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Néstor Rivero Pérez

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El 14 de mayo de 1796 el médico inglés Edward Jenner aplicó por primera vez en una persona, con técnica científica, la vacuna antivariólica, precisamente en un niño que resultó completamente inoculado contra un padecimiento que desde la Antigüedad diezmaba la población mundial. El hallazgo hizo de Jenner uno de los más grandes benefactores de la historia universal.

Observar y avanzar

La primera forma de inmunización contra la terrible enfermedad se conoció como “variolización”, frotamiento sobre una persona sana, del material “tomado de un paciente recientemente infectado, con la esperanza de producir una infección leve pero protectora” [Wikipedia]. También se procedía a frotar costras de viruela en polvo o líquido de pústulas en rasguños superficiales” (Idem).

De allí ocurriría que la persona habría de sufrir una afección moderada, mucho menos grave que la viruela natural. Y dicha técnica, empleada en China y Oriente Medio, llegó a Europa en 1720 de manos de Lady Montagu. De allí la técnica pasó a la América.

Edward Jenner

Rasgo excepcional de todo genio es su facultad para atender un curso de sucesos, la repitencia del fenómeno y sus condiciones en fin, el don de la observación y extracción de consecuencias que del mismo se derivan. Y esa virtud era propia de Jenner. Ya “en 1768, el médico inglés John Fewsterse había constatado que “la infección previa, con viruela, hacía que una persona fuera inmune a la enfermedad”.

Hacia 1770 se realizaron experimentos para inmunizar a seres humanos con virus que afectaba al ganado vacuno. Sin embargo, el procedimiento sería perfeccionado por Jenner, al infectar controladamente a personas, raspando “el pus de las ampollas de viruela contagiada por una vaca. Jenner había escuchado a la ordeñadora, Sarah Nelmes, quien tras ser contagiada de viruela en sus manos por una vaca infectada, nunca más padeció la afección”.

La viruela en América

El modo en que se produjo el poblamiento del Nuevo Mundo prehispánico, y que según las más fehacientes teorías tuvo lugar hace varios milenios por locomoción pedestre, a través del estrecho de Bering al norte, a finales de la última glaciación de una parte, y, de la otra en la América Meridional, mediante el pase de isla en isla, en canoas, a lo largo del cinturón de ínsulas que hacen estación en el curso del Pacífico sur -en la dilatada franja que media entre los archipiélagos adyacentes a Nueva Zelandia y la isla de Pascua, cuyo punto continental más cercano es la costa de Chile, ya en el Nuevo Mundo. Y al caso viene esta información por cuanto ni al norte ni al sur los originarios dieron muestra de padecer la viruela, extendida desde la Antigüedad al interior de Eurasia.

Balmis y Bello

El virus se introdujo en América con los conquistadores, de forma inconsciente, como al parecer con objetivos de guerra para diezmar la resistencia aborigen. Distintas versiones apuntan hacia Hernán Cortés en México, y Fco Pizarro, como agentes de dicha malévola estrategia. En todo caso, ya en la última fase del régimen colonial español, en 1796, el rey de España, Carlos IV, sensibilizado ante los efectos de la viruela y visto que su pequeña hija la infanta María Teresa había perecido por el flagelo, y ante insinuación del médico madrileño Francisco Javier Balmis, aceptó difundir la vacuna en sus posesiones.

Así Balmis arribó a La Guaira en 1806, iniciando la vacunación en las poblaciones visitadas. Entre sus ayudantes descollaba el joven Andrés Bello. Este último escribirá luego su Oda a la Vacuna.

Sinóptico

1771

Robert Owens

Este día nació en Gales (Gran Bretaña) Robert Owen, reformador social, empresario, filántropo y padre del cooperativismo moderno y cuya figura, al lado de Henry Saint Simon, Flora Tristán, Étienne Cabet y Charles Fourier, configura la corriente del pensamiento político caracterizado como Socialismo Utópico, cuyo sello distintivo es la evolución pacífica, sin lucha de clases para la conquista de reivindicaciones y justicia en el disfrute por todos de los beneficios de la civilización.

En párrafo donde se plasma la profundidad de su convicción política y moral de reformador social, Owen sostiene, con asidero en la realidad, lo siguiente “el hombre es un producto de las circunstancias y…su carácter se forma al margen de su voluntad. No son los hombres los culpables por sus defectos y sus vicios sino el régimen social en que viven. Los crímenes de los hombres son los crímenes de la propia sociedad; castigar a los individuos, víctimas de la ignorancia y de los errores de la sociedad, es una injusticia clamorosa.

No hay más que modificar las condiciones de la vida social, mejorar el orden social, y las costumbres de los hombres cambiarán” [https://www.filosofia.org]. Hasta sus últimos años Owen condenará “instituciones como la familia, la religión, la herencia” imputándoles que limitaban la libertad de los seres humanos.

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