Maestro de ética.

Néstor Rivero Pérez

El 8 de julio de 1881 murió en Caracas don Cecilio Acosta, abogado, poeta y ensayista de aguda pluma, cuyos escritos son lectura obligada para la comprensión del papel que toca cumplir a la educación en el progreso de los pueblos.

Talentos incómodos
Este humanista de quien conmovía la austera sencillez de su hogar, había nacido el 1° de febrero de 1818 en San Diego de los Altos (Miranda). En su edad adulta le correspondió ser testigo precisamente del tiempo en que Venezuela estuvo dominada por la figura de Antonio Guzmán Blanco, y ello le acarreó el desconocimiento de sus méritos e incluso la expulsión como catedrático de Derecho en la UCV, por presión del Ilustre Americano, quien había sido su condiscípulo de estudios, y quien no admitía que talentos reconocidos como Acosta, le refutasen.

“Zafir y grana”
Sin embargo sus merecimientos cruzaron el océano al punto que, sin salir nunca de Caracas, la Real Academia Española le nombró miembro correspondiente. Don Cecilio asignaba a la escuela un rol democratizador; llegando a decir: “La luz que se aprovecha no es la que se concentra, sino la que se difunde”. En su poema más celebrado, La Casita Blanca, el autor expresa en métrica de endecasílabo la ensoñación del romanticismo y anuncia en Venezuela la musicalidad que impondrá el modernismo en el verso. Así, se lee: “¡Luzcan tus tardes de zafir y grana; / rosal disfrutes de tu mango injerto; / goces, en medio a perfumado huerto, / las auras frescas de gentil mañana!”.

Ostracismo interno
La enemistad manifiesta que ante la figura de Cecilio Acosta declaró el general Antonio Guzmán Blanco, especialmente durante su segundo gobierno -iniciado en 1879-, conllevó a que al autor de Cosas sabidas y por saberse se le imposibilitara cumplir actividades profesionales que involucrasen a la administración pública. Por esta vía el Autócrata
Civilizador cobraba las opiniones que Acosta había expresado en querella epistolar dada a través de periódicos de la época, contra el padre de aquel, don Antonio Leocadio Guzmán, donde este quedaba mal parado. En la obra de don Cecilio, además de Cosas sabidas y numerosos artículos, destacan Caridad o frutos de la cooperación, Estudios de Derecho Internacional eInfluencia del elemento histórico-político en la literatura.

Con Martí
La pobreza ejemplar de don Cecilio -compelido a sobrevivir publicando ocasionalmente crónicas, o redactando documentos en su casa para algún parroquiano que le solicitase como abogado-, fue ponderada por el Apóstol cubano José Martí, quien apenas llegar a Caracas en 1881, entabló amistad con él, a quien admiraba por su exquisita prosa e impresionante sapiencia. En la muerte de Acosta, Martí escribió una oración fúnebre: “Ya está hueca y sin lumbre aquella cabeza altiva que fue cuna de tanta idea grandiosa; y mudos aquellos labios que hablaron lengua tan varonil y tan gallarda (…) ¡Y cuando alzó el vuelo limpias tenía las alas!”. De él dijo Rufino Blanco Fombona: “Acosta fue uno de los mayores prosistas de la lengua castellana en todos los tiempos, pensador osado, gran jurisconsulto, espejo de rectitud y paradigma de virtud ciudadana».

Cosas sabidas…
En su ensayo Cosas sabidas y por saberse, Acosta afirma: “La enseñanza debe ir de abajo para arriba, y no al revés, como se usa entre nosotros, porque no llega a su fin, que es la difusión de las luces. La naturaleza… da a cada hombre en general, las dotes que le habitan para los menesteres sociales relacionados con su existencia: Para ser padre de familia, ciudadano o industrial; y de aquí la necesidad de la instrucción elemental, que fecunda esas dotes, y la especie de milagro que se nota en su fomento (…) quien anhele alcanzar felicidad, ha de vivir con el género humano; y para no ser, aún en medio de él, un desterrado, poseer su pensamiento; es decir, poderlo leer y escribir (…) sabes haber dicho yo alguna vez, que la luz que aprovecha más a una nación, no es la que se concentra, sino la que se difunde”.

Sinóptico
1835
Revolución de las Reformas
Este día estalló en Caracas el complot antigubernamental conocido como “Revolución de las Reformas”, que depuso al Presidente Constitucional José María Vargas, y que expresaba las grietas existentes entre dos alas de la Oligarquía Conservadora. Los “Reformistas” planteaban el retorno del fuero eclesiástico y el fuero militar. En todo caso la estructura social y económica y el tejido de alianzas de que dimanaba el poder político del país, no se vieron alterados por la “Revolución de las Reformas”. Así, el alzamiento cuartelario del 8 de julio de 1835 constituyó el desahogo del sector de los próceres uniformados que con el general Santiago Mariño a la cabeza y el teniente Pedro Carujo -ambos connotados antibolivarianos de 1830-, junto a los últimos acompañantes del Libertador, Pedro Briceño Méndez, José Laurencio Silva, Perú de la Croix, y entre otros José Tadeo Monagas, por motivaciones específicas se coaligaron con los reformistas, sin diferir programáticamente en cuanto a la continuidad al orden esclavista-feudal de la República.

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