Néstor Rivero Pérez

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El 12 de abril de 1555 murió en Tordesillas (España) la reina Juana I de Castilla, a quien la historia conoce bajo el apodo de Juana “La loca”. Titularmente poseyó y mantuvo hasta su óbito la corona de Castilla desde 1506, cuando fallece su madre Isabel la Católica y la de Aragón, desde 1516, cuando desaparece su progenitor Fernando el Católico.

¿Apelativo válido?

Tanto su padre Fernando desde 1504, como su esposo Felipe el Hermoso en un primer momento, y con posterioridad a 1516 su hijo Carlos I, los tres aprovecharán una supuesta condición psicológica afectada de Juana para disputar el derecho a gobernar en su nombre. En su testamento Isabel la Católica había expresado su voluntad “Ordeno e instituyo por mi universal heredera de todos mis reinos y señoríos…a la princesa doña Juana…mi muy cara y mi muy amada hija” (https://www.lavanguardia.com). Sin embargo, el mismo documento acotaba que, en caso de que la heredera no pudiese o quisiese gobernar, su padre ejerciese la regencia “en tanto que el infante don Carlos, mi nieto, heredero…sea de edad legítima para regir y gobernar” (Ibídem).

La reina enamorada

En 1506 Juana había visto partir de España a su esposo Felipe el Hermoso, rey consorte, con destino a los Países Bajos, adonde se dirigía por sus intereses políticos. Apenas llegar a ciudad de Brujas, región de Flandes, le afloró una intensa fiebre que, de forma repentina, le privó de la existencia de forma brusca.

Algunos estudiosos del período han sugerido la posibilidad de que detrás de la fiebre pudo operar un potente veneno suministrado por algún emisario de su suegro el rey Fernando, deseoso este de asegurar para sí todo el poder sobre la Península. Muchos indicios permiten asegurar que la joven reina Juana mantuvo desde que conoció a su futuro esposo en 1496 y hasta la muerte de este último en 1506, un sentimiento de profunda atracción, que perduró hasta después de la desaparición de quien se había convertido en el rey consorte.

Felipe, quien sostuvo diversas relaciones extramaritales, provocaba celos intensos en la joven Juana, pasando por lapsos en que “no comía ni dormía y yacía todo el día postrada en cama” (https://www.centropsicoanaliticomadrid.com). En sus diez años del matrimonio ambos procrearon seis hijos.

La reina cautiva

Habiendo ejercido el poder en Castilla, con mayor o menor acierto a partir de 1504, Juana es declarada en 1509 por una junta de expertos como enferma mental, lo cual determinó que el Consejo de Castilla la privase de sus funciones ejecutivas, aunque preservando a su favor el título nominal.

Distintos historiadores han visto en dicha decisión la voluntad de su padre Fernando de Aragón, quien quiso conservar para sí el poder ejecutivo sobre Castilla, a propósito de su condición de consorte de la difunta Isabel I.

Así, habiendo sido trasladada a la localidad de Tordesillas, donde se vio encerrada en un palacio-cárcel, Juana mantuvo en los primeros años la compañía de su hija Catalina, hasta que en 1525 la joven la abandona para casarse con Juan III de Portugal.

De su parte, el primogénito de Juana, Carlos I de España, se mantendría en calidad de regente al frente del reino hasta la muerte de la reina madre en 1555. Carlos le sobreviviría por tres años, puesto que falleció en 1558 al interior del monasterio de Yuste, adonde había marchado luego de abdicar a favor de su hijo Felipe II.

Comuneros con la reina

Vale recordar que en 1520, habiéndose rebelado contra Carlos I las comunidades de Castilla, en rechazo al alza inusitada de impuestos ordenada por altos funcionarios reales, el máximo dirigente de los insurrectos Juan de Padilla se encaminó a Tordesillas, reuniéndose con Juana para ofrecerle su reposición en el trono si esta expresaba su acompañamiento a los rebeldes, denegándose la reina cautiva a dichas peticiones, aunque atendiéndoles con entera lucidez y gran cordialidad según relatos sobre el período.

Sinóptico

2002

Breve gobierno golpista

Este día, tras haber secuestrado en horas de la medianoche del 11 para el 12 al Presidente Constitucional Hugo Chávez, conminándole a entregar el poder, grupos golpistas lo recluyen en Fuerte Tiuna y luego le trasladan a otras instalaciones militares.

Así, a las once de la mañana del 12 se autojuramentó un gobierno espurio encabezado por el empresario Pedro Carmona Estanga, que decretó la derogatoria del Supremo Texto de la República y la destitución de los altos funcionarios de Estado, diputados a la AN, Fiscal General de la Nación, y otros. Sin embargo, en la euforia de su desmesura política, los ultraderechistas instalados en el Palacio de Miraflores subestimaron la capacidad de protesta popular y el tajante reclamo que comenzó a escucharse en Caracas respecto a que reapareciese el Presidente Chávez “sano y salvo”, lo cual habría de ocurrir la madrugada del 14. La aventura golpista, con persecuciones, allanamientos y capturas políticas, cerró con un saldo de varias decenas de caídos.

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