Néstor Rivero Pérez

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El 7 de julio de 1915 nació en Caracas Juan Liscano Velutini, una de las plumas más reconocidas del siglo XX venezolano. Promotor cultural, poeta y ensayista, así como polemista desde posturas de centro que para algunos expresaron la reflexión más lúcida de la derecha venezolana de los años sesenta y setenta del siglo XX.

En todo caso Liscano se enfrentó a la dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez cuando, en 1952 -dando su apoyo a Leonardo Ruiz Pineda-, participó en el proceso de edición y distribución del Libro Negro de la Dictadura. En los años ochenta y noventa Liscano se sumó al Grupo de los Notables y al Frente Patriótico, este último una alianza entre corrientes de izquierda e intelectuales que reclamaban un giro en la conducción moral y política del país.

Letras y política

En los años cuarenta del siglo veinte, el poeta dirigió el ‘Papel Literario’ de El Nacional. Y en el primer gobierno de Acción Democrática, hasta 1948, se desempeñó como presidente del Instituto Nacional de Folclore. Ya con reconocida obra literaria recibió, en 1950, el Premio Nacional de Literatura.

De su producción poética se recuerda Nuevo Mundo Orinoco ambicioso “poema-río” según algunos críticos, que se inscribe dentro de la tendencia de “Alturas de Machu Picchu” de Pablo Neruda y “Piedra de Sol” de Octavio Paz.

Como promotor cultural dio inicio en el país a una interesante investigación en el campo de las tradiciones, con Isabel Aretz y Luis Felipe Ramón y Rivera, organizando el Primer Festival Nacional del Folklore con motivo de la asunción de Rómulo Gallegos a la Presidencia de la República.

¿De derecha o polemista?

Iluminadoras opiniones da Liscano en la revista Del día y la hora, acerca de su postura ante la civilización y la política, cuestionando que se dé prioridad al asunto económico para la formación del hombre nuevo.

Si bien admite la necesidad de reformas sociales, insiste en que para llegar el hombre nuevo “no basta con comer mejor”, siendo el único camino “la literatura y la cultura al servicio de ese cambio”. Respuesta que contiene verdades, pero que requiere de otras condiciones, como el enfrentamiento a los factores de disolución de la espiritualidad y la bondad humana: la maquinaria del capitalismo.

La verdad resulta más compleja, puesto que el cambio de civilización requerirá la acometida simultánea del plato de comida y el acceso a los bienes espirituales de la educación, arte y cultura, sin lo cual no habrá ciertamente, integración de la perspectiva de hombre y de mujer que formule propuestas para una nueva civilización.

En esa oportunidad, el escritor expresa una idea reveladora de sus convicciones raigales, al impugnar la llamada “literatura de crueldad” cuando -al referirse a la obra Esperando a Godot de Samuel Becket, sostiene “Yo no creo en la literatura miserabilista ¿Por qué denigrar sistemáticamente al hombre? Esa literatura cumple una función al denunciar una condición inhumana. Falla al no presentar una salida (…). Esa literatura negadora del hombre refleja una sociedad donde impera el lucro y el mercantilismo y un Estado que aplasta a la persona humana”.

 

Críticas al capitalismo

El autor de Los fuegos apagados había sostenido, en los años sesenta, una agria polémica con la izquierda venezolana que entonces postulaba la lucha armada, señalando “Betancourt provocó verbalmente a la izquierda marxista y esta respondió saliendo a la calle a tirar piedras” (Pensar a Venezuela, ANH, Cs, 1995, 278 págs.).

Liscano fustigó, según asienta en su libro de memorias, lo que él consideraba “la carencia de base doctrinaria y dialéctica de esa insurgencia” (Ibídem). Y ello le distanció de la intelectualidad de izquierda en la época. “Fui acosado y marginado en un guetto” (Ibídem), puntualizando “yo no condené esa violencia en nombre del capitalismo, sino en nombre de su propia inconsistencia”.

En todo caso, el autor de Reflexiones para jóvenes capaces de leer, y “Nuevas tecnologías y capitalismo salvaje, también se abocó en distintos momentos de su creación intelectual, a criticar a profundidad el modelo consumista y de banalidad de la industria cultural del entretenimiento.

En los años ’80 y noventa del siglo XX, asistió a centros universitarios donde recibía buena acogida de estudiantes y profesores.

 

Sinóptico

Francisco Narváez

El 7 de julio de 1982 murió en Caracas Francisco Narváez, cuya obra escultórica en la Plaza O’Leary de El Silencio, Plaza Carabobo y Parque Los Caobos, de Caracas, así como en distintos centros educativos, contribuyó a dotar esta capital de un conjunto de monumentos y fachadas que la distinguen por la vocación de perfilar una identidad cultural asentada en raíces aborígenes y valores y sensibilidad para la defensa de la fauna y la naturaleza. Las Toninas de la Plaza O ‘Leary recrean al piscívoro del río Orinoco, especie de delfín con pincel de espectacularidad de la mano del artista.

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