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Néstor Rivero Pérez

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El 26 de febrero de 1825, hace 200 años, el Congreso de Perú envió comunicación al Libertador Simón Bolívar, pidiéndole que ante su decisión de rehusar la recompensa de un millón de pesos que dicho cuerpo había aprobado días antes a favor del héroe, la destinase a obras de beneficencia en su ciudad natal, Caracas, o al territorio de la Gran Colombia.

¿Por qué rehusar un millón de pesos?

Al momento de expresar su ideas ante las corporaciones congregadas en Lima a inicios de septiembre de 1823, y que le saludaron en memorable acto de recepción, tras el arribo del Libertador procedente de la Gran Colombia, el héroe caraqueño sintetizó en breve frase, el móvil de su traslado a tierra inca: “daremos la libertad a Perú y retornaremos sin llevarnos un grano de arena de Perú”.

Desde sus primeros años al frente del Ejército Patriota en Venezuela y luego Nueva Granada, Simón Bolívar se empeñó en inculcar en su oficialidad y tropas, el propósito de elevar hacia fines nobles y altruistas el uso de las armas.

En tal sentido merece la pena recordar una circunstancia vivida días antes de la Batalla de Carabobo, librada el 24 de junio de 1821. Se trata de que habiendo recibido quejas de habitantes de las localidades entre San Carlos, Carabobo, de despojos cometidos por algunos efectivos, instruyó al general Santiago Mariño, jefe del Estado Mayor de las fuerzas que habrían de combatir el 24 de junio de dicho año en la planicie de Carabobo, para que diese un mensaje a los soldados: “Su Excelencia -el Libertador- hace saber que prefiere ir solo al campo de batalla contra el enemigo, que deshonrarse haciéndose acompañar de desalmados y facinerosos” (Caracciolo Parra Pérez, Mariño y la Guerra de Independencia, Tomo 3).

Así, se trata de dotar la conciencia del militar, como hombre que arriesga su integridad y su vida, en aras del bien de sus semejantes, y no como manera de beneficio subalterno. De haber aceptado para sí la recompensa del millón de pesos, nada objetable hubiese suscitado dicha decisión; empero Bolívar quiso mostrarse en la coyuntura, como émulo de don Quijote de la Mancha, queriendo dar con su desprendimiento, una lección que abonase al contenido del proyecto de República, en la dirección de honradez, austeridad y bien de la nación, no al peculio propio.

Contestación de Bolívar

Con sutileza propia de caballeros antiguos, el Libertador contesta al día siguiente, 27, el oficio del Congreso del 26, donde se le pide que destine el millón de pesos que se le desea obsequiar, a obras de beneficencia pública en Caracas, congratulándose -Bolívar- por las retribuciones que el Parlamento inca acordó a favor de oficiales y tropas que vencieron en Ayacucho. Y en lo que directamente concierne a la petición del Parlamento a su persona, el Libertador fija su definitiva postura: “El Congreso ha querido terminar su hermosa contienda conmigo… distribuyendo la gracia que se me hacía, entre los que han contribuido a la obra magnífica de la libertad y… no olvida al pueblo que me vio nacer”.

De allí que el Padre de la Patria sostenga: “Este rasgo de magnificencia ha colmado mi corazón de gozo y gratitud; y yo no dudo que mis hermanos de Caracas lo verán con la más grata complacencia”.

Por tanto de modo galante, Bolívar, si bien no formula un rechazo explícito, tampoco asienta con un “sí”, aunque de forma indirecta acoge la idea de que se envíe a Caracas el millón de pesos.

Concluir con dignidad la contienda…”

El Congreso (…) al mismo tiempo que respeta la decisión de Vuestra Excelencia, siente vivamente ver frustradas sus intenciones en esta parte. Y… no siendo ya permitido instarle tercera vez, después de las terminantísimas de su apreciable última nota, lo es al menos, pedir a VE se sirva destinar dicho millón (de pesos) a obras de beneficencia en favor del dichoso pueblo que lo vio nacer: Caracas.

El Congreso no halla otro modo de concluir con dignidad la contienda suscitada entre la delicadeza de VE y los ardientes deseos que le asisten de acreditar a VE y al mundo, en cuanto es posible, el agradecimiento en que le está la nación” (Decreto del Congreso de Perú, 26-08-1825 / En: Blanco y Azpurúa, Tomo 9, pág 601).

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