Alfredo Carquez Saavedra

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Hace algunos días, el candidato afiche –candidato de papel– anunció la decisión (obviamente tomada por la señora que lo dirige), de no firmar un acuerdo que lo comprometa a reconocer el resultado de las elecciones presidenciales previstas para el 28 de julio próximo. Una vez más surge el “NO es NO” de la oposición extrema venezolana.

En este caso la excusa fue tan corta como sus actos de campaña: “Firmar un acuerdo, ¿para qué? El primero que ha violado los acuerdos que firman es el gobierno. Ahí tenemos los Acuerdos de Barbados, que se han quedado en letra muerta”.

Edmundo González Urrutia dijo esto sin que le diera vergüenza actuar como el cachicamo que acusa al morrocoy de ser “conchudo”. Claro, el aspirante a mandatario milita desde hace años en un sector de la clase política en la que ser caradura parece formar parte de su código ético.

El candidato por correspondencia, al igual que muchos de los políticos que, luego de los múltiples y consecutivos reveses sufridos, migraron de la Coordinadora Democrática a la Mesa de la Unidad Democrática y de esta a la degradada Plataforma Unitaria, hace gala de una posición ambigua y peligrosa. Queda claro que juega con candela y que su posición tiende a dejar en el aire la posible reaparición de escenarios de violencia.

Vemos claramente que para los grupos que se supone que representa, sigue vigente la necesidad de negar toda aquella la realidad que les impida llegar al poder, así sea a sangre y fuego. Es decir, la negación nuevamente es usada como una de las herramientas políticas favoritas.

Los fantasmas de la conspiración aparecen, una vez más, vestidos con toda clase de ardides, mentiras y acuerdos secretos con potencias extranjeras. Porque el fin último es no reconocer jamás ninguna de las derrotas electorales que les han propinado la mayoría o les seguirán infligiendo los venezolanos, desde la llegada de Hugo Chávez a Miraflores. 

No hay que perder de vista que mantener al país en vilo, les redunda en jugosos aportes en dólares y euros –provenientes de Estados Unidos y Europa– a algunos operadores políticos, cobijados en partidos, oenegés, redes sociales y/o portales digitales.

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