Carlos Marx
El autor es periodista y abogado.
Alberto Vargas
PARTE I
Carlos Marx (1818-1883), nació en Tréveris y vivió una vida, no de noble precisamente, y aunque cursó estudios universitarios en la carrera de Derecho, profundizó su formación estudiando Historia y Filosofía; le tocó enfrentar un cúmulo de dificultades, las cuales le acompañarán durante su trayectoria de hombre modesto. Concluyó sus estudios en 1841 y presentó una tesis sobre la filosofía de Epicuro.
Sus ideas eran todavía la de un idealista hegeliano (Hegel 1770-1831, filosofo alemán). En 1843 contrajo nupcias con su primer y único amor, Jenny von Westphalen, con quien tuvo que enfrentar una vida penosa, pues la miseria le llegó de un modo verdaderamente asfixiante sobre él y su familia.
A no ser por la constante y desinteresada ayuda de Federico Engels (1820-1895), a quien conoció en París en septiembre de 1844, la vida de penurias pudo ser más desesperante. Fueron inseparables amigos, “el amigo más íntimo de Marx”, sentenciaría Lenin (1870-1924, político y revolucionario).
Esta poderosa amistad no solo le permitió a Marx llevar a término El Capital, sino que habría sucumbido fatalmente bajo el peso de la miseria. Además, Engels es el factor determinante de que hubiera podido salir a la luz los dos tomos restantes de El Capital en 1885 y 1894, respectivamente.
También está entre sus emblemáticas obras, el famoso Manifiesto Comunista, escrito con Engels y que vio la luz en febrero de 1848. Esta obra expone, con una claridad y una brillantez genial, la nueva concepción del mundo, el materialismo consecuente aplicado igualmente al ámbito de la vida social, la dialéctica como la más completa y profunda doctrina del desarrollo, la teoría de la lucha de clases y del papel revolucionario histórico mundial del proletariado, como creador de una sociedad socialista.
Luego, sin ser economista, ahondó su estudio; ahí concentro sus fuerzas, en el estudio de la economía política, la cual le permitió desarrollar su teoría materialista en varios trabajos históricos. Sus obras Contribución a la crítica de la economía política (1858) y El Capital (1867 Tomo I), introducen un espíritu revolucionario único y genuino.
Este monumental hombre que vivirá por siempre ahora y después en el reino de lo humano posible, falleció un mediodía, en fecha 14 de marzo de 1883. Expiró plácidamente en su sillón, y yace enterrado, junto a su mujer, en el cementerio de Highgate, de Londres.
Marx es el continuador y consumador genial de las tres grandes corrientes espirituales del siglo XIX, que tuvieron por cuna a los tres países más avanzados de la humanidad: La filosofía clásica alemana, la economía política clásica inglesa y el socialismo francés, unido a las ideas revolucionarias francesas en general. La maravillosa consecuencia y la unidad sistemática que hasta sus adversarios ven en sus ideas, en su conjunto representan el materialismo y el socialismo científico como teoría y programa de los revolucionarios de todos los países del mundo.
Marx, al objetar el idealismo hegeliano, argumentó: “Para Hegel, el proceso del pensamiento, al que convierte incluso, bajo el nombre de idea, en sujeto con vida propia, es el demiurgo de lo real. Para mí, por el contrario, lo ideal no es más que lo material traspuesto y traducido en la cabeza del hombre”. Coincidiendo en un todo con esta filosofía materialista de Marx, Engels expone lo siguiente en su Anti-Dühring:
“La unidad del mundo no consiste en su ser. La unidad real del mundo consiste en su materialidad, que tiene su prueba en el largo y penoso desarrollo de la filosofía y las ciencias naturales. El movimiento es la forma de existencia de la materia. Jamás ni en parte alguna, ha existido ni puede existir materia sin movimiento ni movimiento sin materia. Si nos preguntamos qué son en realidad el pensamiento y la conciencia y de dónde proceden, nos encontramos con que son productos del cerebro humano y con que el mismo hombre no es más que un producto de la naturaleza que se ha formado y desarrollado en su ambiente y con ella, por donde llegamos a la conclusión lógica por sí misma, de que los productos del cerebro humano, que en última instancia no son tampoco más que productos naturales, no se contradicen, sino que armonizan con la concatenación general de la naturaleza”.
La concepción de Marx acerca de la relación entre libertad y necesidad está en que “La necesidad solo es ciega mientras no se la comprende. La libertad no es otra cosa que el conocimiento de la necesidad”. Esto equivale al reconocimiento de la sujeción objetiva de la naturaleza a ciertas leyes y de la transformación dialéctica de la necesidad en libertad; esto es, a la par que de la transformación de la “cosa en sí”, ignorada, pero susceptible de ser conocida, en “cosa para nosotros”, pasando de la “esencia de las cosas” a los “fenómenos”. Así, pues, la dialéctica es, según Marx, “la ciencia de las leyes generales del movimiento, tanto del mundo exterior como del pensamiento humano”.
PARTE II
La historia que antecedió a Marx, es un cúmulo de datos no analizados y fragmentados, que expusieron algunos aspectos del proceso histórico. El marxismo señaló el camino para una investigación universal y completa del proceso del nacimiento, desarrollo y decadencia de las formaciones sociales y económicas, examinando el conjunto de todas las tendencias contradictorias y concentrándolas en las condiciones, exactamente determinables, de vida y de producción de las distintas clases de la sociedad, eliminando el subjetivismo y la arbitrariedad en la elección de las diversas ideas dominantes o en su interpretación, y poniendo al descubierto las raíces de todas las ideas y de todas las diversas tendencias manifestadas en el estado de las fuerzas materiales productivas, sin excepción alguna.
Son los hombres y las mujeres los que hacen su propia historia, pero ¿qué determina los móviles de estas personas, y más exactamente, de las masas humanas?, ¿a qué se deben los choques de las ideas y aspiraciones contradictorias?, ¿qué representa el conjunto de todos estos choques que se producen en la masa toda de las sociedades humanas?, ¿cuáles son las condiciones objetivas de producción de la vida material que forma la base de toda la actuación histórica de los hombres y las mujeres?, ¿cuál es la ley que preside el desenvolvimiento de estas condiciones? Marx se detuvo en todo esto y trazó el camino del estudio científico de la historia concebida como un proceso único regido por leyes, pese a toda su impotente complejidad y a todo su carácter contradictorio.
El marxismo ofrece el hilo conductor que permite descubrir la existencia de leyes en este andamiaje y caos: La teoría de la lucha de clases.
«La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días, es la historia de las luchas de clases. Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales; en una palabra: Opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces, y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases beligerantes. La moderna sociedad burguesa, que ha salido de entre las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido las contradicciones de clases. Únicamente ha sustituido las viejas clases, las viejas condiciones de opresión, las viejas formas de lucha, por otras nuevas. Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber simplificado las contradicciones de clases. Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se enfrentan directamente: La burguesía y el proletariado», escribió Marx.
La lucha de clases es el motor de la historia. Desde que la burguesía conquistó el poder político y estableció sobre las ruinas de la sociedad feudal su modo capitalista de producción, sobre ese modo de producción erigió su Estado, sus leyes, sus ideas e instituciones. Esas instituciones consagraron la existencia de su dominación de clase, y es lo que justamente combaten los revolucionarios. La burguesía lleva en sí mismo su contrario: Nosotros, el pueblo. El marxismo no es un dogma, sino una guía para la acción.
PARTE III
La filosofía de Marx es el materialismo filosófico acabado, que ha dado un arma de conocimiento a la humanidad, y, sobre todo, a los «condenados» por la burguesía. Igual que el conocimiento humano refleja la naturaleza que existe independientemente de él, es decir, la materia en desarrollo, el conocimiento social refleja el régimen económico de la sociedad, a través de las diversas opiniones y doctrinas filosóficas, etcétera.
Las instituciones políticas son la superestructura que se alza sobre la base económica. Así vemos, por ejemplo, cómo las diversas formas políticas de los Estados sirven para reforzar la dominación de las oligarquías sobre los humildes. Luego, una vez que comprobó que el régimen económico es la base sobre la que se alza la superestructura política, Marx se dedicó a su estudio, la cual está consagrada en su obra principal, El Capital.
La economía clásica se formó en Inglaterra, en el país capitalista más desarrollado. Adam Smith y David Ricardo, sentaron en sus investigaciones del régimen económico, las bases de la teoría del trabajo base de todo valor. A lo que el marxismo puso de manifiesto que el valor de toda mercancía lo determina la cantidad de tiempo de trabajo, socialmente necesario invertido en su producción. Allí donde los economistas burgueses veían relaciones entre objetos, es decir, cambio de una mercancía por otra, Marx descubrió relaciones entre personas. El cambio de mercancías expresa el lazo establecido por mediación del mercado entre los distintos productores.
El dinero precisa que este lazo se hace más estrecho, uniendo indisolublemente en un todo la vida económica de los distintos productores. El capital significa un mayor desarrollo de este lazo: La fuerza de trabajo del hombre y de la mujer se transforma en mercancía. El trabajador y la trabajadora, asalariados todos, venden su fuerza de trabajo al propietario de la tierra, de la fábrica o industria, o de los instrumentos de trabajo. Una parte de la jornada la emplean el obrero y la obrera para cubrir el coste de su propio sustento y el de su familia (salario); durante la otra parte de la jornada trabajan gratis, generando para el capitalista la plusvalía, fuente de las ganancias, fuente de la riqueza de la burguesía. La teoría de la plusvalía es la piedra angular de la teoría económica de Marx.
El capital, creado por el trabajo del trabajador y la trabajadora, los oprime, arruina inclusive al pequeño comerciante y genera ejércitos de desempleados. Lo mismo ocurre en la agricultura capitalista, crece el empleo de maquinarias, y el campesinado cae en las garras del capital financiero. En fin, al quedar aplastada la pequeña producción, el capital hace aumentar la productividad del trabajo y crea una situación de monopolio para los consorcios de los grandes capitalistas. Del mismo modo, al aumentar la dependencia de los obreros respecto al capital, el régimen capitalista crea la gran potencia del trabajo asociado.
Marx siguió la evolución del capitalismo desde los primeros gérmenes de la economía mercantil, desde el simple trueque, hasta sus formas más elevadas, hasta la gran producción. Doctrina que hoy es vista con exactitud. Y aunque el capitalismo ha vencido en el mundo entero, ese triunfo no es más que el preludio de la victoria total del trabajo sobre el capital y no al revés.
PARTE IV
Cuando el sistema feudal fue erradicado y comenzó a espaciarse el modelo capitalista, enseguida se puso de manifiesto que la nueva sociedad que dejaba en ruinas al feudalismo, representaba la llegada de un régimen a estrenar de opresión y explotación de los trabajadores y las trabajadoras. Como reflejo de esa opresión y como protesta contra esa inédita criminalidad, comenzaron a surgir diversas doctrinas socialistas.
El socialismo primitivo era un socialismo utópico. Criticaba a la sociedad capitalista, la condenaba, la injuriaba, soñaba con su destrucción, fantaseaba acerca de un régimen mejor, quería convencer a los ricos de la inmoralidad de la explotación. El socialismo utópico no podía señalar una salida real. No sabía explicar la naturaleza de la esclavitud asalariada bajo el capitalismo, ni descubrir las leyes de su desarrollo, ni encontrar la fuerza social capaz de emprender la creación de una nueva sociedad.
Entretanto, las tormentosas revoluciones que se forjaron en el mundo, a la caída del feudalismo, de la servidumbre de la gleba, hacían ver cada vez más palpable, que la base de todo desarrollo y su fuerza motriz era la lucha de clases. Ni una sola victoria de la libertad política sobre la clase feudal fue alcanzada sin desesperada resistencia. Ni un solo país capitalista se formó sobre una base más o menos libre, más o menos democrática, sin una lucha a muerte entre las diversas clases de la sociedad capitalista. Justamente, Marx fue capaz de haber sabido deducir de allí y aplicar consecuentemente antes que nadie, la conclusión implícita en la historia de la humanidad; esta conclusión es la doctrina de la lucha de clases.
Los hombres y las mujeres han sido siempre en política víctimas necias del engaño de los demás y del engaño propio, y lo seguirán siendo mientras no aprendan a discernir detrás de todas las frases, declaraciones y promesas morales, religiosas, políticas y sociales, los intereses de una u otra clase. Los partidarios de reformas y mejoras, se verán siempre burlados por los defensores de lo viejo, mientras no comprendan que toda institución añeja o senil, por bárbara y podrida que parezca, se sostiene por la fuerza de unas u otras clases dominantes.
Y para vencer la resistencia de esas clases, solo hay un medio: Encontrar en la misma sociedad que nos rodea, educar y concienciar, organizar para la lucha a las fuerzas que se puedan, que por su situación social estén dispuestas al combate; es decir, formar la fuerza capaz de barrer para siempre lo viejo y crear lo nuevo: Una sociedad humana, vivible, por digna.
Solo el materialismo filosófico de Marx señaló al obrero y a la obrera, a los humildes, al campesinado, al trabajador y a la trabajadora, al artesano, al pescador, etcétera, la salida de la esclavitud espiritual en que han vegetado hasta hoy todas las clases oprimidas. Solo la teoría económica de Marx explicó la situación real del explotado, del oprimido, en el criminal sistema del capitalismo.
Hoy también en el mundo entero se multiplican las fuerzas u organizaciones socialistas. Nuestra gente se instruye se conciencia con el conocimiento de la historia y su conciencia de clase, manteniendo la lucha, al tiempo que se despoja de los prejuicios de la burguesía.
Estamos adquiriendo tras la unidad, una cohesión inquebrantable, y hemos aprendido a medir el alcance de los triunfos. Templamos la fuerza y crecemos irresistiblemente hacia la victoria final.
PARTE V
«En los grandes procesos históricos, veinte años son igual a un día, si bien luego pueden venir días en que se condensen veinte años», escribió Marx. La táctica del revolucionario debe tener en cuenta, en cada grado de su desarrollo, en cada momento, esta dialéctica objetivamente inevitable de la historia humana; de una parte, utilizando las épocas de estancamiento político que marcha a paso de morrocoy, para desarrollar la conciencia, la fuerza y la capacidad combativa organizada, y de otra parte, encausando todo este trabajo de lucha de utilización hacia la victoria final del movimiento revolucionario, capacitándose para resolver las grandes tareas del luchador social y así llegar a los días triunfales «en que se condensen veinte años».
Pues bien, cuando la burguesía conquistó el poder político y estableció sobre las ruinas de la sociedad feudal su modo capitalista de producción, sobre ese modo de producción erigió su Estado, sus leyes, sus ideas e instituciones. Instituciones que consagraban la esencia de su dominación de clase: La propiedad privada.
La nueva sociedad, basada en la propiedad privada sobre los medios de producción y en la libre competencia, quedó así dividida en dos clases inequívocas: 1. La poseedora de los medios de producción, cada vez más modernos y eficientes; 2. Y, la desprovista de toda riqueza, poseedora solo de su fuerza de trabajo, obligada a venderla en el mercado como una mercancía más para poder subsistir.
Rotas las cadenas del feudalismo, las fuerzas productivas se desarrollaron hasta más no poder. Surgieron las grandes industrias y fábricas donde se acumulaba un número cada vez mayor de trabajadores. Las empresas más modernas y técnicamente eficientes iban desplazando del mercado a los competidores menos eficaces.
El costo de los equipos industriales se hacía cada vez mayor; era necesario acumular ingentes sumas superiores de capital. Una parte de la producción se fue acumulando en un número menor de manos. Surgieron así los poderosos emporios empresariales y, más adelante, las asociaciones privadas capitalistas mediante cártel, trust y consorcios, según el grado y el carácter de la asociación, controlados por los poseedores de la mayoría accionaria, es decir, por los más poderosos propietarios de la industria. La libre concurrencia, característica del capitalismo en su primera fase, dio paso a los monopolios que concertaban acuerdos entre sí y controlaban los mercados. ¿De dónde salieron las colosales sumas de recursos que permitieron a un puñado de monopolistas acumular miles de millones de la chatarra del dólar? Claro está: De la explotación del trabajo humano. Millones de hombres y mujeres obligados a trabajar por un salario de subsistencia, produjeron con su esfuerzo los enormes capitales de los monopolios. No conformes, comenzaron a invadir el mundo, siempre tras el afán de lucro y las ansias de poder; en esta locura dan inicio al apoderamiento de las riquezas naturales de los países económicamente más débiles y a explotar el trabajo humano de sus pobladores con salarios mucho más míseros que los que se veían obligados a pagar a los trabajadores de la propia metrópoli. Se inició así el reparto territorial del mundo.
En 1914, diez o más países imperialistas habían sometido a su dominio económico y político, fuera de sus fronteras, a una buena parte de los pobladores de nuestra hermosa Tierra, incluyendo territorios. El mundo quedó repartido y con él sus pueblos, pues, fueron dominados por el asesino capitalismo salvaje. Hoy esa humanidad ha dicho basta y ha echado a andar. Y su marcha de gigantes no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia, por la cual ya ha muerto más de una vez.
PARTE VI
A manera de conclusión. Los capitalistas a raíz de la lucha por la competencia, fungen cierta amistad, aunque la realidad muestra que se odian entre sí. Por eso, en esa fase del surgimiento del sistema capitalista con su par, la oligarquía, como el mundo es limitado en extensión, se produjo el choque entre los distintos países poderosos monopolistas.
Estallan las guerras imperialistas, que costarían a la humanidad 50 millones de muertos, decenas de millones de inválidos e incalculables riquezas materiales y culturales destruidas. Aún no había ocurrido este apocalipsis, cuando Marx ya había escrito que «el capital recién nacido rezumaba sangre por todos los poros, desde los pies a la cabeza».
El modelo capitalista de producción, una vez que hubo dado de sí todo lo que era capaz, se convirtió en un abismal obstáculo al progreso de la humanidad. Pero la burguesía, desde su origen, llevaba en sí misma su contrario. En su seno se desarrollaron gigantescos instrumentos productivos, y a su vez se desarrolló una nueva y vigorosa fuerza social: El proletariado, llamado a cambiar el sistema social ya viejo y caduco del capitalismo, por una forma económico-social superior y acorde con las posibilidades históricas de la sociedad humana, convirtiendo en propiedad de toda la sociedad esos gigantescos medios de producción que los pueblos, y nada más que los pueblos con su trabajo, han creado y acumulado.
A tal grado de desarrollo de las fuerzas productivas, resulta absolutamente caduco y anacrónico un régimen que postulaba la posesión privada y, con ello, la subordinación de la economía de millones y millones de seres humanos a los dictámenes de una exigua minoría social. Una clase social vil por sus bajas pasiones, egoísta, que sobre los luchadores sociales odiados por ellos se ensañan hoy, con persecuciones y el crimen, precedidas de las peores ofensas y calumnias a través de todos los medios de comunicación social, una prensa monopolista y burguesa. Siempre en cada época histórica, las clases dominantes han asesinado invocando la defensa de la sociedad, del orden, de la patria: Su sociedad de minorías privilegiadas sobre las mayorías explotadas, su orden clasista y excluyente que mantienen a sangre y fuego a los desposeídos, la patria que disfrutan ellos solos, privando de ese disfrute al resto del pueblo; por eso reprimen a los revolucionarios que aspiramos a una sociedad nueva, a un orden justo y de justicia social, en suma, una patria verdadera para todos y todas.
Las condiciones subjetivas de cada pueblo, es decir, el factor conciencia, organización, dirección, pueden acelerar o retrasar la revolución según su mayor o menor grado de desarrollo; pero tarde o temprano, en cada época histórica, cuando las condiciones objetivas maduran, la conciencia se adquiere, la organización se logra, la dirección surge y la revolución se produce. Vale subrayar, el destino de la humanidad no está en las manos de una OTAN, un Banco Mundial, un FMI, en una OEA o en la ONU, o en otra institución similar a estas que solo buscan abrir mercados al capitalismo y arroyar a los pueblos. Son organismos vetustos y anacrónicos proimperialistas.
El destino de la humanidad está en las propias manos de los pueblos. En muchos países de nuestra América Latina, la revolución en esa dialéctica marxista es hoy inevitable. Ese hecho no lo determina la voluntad de nadie, está determinado por las espantosas condiciones de explotación en que viven millones de millones de hombres y mujeres, el desarrollo de la conciencia revolucionaria de los pueblos, la crisis mundial irreversible del imperialismo y el movimiento universal de lucha de los pueblos subyugados.
Si somos capaces de hacer una abstracción que nos pueda conducir a la interpretación de los hechos concretos que tenemos a la vista, confirmaremos cómo la sociedad capitalista está poniendo en crisis las relaciones de producción que el mismo sistema capitalista creó. El socialismo, como único plan B para salvar a la humanidad de su autodestrucción, no es una invención de soñadores, sino la meta final y el resultado inevitable del desarrollo de las fuerzas productivas dentro de la sociedad capitalista.
A la luz de trabajo periodístico debemos entender nuestro tiempo histórico, que no es otra cosa que la conclusión del capitalismo y el gran salto hacia una vida vivible, digna y en libertad, tras la victoria final socialista. La democracia protagónica, participativa, así como la justicia social, irreversiblemente necesitan al socialismo.