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Néstor Rivero Pérez

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El autor es historiador, docente y abogado.

El 12 de septiembre de 1913 nació en Cleveland (EEUU) el corredor y cuádruple medallista afroestadounidense, Jesse Owens, primer deportista en la historia de las Olimpíadas, en obtener cuatro preseas de oro.

La cuádruple hazaña tuvo lugar en los Juegos Olímpicos de 1936, celebrados en Berlín (Alemania), bajo el gobierno de Adolfo Hitler.

Velocista de excepción

En los términos de la época, cuando la discriminación racial era moneda de uso tanto en la Alemania nazi como en el Estados Unidos de la preguerra, comentaristas radiales y medios impresos resaltaban el tópico de color de la piel de Owens, por encima del inusitado logro de subir al podio campeonil en cuatro ocasiones, para ceñirse sendas medallas áureas.

Los lauros de Owens tenían pocos antecedentes en la historia del atletismo norteamericano; acaso se recuerda hoy a su connacional Antón Heida, gimnasta que en las competiciones mundiales de 1904, en San Luis, pudo colgarse 5 medallas de oro.

Owens, de su parte, llegó a ser considerado por distintos analistas, “como ‘el mejor y más reconocido atleta de la historia’ (Fuente: Litsky Frank)” [Wikipedia]. No era para menos: Entre 1935 y 1936, estableció tres récords mundiales y empató un cuarto.

Premio Jesse Owens

Hoy, cada año desde 1981, en EEUU y en su honor, se otorga el Premio Jesse Owens “al atleta nacional con mejor desempeño en la rama masculina”, desagravio póstumo a quien habiendo regresado en 1936 a su patria, esperaba ser invitado a la Casa Blanca como era usual en tales casos, y escuchar palabras del presidente Franklin Delano Roosevelt.

Este último, haciéndose eco de la tradición “antinegro” de las clases conservadoras de su país, arguyó otras ocupaciones; y ni siquiera por vía epistolar manifestó júbilo ante el héroe deportivo. Con sus cuatro preseas, Owens debió disponerse para su vida rutinaria.

Récord de autógrafos

En todo caso, la reacción de los fanáticos del olimpismo en Alemania fue sorprendente. No obstante el marcado antisemitismo que para 1936 hacía sentir el partido Nazi en la patria de Kant, Goethe y Beethoven, la población germana en los stadiums jamás despreció a Jesse Owens por ser de raza “negra”.

Este gran velocista prácticamente “batió” un récord mundial: El de la firma de autógrafos. Constituyó un privilegio tener una firma que dijera Jesse Owens. Además, y esto hay que destacarlo, se hizo de un gran amigo, un “ario” rubio, el saltador de longitud germano, Lutz Long. Este último, inclusive, le ayudó en plena competencia a hacer un ajuste en la salida para el salto en longitud, y en donde este brillante atleta obtuviera finalmente la victoria: 8.06 metros” [https://efdeportes.com].

Sí debe indicarse que en una de sus jornadas, habiendo ganado Owens el oro en presencia del Fuhrer, este último se retiró del acto, sin dar explicación. A poco, Hitler citaría a Owens, a quien entregó carta de felicitación, estrechando su mano; así lo declararía años después el mismo Owens, quien retornó de Berlín lleno de gloria, pero con sus bolsillos vacíos, pues pocos quisieron patrocinarlo en EEUU, llegando a decir Owens, que “tenía cuatro medallas de oro, pero no podía comérmelas”.

Así, dando excepcional lección de pundonor y coraje, en “lo que tal vez fue la gesta más grande de la historia olímpica, Jesse Owens regresaría en silencio a su trabajo habitual: Como botones del hotel Waldorf-Astoria” [https://www.lanacion.com]. Owens falleció en 1980.

Sinóptico

1826

Simón Bolívar retornó de Perú

Este día, luego de tres años consagrados a la independencia de Perú y Bolivia, el Libertador regresó a (la Gran) Colombia, para dar la cara a un  conflicto no menos grave que la guerra con España: Las tendencias separatistas, representadas en el vicepresidente Francisco de Paula Santander y el Comandante Militar de Venezuela, José Antonio Páez.

Debido a las ausencias del Libertador-Presidente (al frente de campañas militares), el general Santander gobernaba (la Gran) Colombia desde 1819. Y hasta 1826 logró configurar en torno suyo un círculo de comerciantes, intelectuales y funcionarios neogranadinos, del mismo modo que en Caracas y Valencia ocurría con el general Páez.

Tras el movimiento separatista de la Cosiata en Venezuela,  Bolívar se veía en la disyuntiva de proceder militarmente, o perdonar a los separatistas venezolanos, resolviendo el héroe caraqueño condescender con Páez, lo cual fue reprobado por Santander en Bogotá. “Entretanto Santander, a quien… y las informaciones recibidas del Sur habíanle demostrado que el Libertador permanecía firme en su propósito de provocar una inmediata reforma de la Constitución… se dirigió al Libertador advirtiéndole que en esta carta fijaba los límites máximos de sus concesiones y de sus sacrificios” [I. Liévano Aguirre, Bolívar, 1974, 515 págs].

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