Carlos Machado Villanueva

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Definitivamente hay seres humanos angelicales sobre esta tierra, y el de Francisco “Chico” Tineo es uno de esos casos arquetípicos que más de un turista descubre de improviso, por ejemplo, un domingo de Carnaval cuando se dedicaba con delicado esmero a limpiar la placita del pueblo de El Cardón, en el extremo oriental de la Isla de Margarita.

Chico va recogiendo una a una cada hoja seca que desprenden desde los uveros de playa y las palmeras de coco que dan sombra a la placita de marras cada domingo de los 48 que tiene el año, religiosamente ha sido así; ni él mismo recuerda desde cuándo, aunque sí recuerda que eso, es decir, el impulso por ser útil a su comunidad, lo heredó de su padre.

Su soledad en esta faena ornamental no se sabe si obedece a que él lo prefiere así o porque sus vecinos no son tan angelicales como él. En sus mejores tiempos, Chico fue uno de los tantos lugareños de Puerto Fermín, así también se le conoce a El Cardón, que un buen día decidió domar el inmenso mar cardonero en busca del tan codiciado y bendecido pescado fresco.

Terminó estableciéndose en todo el frente de la placita junto con su hermano “Chiro” una vez que decidieron bajar del pueblecito de El Maco en la ladera sureste del Cerro Guayamurí, vigilante eterno del Valle de Paraguachí.

“Yo nací el 10 de octubre de 1956 en El Cardón y crecí en El Maco, junto a mi viejita y mi viejo, y junto con mis 12 hermanos, cinco hembras y dos varones”.

-¿Por qué te gusta limpiar la plaza de El cardón?

-Porque vivo aquí, soy de aquí… nacido aquí y me gusta mucho eso.

-¿Nadie se da cuenta de ese trabajo que tú haces?

-Sí, sí, se dan cuenta, se dan cuenta…

Ante la insistencia del porqué de su proceder, Chico repite que nadie lo ayuda, y que lo hace porque le gusta mucho y “porque nació de mí”. Reconoce de pronto, como si los recuerdos le aflorasen en un tris, que lo aprendió de su abuela y de su abuelo. Su paisano Aníbal, se atreve a reflexionar en voz alta sobre la noble labor de este hijo del municipio Antolín del Campo, cuando ya oscureciendo se disponía a subir hacia la ladera del Guayamurí donde tiene su ranchito.

“Él (Chico) lleva años limpiando esa plaza y ninguna autoridad ha sido capaz de decir: “Caraj, vamos a otorgarle un premio a Chico como buen ciudadano. Y ¿por qué no? también una ayudita económica”.

“A él le gusta colaborar, mijó. Siempre ha sido así”, comenta su paisano Iván Bellorín, señalando con su dedo hacia donde Chico se ha dirigido de imprevisto dejándonos con la palabra en la boca, y donde se lo descubre de pronto empujando hacia la orilla junto con otros lugareños, un largo bote peñero que acaba de arribar a la costa, luego de lo cual regresa y se incorpora de nuevo a la amena conversa.

-¿Tú fuiste pescador?

-Estuve seis años como pescador artesanal, con las nasas, con la vaina…

-¿Y por qué te retiraste?

-Tuve un accidente. Me puyó un pescado y tuve que retirarme.

Chico nos revela que la herida se la ocasionó un pez llamado “Sapo bravo”, una tipo de bagre que posee espinas venenosas en sus aletas que lo protegen de sus depredadores marinos, y que es el terror de los pescadores. “Estuve hospitalizado y toda vaina. Muchacho, eso se mi hizo un hueco ahí todo feo”.

En la cara exterior de uno de sus tobillos Chico luce una especie de parche de piel más oscura. “Me tuvieron que hacer un injerto”, aclara, con su propia piel, obtenida de su antepierna derecha.

Así terminaría su carrera de obrero pescador, pues siempre trabajó para los propietarios de botes peñeros de pesca y/o quizá también para los caveros (dueños de camiones refrigerados) que, como se quejaría en otra ocasión su colega José Vargas, del vecino pueblo pesquero de El Tirano, pues son ellos los que arriesgan su vida y entonces les quieren pagar la pesca a precios irrisorios para después venderla dos veces más su valor.

Recuerda con añoranza cuando en 1973 en el centro Cultural de El Cardón, hoy cerrado y abandonado, los lugareños, incluido él, celebraron la Feria del Cerro Guayamurí.

-¿Qué piensas tú del Cerro Guayamurí?

-Es muy bonito. Yo conozco un señor que lo pinta…

Se refiere a su vecino y amigo, de nombre Luis, quien en el umbroso porche de su modesta vivienda exhibe permanentemente dos caballetes en los cuales hay dos cuadros pintados, desde diferentes perspectivas, de ese imponente monumento vegetal que desde tiempos inmemoriales los lugareños nombrar en voz de pueblo originario Guaiquerí como Cerro Guayamurí.

Así, nos despedimos Chico Tineo y este redactor, con el compromiso de volver para entrevistar al pintor cardonero del Guayamurí, a quien lo une una vieja amistad.

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