Néstor Rivero Pérez

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El 15 de julio de 1799, soldados del ejército francés, en el marco de la Campaña de Egipto jefaturada por Napoleón Bonaparte, y quienes transitaban por el delta del río Nilo, cerca de la localidad de Rashid (Rosetta), encontraron de forma accidental el saliente de lo que parecía ser una lápida, con gran cantidad de signos esculpidos, lo que les motivó a tomar algunas precauciones para excavar la tierra y extraer la pieza, colocándola sobre la superficie y observando sus inscripciones.

Piedra y punzón

Desde los tiempos que antecedieron a la Revolución Agraria del neolítico -gracias a la cual los grupos nómadas pasaron de la recolección, pesca y caza, a la obtención del alimento que privilegia el cultivo, el sedentarismo y la vida de aldea-, los seres humanos procuraron las maneras de comunicar temores y esperanzas, así como respuestas y posibles soluciones ante las dificultades de un medio marcadamente hostil. Y entre los instrumentos más antiguos que se conocen para transmitir emociones e ideas, se encuentra la piedra, que operaba como especie de pizarra sobre la cual se tallaba, y el punzón que en sus inicios no podía ser otra cosa que la punta de un hueso u otra piedra de gran resistencia, susceptible de dejar rasgos en la superficie tallable.

Papiro y papel

Y al paso de la antigüedad, la civilización en Oriente recorrió, con la Edad de los Metales, nuevas técnicas de registro de ideas y mensajes. Así, habiendo surgido los rudimentos de la escritura en China y Egipto y recorrido dichas técnicas el Medio Oriente hasta llegar al Mediterráneo oriental, se sabe de la invención del papiro en la tierra de los antiguos faraones; y del pergamino, así como del perfeccionamiento del alfabeto durante la Edad de Hierro, en términos aproximados a los de la Baja Edad Media. Y el ciclo culmina con el uso del papel en la Europa del siglo XV, cuando Johan Guttemberg lo empleó para reproducir textos en su revolucionario invento, la imprenta.

Rosetta en tres lenguas

En el curso de los 222 años transcurridos desde el hallazgo de la “Rosetta” se han verificado numerosos exámenes con cada nueva tecnología aplicable a los procedimientos de determinación acerca del origen de un objeto y quiénes han podido ser sus artífices. Desde el carbono 14, pasando por muestras al microscopio y contrastes de opinión entre antropólogos, lingüistas y lectura de las inscripciones, todo apunta a que el tallado de sus escrituras se ejecutó durante el mandato de Ptolomeo V, quien habría ordenado fijar un decreto suyo en tres lenguas diferentes; jeroglífico egipcio, demótico y el griego, en los términos en que este último idioma se hablaba por entonces. Todo indica que Ptolomeo V deseaba que todos sus súbditos se enterasen del decreto que se publicaba en nombre de dicho gobernante.

Empeño de Champollion

La inscripción trilingüe consagra el culto a Ptolomeo: “Como el Sol, el gran faraón de las regiones alta y baja, descendiente de los Dioses Filopatores, a quien el sol le ha dado la victoria… hijo del Sol, Ptolomeo eterno amado (…) Los sumos sacerdotes y los profetas y los que entran en el sagrario para vestir a los dioses, y los portadores de plumas y los escribas sagrados… estando reunidos en el templo de Menfis en este día, declararon: Desde que reina el faraón Ptolomeo, el eterno, el amado de Ptah… han sido muy beneficiados tanto los templos como los que viven en ellos, además de todos los que de él dependen, siendo un dios nacido de dios y diosa… hijo de Isis y Osiris” (Fuente: Wikipedia). El empeño laborioso para descifrar dichas palabras en 1822, fue una de las causas que contribuyó a la temprana desaparición de Jean Francois Champollion, principal traductor de la Piedra de Rosetta y quien murió víctima de un accidente cerebrovascular a los 42 años.

Sinóptico

 

1871

José Enrique Rodó

Este día nació en Montevideo (Uruguay) José Enrique Rodó, cuya vida pública y obra escrita reflejan la conciencia de unidad continental y Patria Grande que en su momento encarnaron el Libertador Simón Bolívar, José Martí y Manuel Ugarte. Rodó, quien además de su arquetípico Ariel publicó Motivos de Proteo, y Liberalismo y jacobinismo entre sus libros. Ariel constituye clara refutación doctrinal frente al monroísmo y las tesis de un mal llamado “Panamericanismo”. A este generación, con diferencia de pocos años entre unos y otros, se integran nombres como los argentinos José Ingenieros (El hombre mediocre), Joaquín Trincado (Código de amor universal) y el nicaragüense Rubén Darío (Cantos de vida y esperanza), en intenso debate donde se mezclaban tendencias filosóficas y teosóficas, con el positivismo médico, romanticismo literario, y un liberalismo político con matices antiimperialistas. Ariel se convirtió en emblema de barricada ideológica, especie de muralla protectora para la reivindicación de la entidad latinoamericana que concebía su proyección hacia los tiempos por venir, con empeño de integridad y rescate de la cultura propia.

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