Néstor Rivero Pérez

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El 8 de febrero de 1881 murió Luis Blanqui, perpetuo conspirador y agitador francés, quien transcurrió cuarenta de los 76 años que vivió, en presidios de su país, sometido a procesos judiciales por sus actividades políticas. De joven integró la “Sociedad de amigos del pueblo”, pregonando un comunismo de corte utópico. Blanqui propugnaba comunismo que se medía en la barricada, sin mayor profundidad programática.

La crítica blanquista

Blanqui y los suyos, con una osadía para el combate que causaba asombro a otros grupos de la izquierda de la época, cuestionaban el régimen social surgido de la Revolución Industrial, el capitalismo, empero crítica social teñida de romanticismo y la herencia de corrientes carbonarias. Creía que el arrojo individual y la técnica conspirativa habrían de provocar emulación en las masas para provocar el cambio social. Se trata de formas de lucha y organización que respondían a un continente europeo sometido aún a monarquías y castas de terratenientes. Y, especialmente, se trataba de un conjunto de ideas que expresaba, más que un análisis profundo y científico de la sociedad, la radical indignación legada por la crítica social del socialismo utópico en el siglo XIX.

Comuna y hombres de acción

La corriente predominante en el movimiento obrero y células revolucionarias de la Francia que detonará la Comuna de París en marzo de 1871, tendrá en los seguidores de Blanqui a sus principales impulsores.

El radicalismo de los blanquistas frente a las tropas enviadas para sofocar la Comuna de París, dio por aquellos tiempos alta significación a los blanquistas; aunque por otra parte, detuvo el ímpetu de su influencia en términos de organicidad y movilización del proletariado, por cuanto el aplastamiento de la Comuna diezmó casi hasta la extinción el liderazgo de dicha corriente. El propio Blanqui pudo salvar entonces su vida porque durante los acontecimientos de la Comuna de París se encontraba encerrado en un penal.

Más allá de Europa

La repercusión del personaje fue más allá de las fronteras de Europa. De acuerdo a José Gil Fortoul, en los debates que se suscitaron en el Congreso de Venezuela en 1854, durante el gobierno de José Gregorio Monagas a propósito de la Ley de Abolición de la Esclavitud, hubo parlamentarios que alertaban en torno al riesgo de que grupos de esclavos procediesen en el país como “los blanquistas” del Viejo Mundo, atentando contra la propiedad y con amenazas de imponer “el comunismo”. En todo caso el hecho es indicativo de la resonancia que para su época alcanzó Blanqui.

Socialista de sentimientos

El juicio de Carlos Marx sobre Blanqui quedó plasmado en El programa de los emigrados blanquistas de la comuna (1874). Allí el autor de El capital caracteriza al valeroso organizador de levantamientos insurreccionales como “un revolucionario político; no es socialista más que de sentimiento, por indignarse con los sufrimientos del pueblo, pero no posee teoría socialista ni propuestas prácticas definidas para la reorganización de la sociedad”. Para entonces Marx había estudiado detenidamente la Comuna de París liderada por los blanquistas. Y si bien la ensalzó como la primera experiencia que permitía derivar lecciones acerca del nuevo modelo de organización socialista, reconoció debilidades en lo que llamó “la toma del cielo por asalto”. Para Marx, el perfil de los blanquistas es el del “hombre de acción convencido de que una pequeña minoría bien organizada, al intentar en un momento oportuno efectuar un golpe de mano revolucionario, puede llevar a las masas del pueblo, a realizar una revolución victoriosa”. Tal es la crítica central del padre del socialismo científico al blanquismo.

Sinóptico

1944

Mallet-Prevost y el despojo del Esequibo

Este día el abogado estadounidense Severo Mallet-Prevost colocó su firma en el célebre Memorando que ha pasado a la historia con sus apellidos.

La penúltima página del “Memorando Mallet-Prevost” recoge lo escrito de puño y letra y que se publicó tras la muerte de quien se desempeñó como secretario del Tribunal Arbitral: “Cuando entré al departamento donde me esperaban los dos árbitros americanos, el juez Brewer se levantó y dijo muy excitado: ‘Mallet-Prevost, es inútil continuar con esta farsa… Martens (Presidente del Tribunal), ha venido a vernos (…) proponía Martens que la línea partiese de… Punta Barima… y que la línea se conectase con la línea Schomburgk (…) Sin embargo, Martens estaba interesado en una decisión unánime’ (…) quedé convencido que… se había concluido un pacto… para decidir la cuestión conforme a las líneas sugeridas por Martens (…) Después de contar al general -Benjamín- Harrison (Expresidente de EEUU y miembro del Tribunal Arbitral), lo que acababa de pasar, estalló en indignación… y dijo: ‘Mallet-Prevost, si se llegara a saber alguna vez que estuvo en nuestras manos salvar para Venezuela la boca del Orinoco y no lo hicimos, jamás seríamos perdonados” (http://acienpol.msinfo.info).

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