de las malévolas ideologías del fascismo y el nazismo, que increíble y lamentablemente vienen tomando espacios en el mundo occidental. Parece claro, que EE. UU. y el Reino Unido no van a abandonar esta posición por iniciativa propia y el mundo tendrá que convencerles de hacerlo, ojalá por las buenas.

La Unión Soviética, con Stalin a la cabeza, salvó al mundo en la Guerra Patria de esta terrible plaga y hoy le ha tocado a Rusia volver a detenerla. Hay gente consciente en todo el planeta que sabe que un mundo unipolar no es viable para lograr un mundo justo, sano y de bienestar para todos los habitantes de nuestra Tierra. No solo Europa y sus exhalaciones tienen derecho al estado de bienestar, máxime cuando muy buena parte de los recursos necesarios para lograrlo están fuera de sus territorios.

Ucrania ha venido dando muestras públicas y claras del avance del nazifacismo en su sociedad:

En 2014 quemaron vivas a cerca de 40 personas en Odesa, pero en occidente no se le dio importancia, eran comunistas. Batallones enteros se declaran nazistas, portan emblemas y se tatúan símbolos nazis, y en occidente eso no es notado ni comentado. Ilegalizan partidos y persiguen a dirigentes de oposición; al principio no importaba pues eran los comunistas, pero ahora son todos. Se persigue a los habitantes por su credo religioso, pero como son ortodoxos rusos, no importa; modificaron los programas de estudio para ajustarlos a una visión absurda de la vida, de la historia, y en occidente, bien, gracias; destruyeron millones de libros, pero como eran en ruso, no hay problema; desnudan a las personas, las sujetan a postes con plástico y las azotan, pero como son prorrusas (o se supone) 20 puntos en DDHH;  asesinan prisioneros de guerra rusos, usan de escudo a ciudadanos y bombardean diariamente espacios netamente civiles. Ok, abran un expediente contra los rusos en el Tribunal Penal Internacional; destruyen la memoria histórica de la lucha contra el nazismo durante la Guerra Patria y … ¡bravo!, así la historia cuadrará mejor con las películas hollywoodenses; solicitan cancelar la literatura, la música, la cultura rusa y, muy bien, se cancela.

Todo lo cual son muestras claras del pensamiento nazifascista imperante en Ucrania, que lamentablemente apoyan y emulan en Polonia, Estonia, Lituania y Letonia, seguidos a corta distancia por casi todo el resto de la Unión Europea, escondiéndolos detrás de la rusofobia desatada; eso sí, hablando siempre de democracia, libertad y justicia, en un jardín que se pudre poco a poco.

Sería bueno que recordaran a Bretch o Niemöller (no está clara la autoría) y el poema “Primero se llevaron” y se percatarán que el tren va a toda máquina hacia el barranco y todos debemos hacer lo propio para detener su caída y que no nos lleve a la destrucción total.

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