La autoentrevista de Duque impone la pregunta: «Espejito, espejito, ¿quién es el mejor presidente?»
El autor es periodista y analista político.
Clodovaldo Hernández
@clodoher
Ahora sí que el periodismo está desahuciado: Los personajes dotados de prominencia se están dejando de intermediarios preguntones y han optado por entrevistarse a sí mismos.
De momento es una innovación implantada por Iván Duque, pero es evidente que pronto se convertirá en una modalidad nueva de la comunicación política y corporativa.
El hecho de que el protagonista haya sido Duque no le resta brillo a la nueva modalidad. Por más que sea, Duque es un presidente, aunque por ahí -¡qué cochinada!- le pongan el prefijo sub.
Además, el mandatario colombiano tuvo la genial idea de autoentrevistarse en inglés, lo que le dio mucho más porte y apostura, al menos ante los ojos de la gente de bien, esa que se viste de blanco para salir en sus camionetas blancas (y blindadas) a caerles a tiros a los indígenas, campesinos y otros pobres, es decir, a la gente de mal. Venga y le cuento.
Los chismosos bogotanos dicen que el Sub decidió que de ahora en adelante solo se concederá entrevistas a sí mismo (y en inglés). Tomó esa determinación luego de que hasta la doña Patricia tuviera el atrevimiento de llamarlo títere. Cuando el perro (en este caso, la perra) muerde a su amo, así de verraco (o verraca) será. Puro lenguaje de género.
En todo caso, más allá del episodio del funcionario, cariñosamente apodado Porky, lo que nos angustia a los que aún vivimos del descontinuado oficio del periodismo, es que a esta vaina se la llevó quien la trajo. Ya no hay vuelta atrás.
De hecho, hace tiempo que son muy pocas las noticias que salen a la luz originalmente publicadas a la antigua, en un medio masivo de comunicación. Ahora cualquiera que tiene una novedad entre manos, va y la pública en su tuiter personal, en tiempo real (como suele decirse), es decir, que da el tubazo sin necesidad de estorbosos licenciados en Comunicación Social.
Eso incluye presidentes, subpresidentes, ministros y demás burócratas o aspirantes a tales; desde el Papa hasta el párroco del pueblo; desde un integrante de la lista de altos delincuentes de Forbes hasta un pran inflado de celebridad a 905 libras por pulgada cuadrada; desde un gran artista hasta un cantante de pacotilla (ponga usted los nombres). En fin, todo bicho de uña.
La autoentrevista no es más que un desarrollo de esa tendencia irreversible al autoperiodismo. Quienes antes eran la fuente (protagonistas del hecho noticioso) se han convertido en los gestores e intérpretes directos de la propia información que generan.
Siguiendo la venerable clasificación de los géneros periodísticos (que pronto también quedará extinta) además de sus propias noticias, los personajes públicos y privados se autoentrevistan, como ya se ha visto; se hacen autorreportajes; hacen sus propias encuestas; escriben sus propias crónicas sociales y, por supuesto, se toman montones de selfies.
Entonces, el deslave que arrasa con el periodismo se está llevando también –hace ya rato– a los reporteros gráficos, camarógrafos, diseñadores, publicistas y hasta a los opinadores y columnistas (¡válgame el cielo, no va quedando trabajo!). En el plano político, por ejemplo, desde los líderes grandeligas hasta los irreparablemente majunches, pretenden hacer ellos sus propios análisis escritos y hasta sus videítos de comentarios. Estilo tiktoker, le llaman.
Avanzamos así hacia una era nueva, en la que se amalgaman el hágalo usted mismo con la comunicación de masas y surge una nueva versión de la autoayuda, referida al marketing político.
Una colega con muchas horas de vuelo en el periodismo de antes, me dice que lo más lamentable es que la culpa de la inminente desaparición de la entrevista periodística (sustituida por la autoentrevista) es, en parte, de los comunicadores, pero no por ser demasiado rudos, sino por no ser constantes en su rudeza o en su falta de ella.
Sostiene que los entrevistadores que les disparan preguntas difíciles a los adversarios políticos y, en cambio, les lanzan interrogantes «papayita» a los aliados, han desprestigiado tanto el arte de la entrevista que hasta los personajes más nefastos o cabeza hueca (sin alusiones) creen que pueden hacerlo mejor que los dudosos profesionales.
Así que autoentrevistarse es, al mismo tiempo, ponerse a salvo de las preguntas con piquete y de los inútiles regalos de los periodistas amigos. Estos últimos han terminado por ser inútiles. ¿Para qué invitar a un periodista a que les haga preguntas fáciles, parecidas a las que ellos mismos se hacen en la soledad del sanitario? «Si es para hacerle daño a mi delicada piel, no acepto”, dicen los señores tipo Duque. “Si es para preguntarme lo que quiero que me pregunten, mejor me entrevisto yo mismo», terminarán por decir todos.
Dentro de poco, valga el pronóstico, la autoentrevista será la norma, y la entrevista hecha por periodistas se convertirá en una pieza cada vez más rara, como un animal en extinción.
Se puede ya uno imaginar los diálogos en redes sociales: «¿Viste la autoentrevista que se hizo Biden?», pregunta alguien. «Sí, muy buena, lástima que en la tercera pregunta se le olvidó el nombre del entrevistado», acota otro.
Nos encaminamos de esta manera hacia el onanismo comunicacional elevado a su máxima potencia. Un tiempo en el que las personalidades se pondrán frente a la cámara de su celular y se harán la clásica pregunta: «Espejito, espejito, ¿quién es el presidente más inteligente del mundo?».