Alberto Vargas

El neoliberalismo está envuelto por una inconsistencia científica, como lo devela la historia. Su presunta racionalidad y eficiencia así como su carácter necesario en el mercado, tiene en realidad un contenido ideológico totalmente enajenante para condicionar al pueblo, al convertirlo en un rebaño de dóciles ovejas.

El juego del mercado en el que se circunscribe el neoliberalismo revela una cadena de límites crecientes, no solo objetivos en cuanto a su funcionamiento y estructura, sino también subjetivos del lado de la demanda, en la compleja y nunca resuelta relación entre preferencias individuales.

Sobre estos márgenes subjetivos y objetivos en la que se define la temática de la lucha contra la explotación, soportada en las contradicciones que el sistema capitalista muestra, se desenvuelve el mercado.

En el proceso histórico del pensamiento económico, su corriente ha desarrollado diferentes modelos teóricos, que han sido objeto de cerradas críticas.

La tradición del pensamiento liberal nació en Inglaterra a finales del siglo XVII como una reacción política y filosófica de los restos feudales presentes en la sociedad.

Ahí confluyen sentimientos de insurrección respecto a la intolerancia religiosa, el absolutismo político y la jerarquía en las relaciones sociales, posturas que reflejan en suma medida las cambiantes relaciones económicas y políticas, desplazadas inmisericordemente para favorecer a la burguesía.

En lo económico, el liberalismo toma la forma de un pensamiento que ve al mercado como el mecanismo de explotación más apto para la libre manifestación de los intereses y preferencias individuales.

El escocés Adam Smith, considerado como el precursor del liberalismo, dijo que la aspiración del mercado como mecanismo de interacción social, depende de resultados sociales que van más allá del diseño consciente de cada uno de los individuos, es decir, el individuo que persigue únicamente sus intereses en el irracional y criminal mercado capitalista.

El escocés afirmó que existe la conducción por una “mano invisible” que lleva a promover objetivos sociales que superan las propias intenciones. Así, pues, la anarquía de los mercados no es un manantial de desorden económico, sino el verdadero motor del crecimiento económico y social.

Marx advirtió que en el capitalismo la esfera económica está unida a lo social, lo jurídico y cultural. Esta relación se caracteriza por la importancia de la dimensión económica, con la consiguiente imposición de la lógica de la acumulación de la riqueza sobre las otras esferas de la vida. El marxismo no es por tanto una teoría económica, sino una concepción de la historia en su totalidad. Es toda una metodología de desmitificación del sistema capitalista.

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