Cuando la inocencia sueña con ser libre1

VEA / Ildegar Gil

Ángel Bastidas Estupiñán (35) está restringido del bien más preciado del que pueda disfrutar: la libertad. El arresto que le impide codearse en las calles con sus semejantes, en nada está vinculado con su profesión de periodista, lo cual aleja la posibilidad de ser categorizado como «víctima del régimen», antojo preferido de quienes aman politizar (o mal politizar) cualquier escenario a objeto de intentar socavar las bases de la Revolución Bolivariana a la cual el propio Ángel, está -genéticamente- vinculado.

Su situación actual, cuenta su madre, Elia, y también su padre, Ángel, se desprende de un tortuoso momento acaecido avanzada la noche del 29 de junio. Escuchar gritos de ofensa contra su progenitora y levantarse de la silla para ir en su auxilio, fue una misma cosa. Todo ocurría en el edificio El Palmar, localizado en la caraqueña parroquia Candelaria.

Elia Estupiñán y Ángel Bastidas, padre

La voz de quien profería insultos raciales hacia Elia, le fue «familiar» al momento. En efecto, provenía de la garganta de Pedro Maceira (51), el mismo que (solo él, a veces; acompañado, en otras ocasiones), durante más de una (1) década (exactamente 14 años) irrespetó a ambos con cualquier tipo de ofensas discriminatorias El racismo y la homofobia, fueron siempre sus predilectas.

Lógica y automáticamente, el joven comunicador actuó como lo hubiese hecho quien sorprende al agresor brazo en alto, dispuesto a descenderlo en línea directa a la humanidad de quien lo trajo al mundo. Un empujón evitó el reprochable acto de violencia de género, dejando como única secuela una inesperada sentada de Maceira, quien -cuentan papá y mamá), se reincorporó «con los ojos exorbitados», para inmediatamente ingresar a su apartamento por sus propios medios.

Domingo y lunes siguiente mostraron normalidad en el seno de la familia Bastidas, normalidad rota al tercer día cuando el 2 de julio, a las 3:00 de la tarde, una comisión policial hizo presencia en el ámbito laboral del comunicador, aprehendiéndolo no obstante carecer de la boleta que expide la autoridad correspondiente cuando de practicar un procedimiento como este se trata.

Una (1) hora antes, un cuarteto policial integrado por tres (3) damas y un (1) caballero ingresaban al hogar en el que madre e hijo comparten espacio, para (también sin la debida autorización legal), trasladarla a la oficina central del cuerpo. Al exigir la debida explicación de cuanto ocurría, le fue informado que Maceira «falleció esta mañana», respuesta que -como lo indica en la sede de Diario Vea-, la sorprendió sobremanera. Cinco (5) horas, entre 2:00 de la tarde y 7:00 de la noche, fue motivo de inesperados interrogatorios.

Desde entonces, cuatro (4) paredes cercenan el derecho a la libertad de Ángel Bastidas Estupiñán. Padre y madre están convencidos de la inocencia del descendiente, cosa que para nadie sería algo de extrañar. Solo que, en este caso, para ambos existen aristas que conducen a tal convicción. Una de ellas, apunta hacia la existencia de un testigo, quien afirma que momentos antes de la última arremetida contra la familia, el ahora occiso estuvo involucrado en una riña que tuvo como cuadrilátero de mala muerte una improvisada licorería cercana a la vivienda.

Algo más: según vecinos, esa noche se escucharon fuertes ruidos en horas de la madrugada, provenientes del apartamento de Maceira, quien convivía en compañía de varios inquilinos.

Otro elemento: el aún detenido no mostró señales de haber sostenido una confrontación violenta con quien pretendió golpear a su madre. Este cuadro cobra importancia ante el hecho de que los nudillos de Maceira mostraron evidentes lesiones, de acuerdo a resultados del examen forense que arrojó -además-, muestras de Éxtasis en el organismo del difunto.

Muchas otras inquietudes rondan en el ánimo del grupo Bastidas-Estupiñán. Aguardan pacientemente. La razón está de su parte, reiteran. La justicia también lo estará, repiten no sin una obvia y justificada dosis de angustia.

Buena parte de la vecindad se restea con el joven, quien junto a la ahora atribulada Elia, es activista comunitario en el conjunto residencial. Ambos asumieron, hace años, la responsabilidad de distribuir las bolsas de alimentos del programa Clap, creado por el Gobierno nacional para combatir la guerra económica impulsada por el imperialismo contra el pueblo venezolano. El respaldo al profesional de la comunicación, queda expresado en firmas de quienes dan fe de su conducta ciudadana.

También sus colegas muestran solidaridad. Rubrican un manifiesto que puede ser considerado, igualmente, por quienes ejerzan otra profesión u oficio.

Además de este rol, este especialista en el área audiovisual vivió algunos años en Vietnam, durante el ejercicio diplomático que su padre ejerció en la Embajada criolla asentada en ese país hermano.

Aunque la gallardía propia de la convicción no lo abandona, es blanco de algunos síntomas que empiezan a mostrar el rostro. La depresión, entre ellos.

Entre tanto, otro preso -enrejado en las redes digitales-, lanza alaridos de incontrovertible testimonio. Se trata de un video captado el 21 de mayo del 2022. Este documento captó uno de los tantos violentos episodios del ahora fallecido. Estaba bajo los efectos del alcohol. No se descarta que, igualmente, dominado por sustancias ilícitas. Este hecho, denunciado oportunamente ante la Fiscalía, quedó como fiel testigo de una absurda realidad que aún desanda condenables trazos de vergüenza humana.

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