Néstor Rivero Pérez

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El 27 de octubre de 1965 fueron encontrados, atados a un pico en la playa de Lecherías (Anzoátegui), los restos del dirigente revolucionario Alberto Lovera quien había sido detenido nueve días antes en Caracas por funcionarios de los cuerpos de Seguridad del Estado. Su cuerpo había sido lanzado al mar por sus homicidas, empero las aguas lo devolvieron a la arena como expresión del oprobio en la persecución política de la Cuarta República.

1965

Habiendo traspasado Rómulo Betancourt la Presidencia Constitucional a Raúl Leoni en marzo del año anterior, el país confiaba en que este último impondría una política de concordia con los distintos factores que se habían opuesto de forma terminante a la administración saliente. Y en los primeros meses así parecía iba a ocurrir, puesto que Leoni, a instancias del entonces secretario general de su partido AD, Jesús Ángel Paz Galarraga, convocó a los partidos URD y FND, liderados por Jóvito Villalba y Arturo Uslar Pietri, respectivamente, para un gobierno de Ancha Base, al tanto que el anterior mandatario había gobernado con el partido Copei, con matices más marcadamente conservadores. De por medio estaba la disputa del liderazgo interno de AD, que habría de eclosionar en 1967 con las elecciones primarias de ese año, terminando la organización por dividirse, con el surgimiento del Movimiento Electoral del Pueblo (MEP), cuyo abanderado fue el Maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa, con un perfil claramente antiimperialista e izquierdista, lo cual había sido el gran temor de Rómulo Betancourt.

Salom Mesa

En su libro Por un caballo y una mujer, Salom Mesa Espinoza, quien entonces era diputado por AD, ofrece detalles de la querella interna en AD y dice que comenzó a investigar “el caso Lovera” inicialmente sin dar crédito a las denuncias, por suponer la veracidad de lo que sostenía el gobierno de Raúl Leoni. Anota, Salom, que dos funcionarios le informaron acerca del modo atroz en que operaba un grupo al mando del jefe de capturas de la Digepol, Carlos Vega (“Capitán Vega”), y quien disponía de un inmueble en la zona de Altamira (Caracas) donde se practicaba la tortura. A dicho local fue trasladado Lovera para obligarle mediante tortura a que delatase la ubicación, no de los líderes guerrilleros en clandestinidad, sino de los dineros de las FALN, de los cuales, supuestamente, el prisionero era depositario.

JV Rangel

Ante el espeluznante caso Lovera, mientras muchos dirigentes del país con prestigio de opinión o inmunidad parlamentaria obviaban fijar posición, la única persona que osó por décadas interpelar la conciencia de gobernantes, funcionarios policiales, medios y colegas parlamentarios de la Cuarta República, fue José Vicente Rangel. El abogado y periodista, para la época integrante de la Cámara Baja, abanderó una vez más, tal como lo haría después en los trágicos casos de Fabricio Ojeda, Jorge Rodríguez (padre) y decenas de desaparecidos políticos de menor nombradía, la denuncia. Al respecto María del Mar Lovera, viuda del dirigente asesinado, expresó “todas las personas que estábamos así, con quien contábamos era con José Vicente Rangel (…) no sé qué habría sido de nosotros y nosotras sin ese hombre extraordinario, que dedicó desinteresadamente su apoyo. Ese hombre es algo muy especial para Venezuela”.

Terrorismo de Estado

En cumplimiento de la Ley para Sancionar los Crímenes, Desapariciones, Torturas y Violaciones de los Derechos Humanos por Razones Políticas en el período 1958-1998, la Comisión por la Verdad y la Justicia, está abocada al cumplimiento de responsabilidades en materia de violaciones de DDHH durante la 4ta República. Hoy, a 56 años del crimen de Alberto Lovera, y ya fallecidos muchos de sus victimarios, la opinión pública mantiene el reclamo de que se apliquen condenas a cualquier sobreviviente involucrado directa o indirectamente, por el aval que los gobiernos de entonces diera a los ejecutores, instrumentos de un sistema policial intervenido por la CIA.

Sinóptico

1557

Miguel de Servet: víctima de la intolerancia

Este día murió quemado en la hoguera, en Ginebra (Suiza), el sabio español Miguel de Servet. Hombre de sorprendente curiosidad y capacidad de investigación. Este médico aragonés fue el primer ser humano en registrar con rigor el modo en que circula el flujo sanguíneo a través del cuerpo, llegando a los pulmones a oxigenarse y de allí marchar al corazón para reiniciar el ciclo que se reitera mientras los seres se mantienen con vida. La ejecución de Servet, por juicio que instigó Juan Calvino. Antes se había realizado una “quema simbólica” de obra y su persona, tachándosele de librepensador y hereje. Cuatro siglos después, en 1942 y en el curso de la II Guerra Mundial, el gobierno pronazi, de la Francia ocupada, ordenó se retirase una estatua en su honor para fundirla en fuego. Su figura ha inspirado decenas de libros, filmes, series de TV. En España, Suiza, Francia. La ciudad de Maracaibo (Zulia) un colegio le tiene de epónimo.

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