Calle de Valdivia.

Néstor Rivero Pérez
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El 22 de mayo de 1960, hace 61 años, un movimiento sísmico de 9.5 grados en la escala de Ritcher, conmovió a la población de Valdivia, al sur de Chile, dejando un saldo de dos mil personas fallecidas, dos millones de damnificados, afectando más de cuarenta ciudades, varias de las cuales terminaron arrasadas, al abrir hondos boquetes en vías públicas y echar al suelo edificios y viviendas con sus ocupantes a su interior.

Memoria de Valdivia
Aún hoy numerosas familias y “sobrevivientes de ese desastre siguen sin techo y van a pasar el invierno durmiendo en tiendas de campaña y refugios improvisados (…) el sismo duró unos cinco minutos…rompió la tierra y lanzó automóviles, árboles y casas como si fueran juguetes” (https://www.bbc.com). El catedrático e investigador chileno Marcos Moreno tipifica lo sucedido como “superterremoto, que necesita un tiempo largo, de varios siglos, para acumular la energía necesaria que permite generar un evento tan grande” (Íbidem).

Historia de las sacudidas
Desde al menos hace tres mil años en China se ha reportado la ocurrencia de este tipo de fenómenos, de acuerdo a registros escritos y en los cuales se ofrece la descripción del “impacto de las sacudidas sísmicas”. En Japón los registros datan de unos mil 600 años. En la América prehispánica mayas y aztecas a su vez legaron testimonio al respecto. En todo caso el desconocimiento para la época, de la estructura geológica del planeta, daba pie a leyendas como la de que las sacudidas de la superficie se originaban en gigantescas lenguas de fuego que zarandeaban al interior de la Tierra. Así la lenta evolución del conocimiento geológico encontró un primer hito en 1761 cuando John Mitchell, ya en plena revolución científica moderna, “determinó que los terremotos eran ondas de movimiento causadas por “masas de roca que se mueven millas por debajo de la superficie”: se aproximaba a la noción de capas geológicas, fracturas y fallas, cuyas oscilaciones hoy explican con toda precisión el origen de los terremotos.

Sismología
Y el estudio sistemático de este tipo de fenómeno escaló un nuevo tramo cuando en 1857 Robert Mallet creó la “sismología instrumental”, empleando para penetraciones por debajo de la superficie, fallas y cavernas, explosivos. A Mallet se le debe el término “sismología”, concebida como el estudio científico y fundado sobre evidencias, de los sismos, constituyendo su libro La dinámica de los terremotos pieza iniciática de la nueva ciencia. Conviene indicar que no siempre terremotos de intensidad superior a los 8 o 9 grados Ritcher son los de mayor letalidad; ello depende de la demografía del lugar. Mallet estudió el sacudimiento que en 1857 impactó la ciudad de Nápoles, en Italia, que quitó la vida a 11 mil personas, siendo que el sismo llegó a 6.9 grados Ritcher.

Escala de Ritcher
Entre las escalas para detectar el grado de intensidad de estos movimientos telúricos destacan la Escala Mercalli, creada por Stéfano Rossi en 1870 y modificada catorce años después por Giuseppe Mercalli, a quien debe el nombre. A partir de 1935 el estadounidense Joseph Francois Ritcher aplicó una “escala logarítmica” para asignar un número que permitiese cuantificar la energía liberada por el movimiento sísmico, siendo esta la que mayor proyección internacional posee hoy día.

Otros sismos
Hasta la fecha, y desde que comenzó la medición de sismos, este de Valdivia, acaecido en 1960, ha sido el de mayor intensidad conocida, siguiéndole el de Sumatra en 2004 con un rigor de 9.3 grados; asimismo, el terremoto-maremoto de Japón en 2011 con 9.1 grados; el ocurrido en 1964 en Alaska con 9.0. En México se recuerda los efectos del sismo de 1985; y en Venezuela el ocurrido en Caracas en 1967. En todo caso queda clara la necesidad de concienciar a las poblaciones del mundo que, al lado de las pandemias, los sismos constituyen fenómenos de cuidado y que ameritan todo tipo de prevención social, tanto en los hogares, escuelas, centros de salud y edificios.

Sinóptico
1908
Hermanos Wright
Este día los hermanos Wilburg y Orville Wright, de Ohio (EEUU), patentaron su invención de un aeroplano a motor, con mayor peso que el aire y en condiciones de sostenerse en vuelo por mayor tiempo al alcanzado hasta entonces por artefactos construidos por otros pioneros de la aviación. El diseño de los Wright era el de un biplano, nave con dos juegos de alas, encima uno del otro, aunque separados y en el mismo sentido. Así, el 22 de mayo de 1908 ambos hermanos obtuvieron la patente de registro del biplano diseñado y que les había permitido volar. Sin embargo, cuando quisieron vender su invención, visto que a excepción de pocos amigos cercanos, casi nadie sabía de ellos, confrontaron dificultades para recibir beneficios por su creación, por cuanto la aviación aún se veía como campo riesgoso para los inversores”. En todo caso la vocación de innovar de los Wright ha quedado en la historia.

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