Carlos Machado Villanueva

(Especial para Vea)

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Aquella soleada mañana del lunes de Carnaval, cuatro turistas rusos caminaban en dirección al pueblo de El Tirano, cuando de pronto se detuvieron y voltearon sonrientes para conocer al ocurrente trotador que de manera sorpresiva entonó a sus espaldas el himno de su país, removiéndoles así su amor patrio, algo que no esperaban vivir en este pedazo de paraíso caribeño en el Oriente venezolano, que es la isla de Margarita.

«Dovrautra (Buen día), tovarichs (camaradas)», les saludaría este, recibiendo de vuelta el mismo entusiasta saludo; cuando de súbito una integrante del grupo, de rostro encantador y corpulento cuerpo embutido en un traje de baño enterizo y negro, le preguntaría en español y acentuando la «a» en vez de la «i»: «¿Simón Bolivar»?; a lo que el desconocido lugareño respondió de manera eufórica alzando sus brazos reverencialmente, a la vez que asentía con su cabeza.

En contraste con esa escena, hay entre algunos lugareños y lugareñas, desde quienes sostienen que los turistas eslavos son «pichirres» y regatean mucho los precios a la hora de pagar, hasta quienes aseguran que estos al final pagan los que les dicta su parecer por algún servicio que soliciten.

Este tipo de rumor repetido de boca en boca insistentemente, indica que los laboratorios de guerra sucia y/o de rusofobia vía redes sociales, están haciendo de las suyas; justo ahora cuando el flujo de los turistas eslavos se incrementa hacia nuestro país y que, no menos llamativo, los dispositivos digitales abundan en manos de la población de todas las edades y condición social, ello sin considerar su intensificación producto de los recientes sucesos en Ucrania.

En su descargo, hay quienes sostienen que como estos están al tanto de la situación que persiste en Venezuela con el llamado dólar paralelo o «criminal»; y también de la existencia de un precio oficial de esta divisa, no están dispuestos a pagar más de lo que les indica el resultado de hacer la respectiva conversión monetaria.

Otra de las especies producto de la maledicencia contra los turistas eslavos, es que en su mayoría se trata de militares que ya «comenzaron la invasión y control» de nuestro país, al igual que lo habrían hecho primero los cubanos «por culpa ’e Chávez», solo que ahora es «por culpa ’e Maduro».

Para algunos «ñeros», pues, ver un ruso en carne y hueso con un corte al rape, es como ver al mismo que han aparecido por décadas y aun hoy aparecen en los centenares de films y series televisivas, donde han sido y aún hoy son presentados por la meca hollywoodense como tenebrosos y despiadados espías con su sonsonete hispanish-ruso y todo.

Aun así, no se puede pasar por alto un dato que no es precisamente producto de esos rumores demonizantes contra los rusos, y que obedecen más que todo a esa necesidad permanente de Estados Unidos de crearse siempre un «perverso enemigo» de su modelo de «libertad y democracia», para así seguir sosteniendo su decadente y declinante economía a costa de la fabricación y venta de armas, la guerra y la destrucción, y la muerte de inocentes alrededor del mundo.

Nada mejor entonces que enterarse de ese dato en la voz de un asiduo surfista de playa Parguito, en el pueblo de El Tirano, en el extremo oriental de la isla de Margarita.

«Cada vez que vienen a la playa, esa pareja de rusos y su pequeño hijo, se dedican a recoger la basura y desperdicios que dejan las personas inconscientes», expresaría el galán con aires de Héctor Mayerston de marras, el mismo del comentario sobre la supuesta invasión rusa.

Este otro dato de la realidad tampoco debe quedar en silencio. Abordados los ilustres visitantes eslavos, estos expresan su agrado por la hospitalidad margariteña, lo mágico del paisaje y de la música oriental. Ah, y que además se desviven por deleitar su paladar con un exquisito mango o con una parchita.

Y eso que estos «tovarishs» no probaron las exquisitas empanadas de raya, preparadas con amor por las hermanas Verenice y Kemberly en su puesto de jóvenes emprendedoras, al cual le pasaban cerquitica de ida o regreso de las exuberantes playas de El Cardón, el Tirano y Playa El Agua, del municipio Antolín del Campo.

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