Alberto Vargas

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Flora Tristán (1803-1844) constituye una de las precursoras del feminismo socialista en el ámbito mundial. Nacida en París, el 7 de abril en 1803 en plena época napoleónica, aunque le tocó inicialmente una vida acomodada prefirió sus amargas vivencias. Despertó en ella un pensamiento revolucionario que la convirtió en una de las primeras mujeres del movimiento radical feminista.

En su novela Paseos en Londres, describió a las mujeres como «las proletarias de los propios proletarios», noción central en el pensamiento de Federico Engels. No casualmente Carlos Marx dijo que Flora Tristán era «una precursora de altos ideales nobles».

Flora sostenía que había que trabajar a favor de la emancipación de la mujer y, a su vez, de toda la clase trabajadora. A diferencia del feminismo burgués, liberal y posmoderno, su pensamiento crítico y revolucionario conjugaba al mismo tiempo el verbo feminista y la lengua proletaria del socialismo.

En 1844 falleció víctima del tifus; tan solo 41 años tenía entonces. Flora escribió acerca de la emancipación de la mujer: «¿Qué será preciso para conmover a esta sociedad corrompida? ¿Hasta dónde ha de ser necesario hundir el hierro para encontrar las carnes vivas en esta gangrena que se esfuma en putrefacción?».

También se desprende de su pensamiento cómo veía a las mujeres de su época, cuestión que sigue invariable: «… las pobres mujeres a quienes se tarifa como carne de libertinaje en la conciencia de la prostitución, y a las que se da el nombre de mujeres de placer, porque al igual que en los réprobos del Dante, las lágrimas se han congelado en sus ojos y la rabia de su propio dolor les hace a veces reír lamentablemente».

Asimismo sobre el matrimonio precisó que «en nombre de esas víctimas inocentes, con las que trafican la inmoralidad de matrimonios mercantilistas, y que vestidas de blanco y engalanadas de flores como las antiguas vírgenes, son conducidas al altar con el objeto de que un célibe por fuerza otorgue una irónica bendición sobre su suplicio, pues un honorable padre y una madre titulada virtuosa, la han condenado, por un puñado de oro, a la tortura que inventó Mecencio: Soportar los besos de un cadáver».

En su prosa contraria a toda clase de opresión, precisó que no atacaba la religión, «pues es nombre suyo por lo que levanto la voz para denunciar el egoísmo y la mendacidad de sus ministros».

Por considerarse una mujer abnegada citó que «un hombre llevó su abnegación hasta su muerte, y el testamento que legara constituye el Evangelio. Pues bien, yo quiero llevar a cabo lo que soñara sin duda la pecadora Magdalena, al pie de la cruz. Y quiero amar como Él amó, y morir como Él murió, a fin de poder fecundar la viudez del Evangelio y transmitir una herencia para confundirla con la suya. ¡También yo preciso de un Calvario para proclamar desde allí, al morir, la emancipación de la mujer!».

Un pueblo no se revela jamás, él se levanta cuando llega la hora, y no precisa que se lo digan, profetizó esta abnegada mujer, feminista y revolucionaria, Flora Tristán.

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